TRECE

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Las lenguas de fuego bailaban con elegancia en el centro de nuestro pequeño campamento, acompañadas del crepitar de las llamas consumiendo la leña

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Las lenguas de fuego bailaban con elegancia en el centro de nuestro pequeño campamento, acompañadas del crepitar de las llamas consumiendo la leña. Los animales nocturnos se escuchaban por todo el bosque, aunque no logré divisar alguno. Ya habíamos comido y bebido, así que, solo nos faltaba descansar. Los caballos fueron alimentados y estaban amarrados a un árbol cerca de nosotros. Todos estábamos en silencio, era como si una neblina de desconfianza y escepticismo hubiera estado reposando entre todos. Era de esperarse, ninguno confiaba en el otro. En el único en quien confiaba y era porque yo sabía algo de él que nadie más lo hacía, era Erov.

Estábamos sentados al rededor del fuego tratando de calentarnos, Wylden muy lejos de mí, luego de esa pequeña reunión que tuvimos más temprano recogiendo la leña. Escuché unos murmullos por parte de Evajana y Marku que al parecer habían encontrado un tema de conversación.

Traté de distraerme.

Si Evajana y Marku estaban ajenos a todos, al menos yo debía aparentarlo también. Observé nuestro alrededor, y luego de asegurarme de que no había ninguna posible amenaza asechando entre los árboles, mis ojos se toparon con Erov, quien estaba haciendo unas trampas para cazar para el día siguiente. Tenía la cabeza inclinada hacia el suelo, por lo poco que la luz del fuego me dejaba ver, pude distinguir que algunos rizos le tapaban los ojos y escuché que exclamó una maldición. Tiró exasperado de los mechones de cabello que le estorbaban la vista, solté una risita y me acerqué a donde estaba.

—Los hombres de Etrana saben trenzarse su cabello solitos, guerrero—me burlé.

—Los hombres de Egon nunca hemos perdido tiempo en eso—contestó, harto.

Lo dijo como un insulto. Los hombres de Egon se rapaban la cabeza y nunca dejaban el pelo lo suficientemente largo para cubrirles la piel; esta siempre estaba a la vista. Así que lo que dijo, fue una crítica a nuestras costumbres, ya que ellos tenían otras. Sin embargo, no lo tomé como una ofensa, pues se estaba comportando como un niño malcriado y me pareció muy divertido para disgustarme.

—Sabes que para Etrana, el cabello largo en los hombres es un símbolo de masculinidad, de fuerza. Mientras más larga una cabellera, significa más días lejos de casa, más días en batalla—le recordé. Una queja gutural fue lanzada y se retorció donde estaba sentado. Lo que estaba haciendo era una rabieta, un hombre de más de veinte años comportándose como un bebé. —¿Quieres o no quieres que te aleje el pelo de la cara?—le pregunté a forma de bronca y tiré de sus rizos.

Bufó y refunfuñó más cosas que no pude entender.

Sonreí.

Así sentado y yo de pie detrás de él, comencé a desenredarle el cabello con mis dedos. Estaba un poco difícil la tarea, varios días habían pasado y habíamos atravesado caminos un poco complicados.

—No tiene sentido, puedes tener el pelo largo y no haber ido a una batalla nunca.

—Es solo un símbolo, idiota—le halé el pelo nuevamente.

La dama de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora