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En un mundo donde la monarquía es la ley, Atalía tendrá que sobrevivir. Su pueblo y gente han sido asesinados por las garras de la corona.
Por una decisión de vida o muerte se ve huyendo hacia Surex donde tendrá cobijo. Pero, ¿Por qué ir a Surex...
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Las pisadas se escuchaban por todo el bosque. Nuestros caballos relinchaban, el río bravío se escuchaba al fondo y nuestras pesadas respiraciones era el coro que nos acompañaba. El cielo aún estaba en tonos grises, los rayos del sol luchaban con salir y fallaban en su intento. Era pasado mediodía y aún no habíamos comido nada por culpa de Wylden. Llevábamos varios minutos en las faldas de la montaña y aún no había visto o escuchado a un habitante de Ordias.
Al ser tan arriesgado el plan, decidimos que era mejor que Wylden y yo evaluáramos la situación con los ordios, llegar a un acuerdo con ellos y poder cruzar las montañas todos juntos. Erov se quedó con Marku y Evajana cerca del puente roto donde hicieron un campamento, para mantener todo bajo control. Y aunque los dos hombres no estuvieron de acuerdo en enviarnos a ninguno de los dos, la realidad era que Wylden y yo éramos sus líderes y obedecieron nuestras órdenes luego de ponernos un tanto severos. No sabía si Wylden era buena espada, pero al menos sí estaba segura de mí. Así que, Erov dejó de pelear conmigo cuando le hice entender eso y que además, necesitaba que estuviera pendiente de Marku y Evajana.
La historia que le contaríamos a los ordios, sería que habíamos secuestrado a una Lady e íbamos camino a hacer negocios con unos ladrones. Eso fue todo para tener alguna apariencia creíble. En la que tres hombres y una mujer con pinta de guerrera como yo, anduviéramos con una mujer importante de Libbenium.
Seguimos andando por un momento, hasta que vi un ordio. Me tensé, le dirigí una mirada de advertencia a Wylden, pero nos mantuvimos avanzando. Estaban en los árboles, a simple vista conté cinco. Lentamente agarré mi daga, solo por precaución. Odio a la gente de éstas montañas, lo juro. Mientras más nos adelantábamos, más ordios contaba.
¿Es que esta gente no cree en la educación? ¿Qué hace un niño mirándome con un arco y flechas desde las ramas altas de un árbol? Si me distraía por un solo instante, almorzaría mi corazón.
Solté un fuerte y sonoro suspiro. Halé las riendas de mi corcel y me bajé de este haciendo un estruendo. Wylden captó mi señal e hizo lo mismo. Traté de parecer lo más despreocupada posible.
—Sería mejor tener esta conversación con su líder—rompí el silencio con mi voz autoritaria.
Supuestamente hablé a la nada. Estaba todo en silencio, solo nuestros caballos y el espíritu de la naturaleza se escuchaban. Cualquiera que no tuviera buen ojo, pensaría que estaba solo; apuesto lo que sea que Evajana pensaría así.
Hacía años no cruzaba por aquí. Papá siempre evitaba atravesar por estos lares, solo por precaución; sabía que los Caballeros de la noche hubiéramos acabado con ellos en un suspiro. Pero también sabíamos que la verdadera guerra no era contra los otros pueblos.
Era muy doloroso saber cómo nosotros, un pueblo justo y honrado terminamos en garras de la monarquía y estos desgraciados aún estaban vivos y completos solo por tener fama de lo que eran.