SEIS

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Le dirigí una mirada interrogante a Marku y le pregunté sobre mi daga

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Le dirigí una mirada interrogante a Marku y le pregunté sobre mi daga. Ya nos habíamos alejado del Avad, por lo que no corríamos peligro de ser arrastrados por sus fuertes corrientes de agua. Solo que al ser una tormenta tan violenta, el viento y las centellas de los cielos no nos dejaban comunicarnos bien, además de que estábamos en riesgo de ser aplastados por la caída de un árbol; como le pasó a Wylden. Un momento como ese, era perfecto para un ataque. Alguien herido, falta de comunicación y desorientación. La situación no me gustaba. Con una mirada de alerta, desenfundé mis espadas de un tirón y me puse en guardia. En ese instante que escuché un fuerte gruñido y ví las sombras que se aproximaban hacia nosotros.

Grité con fuerza llamando la atención de Marku; nos estaban atacando.

Solo contaba con Marku. Wylden estaba medio herido y Evajana, pues, era Evajana.

Divisé tres hombres grandes y de gran juventud. Los tres tenía espadas de buen hierro y por sus ropas me hicieron entender que se trataba de ladrones. Marku y yo fuimos al ataque.

El primero se abalanzó sobre mí, era alto y súper fornido. Su piel como la madera mojada se camuflaba con la oscuridad de la noche y se dejaba ver cuando los relámpagos rompían el cielo. Blandiendo mi espada con gracia, logré hacer contacto con su codo y lo corté. Él soltó un grito de dolor que casi confundí con los truenos de la tormenta, pero de todas maneras, el hombre me dio batalla y como la lluvia me dificultaba la vista, con una embestida de su espada trastabillé varios pasos hacia atrás y caí. Era muy fuerte. El lodo que se había creado en pocos minutos, se coló por toda mi ropa y lo único que sentí fue una pasta congelada adherirse hasta mis huesos, nuevamente. Ví en sus ojos que se saboreó su victoria y entre la impotencia de estar en el suelo y de no poder ser más fuerte que él, lo pateé en su rodilla y cuando se encorvó por el dolor, me puse de pie y atravesé su estómago con mi espada. Distinguí la sangre por la sensación cálida y viscosa que me dejó a diferencia del agua y el lodo y halé fuertemente mi espada para desencajarla del cuerpo inerte del hombre.

Volví mi atención a Marku y ví que estaba con el tercer rival, ya que había vencido al segundo. Era un joven de más o menos mi edad y muy diestro con la espada. Por un momento en el que intenté recuperar el aliento, solo se escuchaba el estruendo de la tormenta y el chocar de las espadas, pero Marku estaba herido. No intervine, porque creí que el Centinela lo vencería aún así. Era una de las mejores espadas que había visto, aunque jamás lo diría en voz alta. Pero el chico, luego de ver cómo bailaba al son de los golpes de su espada, con una elegancia y donaire procedente de la mismísima Anaken, me di cuenta, que era mejor que Marku. Y asimismo, cuando un centellazo iluminó el cielo y pude distinguir la mancha oscura de su brazo, sentí que la respiración que gané en mi pequeño receso, la perdí en un jadeo.

—¡Espera!—Logré articular con el corazón queriéndoseme salir por el pecho.

Pero el joven, ensimismado en acabar con la vida de Marku, siguió atacando.

La dama de la noche Donde viven las historias. Descúbrelo ahora