Capítulo 8: Entre gente especial y asesinas psicópatas

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Me resultaba sorprendente la capacidad que tenían algunas personas para transformar los momentos incómodos en cómodos, valga la cacofonía. Debería considerarse un talento, de esos premiados, pues requería verdadera habilidad. Por ejemplo, mi amigo Teodoro (o Teo, como todos le decíamos) era de las personas que podía hacer eso: si surgía un momento así, incluso a mitad de clase, él sabía solucionarlo con alguna bromilla inocente. La risa se abría paso para llevarse todo rastro de incomodidad, a tal punto que ni siquiera recordarías que te sentías así en primer lugar.

A pesar de ser compañera de clase de Étienne por más de diez años, en este viaje había podido descubrir que Étienne era de esas personas. Para ser honesta, no me sorprendía: después de todo, Teo era su amigo. Me gusta creer que, para formar amistades, las personas busquemos otras que estén en la misma sintonía que nosotros... Bueno, al menos, casi siempre. Iván Fabra, el mejor amigo de Étienne, resultaba ser la excepción que confirmaba la regla: eran como el agua y el aceite.

Me parece que me estoy yendo por las ramas.

¿A qué venía mi comentario inicial? Que, después del beso, creí que me sentiría completamente cohibida cuando estuviera con Étienne. Pensé que estar cerca de él me resultaría imposible, más aun si tenía en cuenta que nuestras familias habían presenciado toda la escena.

Sin embargo, el chico tenía un don, y me había hecho olvidar por completo de la vergüenza. Una vez que Luciana se hubo ido, tiró de mi mano en dirección a la piscina, y nos quedamos chapoteando en el agua hasta que las yemas de nuestros dedos comenzaron a parecerse a las pasas de uva que se comen en año nuevo. Parecíamos niños de cinco años. Fingíamos estar compenetrados en las "clases de natación", pero, en realidad, solo estábamos haciendo el tonto y tirándonos agua.

Así que, sí: Étienne tenía ese talento (uno más para añadir a la lista), y me había hecho sentir mucho mejor que antes, a pesar de lo bochornoso que resulta darle un beso de sopetón al chico que te gusta... Y, para colmo, frente a tu familia (y la suya).

A las seis de la tarde, Amélie y Malena decidieron que ya habían tenido suficiente piscina por un día. Me arrastraron lejos de allí, en dirección al camarote que compartíamos mi hermana y yo. Por mi parte, ya me lo veía venir: me darían un sermón. Como ambas eran un año y algunos meses más grandes que yo, creían tener la potestad de ser la voz de la conciencia. Sin embargo, lo único que conseguían era confundir a mi conciencia real. «Ah, no, espera. Yo no me confundo. En todo caso, lo haces tú.» Cállate que a ti nadie te preguntó.

Era por esto que no me encontraba muy interesada en lo que tenían para decirme. No obstante, no podía montar otra escena para negarme a ir con ellas. Una había sido suficiente.

Además, bueno, la piel de mi cara estaba peor que antes, y sabía que más tarde lo sufriría.

—¡Besaste a Étienne! —Exclamó Lena. Para ser una chica tan pequeña, tenía una voz increíblemente potente. Amélie ya había cerrado la puerta, pero me dio la impresión de que media nave la había oído.

—Eh... —Comencé. No estaba segura de qué decirle, porque su expresión se debatía entre la frustración y la incredulidad. ¿Qué podía decirle, en realidad? "¿Perdón por haber pasado de tu consejo?". Porque sí, solo diez horas antes, ella se había encargado de advertirme que Luciana no dudaría en tomar represalia si yo hacía alguna cosa que no le gustara... Y ahí iba yo a besar a Étienne justo frente a sus ojos. Para Malena, yo debía ser lo más parecido a un kamikaze que hubiera visto en su vida.

Amélie, por el otro lado, no se dio por enterada de la cara de Lena, ni de su opinión sobre el asunto. Si lo supiera, tampoco le habría importado mucho. La cara de mi hermana estaba adornada por una sonrisa, y había juntado las manos en una mala imitación del Señor Burns, de Los Simpsons.

Atrapados en el Mar (Atrapados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora