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En un mundo donde la monarquía es la ley, Atalía tendrá que sobrevivir. Su pueblo y gente han sido asesinados por las garras de la corona.
Por una decisión de vida o muerte se ve huyendo hacia Surex donde tendrá cobijo. Pero, ¿Por qué ir a Surex...
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El agua del río me daba escalofríos. Sin embargo, me aliviaba los dolores de las heridas de mi cuerpo. Aunque era primavera y el sol ya se asomaba entre las nubes, el agua se sentía como un alud de nieve derretida quemándome el cuerpo por su extrema temperatura.
Luego de aceptar el trato, cabalgamos en silencio. Después de un rato, Wylden decidió que yo debía bañarme; cosa que no comentó con mucha simpatía. Así que nos desviamos un poco, para llegar hasta el río.
El agua me llegaba poco más arriba de mi pecho, ya que había nadado hasta llegar a aguas más profundas. Sabía nadar desde que tenía memoria y perfeccioné la destreza al unirme al ejército. Además me ensañaron otro tipo de detalles a tener en cuenta en el momento de entrar al agua. Era por eso, que me ubiqué de manera que la orilla del río me quedaba al alcance para que así lo hiciera una de mis espadas. Había aceptado el trato, pero eso no significa que confiaba en ellos. Tan pronto monté el caballo del Centinela caído, pensé que Marku se me tiraría encima para matarme. Era un poco extraño, porque él no repuso en las órdenes de su Lord luego que acepté, pero su silencio y miradas asesinas eran peor.
Sumergí mi cabeza por un breve momento para mojar mi cabello y lavar mi cara de la sangre seca y mugre. Restregué un poco mi rostro así sumergida y aguanté la respiración lo más que pude.
Era tan extraño cómo todo había cambiado. Todavía no podía creer que estuviera sola, estaba sola y mi única solución era rescatar a Eryx, pero no tenía la menor idea de cómo lograr eso. No me quería ni imaginar cómo lo debía estar pasando; debía ser terrible. Además, al ser un Caballero de la noche lo tratarían peor, los Centinelas a su cargo tal vez ni le darían de comer.
Tengo que sacarlo de allí. Debo llegar a Nórtica cuanto antes.
Cuando salí del agua me sentí afligida porque no era justo todo lo que había pasado. Miré el agua y ví mi reflejo distorsionado, pero lo que alcancé a ver fue una cara pálida amoratada y de ojos sin brillo, demacrada por toda la muerte que le rodeaba. Todo esto me había cambiado y lo último que quedaba de mí, el único pedazo de mi alma era Eryx.
El canto de un ruiseñor interrumpió mis pensamientos y lo busqué entre los árboles. Los rayos del sol se colaban entre las verdosas hojas y por un momento la luz amarilla me cegó. Continué sin encontrarlo hasta que ví un reflejo en el cielo y lo localicé, causando que una sonrisa triste se escapara sin permiso de mis labios. Mi padre solía decir que los ruiseñores eran las aves más hermosas de todo el país. Así que cada vez que escuchábamos alguno cantar, mis hermanos y yo lo buscábamos y el primero que lo encontraba ganaba. Era un juego tonto, pero la fascinación de mi padre por ellos lo hacía divertido entre mis hermanos y yo.
Mi pecho se comprimió por el dolor y mis ojos escocieron por el recuerdo.
El sonido del agua moviéndose repentinamente detrás de mí me sorprendió. Tomé la espada que me quedaba al lado y me volteé rápidamente para ver quién estaba a mis espaldas. Se escuchó el ruido de la hoja cortar el aire y ví una cara alarmada y manos arriba. El movimiento fue tan rápido y certero que me encontraba con mi espada al cuello de Wylden. Permanecí así por un momento.