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En un mundo donde la monarquía es la ley, Atalía tendrá que sobrevivir. Su pueblo y gente han sido asesinados por las garras de la corona.
Por una decisión de vida o muerte se ve huyendo hacia Surex donde tendrá cobijo. Pero, ¿Por qué ir a Surex...
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Era increíble que luego de tantos años ninguna espada hubiera arrancado la cabeza del desgraciado de ojos de víbora. Al ser el líder del ejército ordio, por lo que pude deducir, ordenó que nos llevaran a Wylden y a mí a lo que entendí, eran sus aposentos. Estaba ubicado en el bosque más profundo, donde a pesar de la tormenta, aún persistían tonos olivos y glaucos que cuando el sol de la mañana se filtraba entre las hojas de los árboles también se veía el dorado de sus rayos llameantes. Fuimos guiados por él, junto con los demás guerreros a nuestras espaldas; vigilándonos. Caminábamos arrastrando los pies; me pesaban demasiado. Cada movimiento era como levantar sacos de piedra.
Después de que él me reconoció, hubo una saga de burlas hacia mí. Me dejó en paz el resto de la noche, pero tan pronto amaneció, comenzamos a caminar para su tienda. Wylden no entendió, y aunque me preguntó innumerables veces, no le conté como debía, por lo que me lanzó miradas de desconfianza durante todo el trayecto. Obviamente no entendía la causa de las risotadas del infeliz, ya que él no sabía que él fue quien me marcó. Llevábamos días juntos, pero sabía que aún no confiaba del todo en mí y claramente, yo tampoco en él. No debíamos. Además, yo era una mujer guerrera que muchos hombres seguían como líder y sabía que eso no le agradaba. Tal como pasó con Erov; que me "eligió" como líder y no a Wylden. Eso le enfureció mucho, como a Marku, solo que él pretendió indiferencia ante ese hecho.
Una vez frente a la caseta de campaña que presuntamente era del hombre de ojos de víbora, conté al rededor de dos docenas de hombres más. Mientras más nos acercábamos al campamento, más caras surgían de entre la naturaleza.
—¿Quién es el líder entre ustedes dos?—Preguntó el maldito que me hirió hace años.
Por mis reflejos ví que Wylden iba a dar un paso hacia al frente. Así que le interrumpí. Podía ser un rico mimado de la ciudad de Nórtica, pero la que podía sacarnos con vida de allí, era yo.
—Yo—contesté desafiante. Wylden apretó su mandíbula y me fulminó con la mirada. Sus dos zafiros me observaban de tal forma, que me penetraban profundamente el alma. Estaba tan enojado que su postura era como si me fuera a atacar. Solo guardó silencio porque sabía que era lo correcto.
—Bien, ¡Qué comience la fiesta!—Lanzó una gran risotada que causó un escalofrío en todo mi cuerpo—adelante, damisela—con un ademán de mano, me hizo una reverencia burlona, mientras esa asquerosa sonrisa no abandonó su rostro.
Cuando estuve en el umbral de la puerta, me pidió que pasara con Wylden. No me gustó la idea de que me acompañara adentro, pero enseguida me tranquilicé, los ordios eran nuestro enemigo en común; ambos haríamos lo posible por salir de allí vivos.
Una vez dentro, percibí un olor acre, entre licor, cenizas y sudor que casi me obligó a respirar por la boca. Solo pasaron tres hombres para acompañar a su líder de ojos de víbora, que supe más tarde se llamaba Eotrix y también supe que no era un líder sino un Lord; lo que se sumó a otra razón para temerle aún más al hombre. Los tres guerreros estaban armados y montaron guardia en la entrada. Al menos no hay otro desquiciado de taparrabo y lanza, pensé. Un leve alivio me acarició el estómago.