>
En un mundo donde la monarquía es la ley, Atalía tendrá que sobrevivir. Su pueblo y gente han sido asesinados por las garras de la corona.
Por una decisión de vida o muerte se ve huyendo hacia Surex donde tendrá cobijo. Pero, ¿Por qué ir a Surex...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Traicionada.
Así fue cómo me sentí cuando desperté y me encontré con el desastre que Erov había dejado: Evajana sin sus pertenencias, Wylden sin un caballo y Marku dormido. Porque sí, eso fue lo que dejó. Se había ido, me había abandonado y no sabía ni a dónde ni por qué. Solo sabía que no tenía a nadie de confianza cerca, por lo que el viaje, una vez más, se complicaba. Ahora tenía que inventar una forma de alertar a los ordios de mi posición y averiguar una forma de avisarles para que me enviaran su ejército.
No entendía por qué Erov hizo lo que hizo, dijo lo que dijo. Solamente recordar la rudeza con la que me había hablado la noche anterior, me hacía rechinar los dientes con enojo. Abrí y cerré mis puños, e intenté mirar la sombra que el sol causaba en los árboles. Debía enfocarme en otras cosas más importantes, me recordé. Tal vez y los ordios contarían los días que tomaba llegar a los muros de la Capital desde las montañas y harían la matemática, esperaba que la hicieran porque no había forma de avisarles sin Erov. El maldito me había usado y se había largado. No sabía exactamente por qué había confiado en él, al fin y al cabo, sí era una tonta.
El calor que me humedecía levemente la frente, me hizo entender, que era más de media mañana y habitualmente, comenzábamos a andar un par de horas después del alba.
—Has permitido que Erov robara y se fuera—. Wylden se dirigió a mí con tal dureza que me hizo pensar que las miradas divertidas que alguna vez percibí que me dirigió, fueron mentiras. Estaba furioso, pero estaba tan calmado, que era escalofriante. No sabía si era que estaba enojado de verdad o que la presencia de sus acompañantes nórticos le exigía que me tratara de esa forma. Solo sabía que me sorprendió la manera en que pronunció esas palabras contra mí. Sus ojos expresaban un coraje congelado y sus dedos acariciaban levemente su daga.
Me puse alerta.
—No era la única montando guardia, Marku estaba conmigo también. ¿Y qué le has reclamado? Ah sí, nada. Solo le tocó tranquilizar a la damisela en apuros. —los señalé a ambos de manera sarcástica. minutos antes, la Lady había hecho un escándalo, gritó como loca y dijo que yo era la culpable de todo. Se me pareció muchísimo a una fiera enjaulada, una a la que le habían quitado una cría y llevaba días sin comer. Marku pues, él estaba intentando calmarla sin éxito.
—Él estaba inconsciente—lo defendió.
—Igual que yo.
—Mientes—dijo entre dientes y se acercó hacia mí, apuntándome con su dedo índice, incriminándome—ayudaste a Erov a robarnos.
—Escucha...—comencé a decir y solté un sonoro suspiro—. No tengo tiempo para esto, ¿Bien?—Intenté contener mi enojo lo mejor que pude y traté de llevar a cabo una conversación civilizada—créeme cuando te digo que esto me ha tomado por sorpresa igual que a todos ustedes.