Capítulo 6: No quieres saberlo (parte II)

225 14 4
                                    

Ya en el agua, Étienne quiso comenzar la segunda "clase" practicando (una vez más) cómo mantenerme a flote. Según él, esto era lo más básico y debía dominarlo antes de poder continuar. Al parecer, aún estaba bastante lejos de eso.

De todos modos, debo admitir que estaba mucho más concentrada en ignorar los ojos fisgones de mi hermana y mi prima.

—Ahora, así —indicó Étienne, haciendo unos movimientos que no llegué a entender.

—¿Así cómo?

—Así.

Repitió los movimientos. Sin embargo, como yo todavía no terminaba de comprenderlos del todo, cuando intenté imitarlo, agité los brazos de tal forma que le salpiqué toda la cara. Cerró los ojos por inercia, mientras que una sonrisa se asomaba en su rostro.

—¡Lo lamento! —Me disculpé. Sé que estábamos dentro de la piscina y que, además, estaba (casi) riendo, pero me sentía algo avergonzada.

Cuando intenté acercarme a él (vaya uno a saber por qué, si no podía hacer mucho para ayudarlo), terminé volviendo al principio de nuestras clases: me hundí y, otra vez, no podía sacar la cabeza del agua.

Se sentía como si me hubiese atrasado cinco casilleros.

Étienne debió pensar algo parecido, porque meneó la cabeza y me ayudó a regresar a la superficie. Comencé a toser, culpa del agua que se había filtrado en mis fosas nasales. Qué hermosa imagen le daba al chico que me gustaba.

—¿Otra vez, Ara? —Preguntó. No sonaba molesto, sino divertido—. Creí que ya casi lo tenías dominado.

—Sí... —Tosí—. Yo también... Creí que tenía... Lo básico.

Bah, en realidad, me hubiese gustado recordarle que no había podido aprender mucho en nuestra clase del día anterior, gracias a la interrupción de alguien.

Y, hablando de Roma...

—¡Étienne! —Si existía la vida en otros planetas, era probable que esos seres hubieran podido escuchar el grito de Luciana.

Había venido junto a sus padres, quienes tomaron asiento junto a los míos. Llevaba puesto un traje de baño rosado que la hacía parecerse aún más a una muñeca Barbie. Cuando llegó al borde de la piscina, advirtió que, a pesar de su amenaza, Étienne y yo estábamos pasando el rato juntos y decidió que debía hacer algo al respecto.

No hubo persona que no se haya volteado a verla. Era obvio, porque su chillido fue tan alto como estruendoso, y provocó que hasta su más grande fan (y estoy hablando de mi mamá, no de la suya) elevase las cejas. Incluso Arianne dejó de mirar su teléfono unos segundos para mirarla.

ALuciana, por supuesto, no le interesaba mucho quién estuviera observándola. Dehecho, ser el centro de atención era una de sus cosas favoritas, un claroefecto de esa autoestima que alcanzaba el cielo. Si tenía que gritar por algo,pues bien: el resto del mundo podía irse al diablo. La única cosa que importabaeran sus preocupaciones; lo que pensara el resto, no.

Sin embargo, su momento de "fama" fue fugaz: en un pestañeo pasó a ser una más entre todas las personas que estaban allí, y cada quien volvió a concentrarse en sus cosas.

La mirada de mi prima menor daba escalofríos. Si matar personas fuese legal, estoy segura de que me hubiese asesinado en ese preciso momento. Además, había un detalle que lo hacía todo peor: el brazo de Étienne seguía alrededor de mi cintura.

El demonio de pelo rubio («¿Un nuevo insulto para Luciana? ¡Me encanta! Déjame chocarte los cinco.») dejó el bolso sobre la tumbona más próxima a su madre, y caminó en dirección al trampolín.

Alejé a Étienne de un empujón. Al parecer, era capaz de hacer cosas impresionantes en momentos críticos: me estaba manteniendo a flote con toda la naturalidad del mundo. Así, para cuando Luciana dio dos saltos y cayó en el agua con la gracia digna de una clavadista olímpica, yo ya me las había arreglado para salir de la piscina.

—¡Ara! ¡Espera! —Llamó, con amabilidad fingida. Me frené en mis pasos para escuchar lo que tenía para decirme. Se acercó a mí, con una gran sonrisa (una fachada que podía engañar al resto, pero no a mí) y, desde el agua, masculló—: Ya te he advertido que te alejes de él, porque está conmigo. ¿Por qué te querría a ti cuando me tiene a mí? ¿Es algo tan difícil de entender?

Me agaché apenas, e igualé su tono para responderle:

—Si sabes que él no me quiere, ¿por qué te molesta tanto que le hable? Sabes, a veces parece que soy una amenaza para ti... —Mi idea era dejar la frase flotando entre nosotras, pero tendría que haber sabido que Luciana iba a contestar. Después de todo, parecía haberle tocado una fibra sensible.

—Oh, primita. Créeme que ni te acercas a eso.

—¿Estás segura? Porque tus acciones no dicen lo mismo.

Se quedó estupefacta.

Me pareció que guiñarle el ojo ya sería demasiado, así que solo me alejé con la satisfacción de haber tenido la última palabra.

«Vaya. Al final sí tenías las agallas suficientes como para enfrentar a Luciana. ¿Quién lo hubiera creído?»

Mientras caminaba de regreso a mi tumbona, los ojos de Étienne se encontraron con los míos. Él y "su chica" ya se encontraban metidos en una acalorada discusión que ni el agua podía enfriar. El francés me miró, aprovechando que Luciana estaba dándome la espalda, por lo que le sonreí. No fue recíproca, desde luego, dadas las circunstancias.

¿Debería haberme sentido culpable de ser la responsable de causar una pelea entre ellos? ¿Debería haberme dado vergüenza? Porque, para ser honesta, no sentía ninguna de esas cosas. Después de todo, quizás Luciana sí tenía razón: era una perra. Una bastante molesta, a decir verdad, porque estaba —en algún sentido, aunque fuera indirectamente— inmiscuyéndome en su relación.

Ahora bien, yo no me había lanzado sobre Étienne ese día: él provocó nuestros encuentros. Me rehusaba a creer que yo llevaba toda la carga sobre mis hombros.

—¿Qué te dijo Luciana? —Preguntó Amélie, bajándose apenas los lentes de sol para mirarme.

Me senté en la tumbona y tomé los auriculares.

—No quieres saberlo.

Atrapados en el Mar (Atrapados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora