Diario de una adolescente

Espejos

Lo que nace está condenado a evolucionar. Evolucionar significa transformarse, dejar de ser uno mismo, convertirse en otra cosa.
Ciertas culturas utilizan los espejos en ritos de adivinación o brujería. En otras creen que en los espejos habitan los espíritus de los muertos o que reflejan siempre la verdad por descarnada que sea. O que retienen el alma de las personas y no la dejan escapar.
Desde la antigüedad, las personas se han sentido inquietud al observar su propio reflejo, cómo se la imagen invertida de si mismas escondiera terribles secretos.
Probadlo.
Deteneos ante un espejo y mirar a los ojos de vuestra propia imagen durante un buen rato.
Sentiréis terror, y lo peor es que no sabréis por qué.
¿Durante cuánto tiempo se puede vivir evitando los espejos? ¿Cuántos espejos hay en el camino que recorremos a diario? ¿Y sí cada vez que nos reflejamos nos roban una pequeña parte de lo que somos?
Son preguntas muy inquietantes.
Desde la noche en que sentí que algo se escondía en el espejo de mi habitación, lo puse boca abajo para que nada ni nadie se reflejará en el, seguía percibiendo la amenaza, pero por lo menos ya no podía asaltar me en cualquier momento.
También comencé a evitar mi reflejo. Cuando pasaba ante un cristal, miraba hacia otro lado o cambiaba de acera. Llegué a conocer de memoria los lugares por dónde era mejor no pasar.
Hasta que ocurrió.
Tenía que pasar. No puedes estar huyendo eternamente. La victoria siempre es de quién estaba en a guardar su oportunidad.
Quién me acechaba fuera quien fuera de este mundo o de cualquier otro, sabía esperar. En el espejo de fondo, de pronto, me pareció ver un rostro familiar.
El hombre con los ojos color miel. Triste, demacrado, cansado de tanto llorar. Movía los labios, como si quisiera decirme algo. Y yo, por alguna razón, le escuché. Creo que solo yo lo hice. Su voz sonaba ronca, como entrecortada, como si llegara de muy lejos. O tal vez sólo me limité a mirar sus labios. No puedo saberlo.