Capítulo 10: Arabelle, André... ¿Y Louis? (Río de Janeiro, parte II)

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—Vamos —instó Amélie, dándome un empujoncito para que saliera del estupor.

Conseguí curvar los labios en una leve sonrisa, pero no era muy real que digamos. Sin embargo, cuando llegamos a la mesa, nadie pareció notarlo. No, no estaba enojada o molesta, sino sorprendida. No debería haberlo estado, sinceramente: si había algo que ese viaje me había demostrado, eso era que Étienne y yo estábamos destinados a cruzarnos hasta en el más improbable de los escenarios.

Mi hermana dio un saludo general y, luego, se apresuró a tomar asiento. Decidió —a propósito, no era ninguna tonta— sentarse junto a Arianne, porque el otro lugar libre era aquel que estaba a la izquierda del chico que me gustaba.

—¿Sorpresa...? —Me dijo él, en un susurro, tan pronto como me hube sentado.

—No puedo creer que estén aquí —devolví, en el mismo tono.

—Yo tampoco —respondió él—. Río es una ciudad bastante grande como para que termináramos en el mismo hotel.

—Sí. Pero las probabilidades de terminar en el mismo crucero también eran bajas, y míranos. —Me encogí de hombros.

De repente, un tenedor cubierto de salsa se atravesó entre nosotros. Como acto reflejo, ambos nos echamos hacia atrás.

—¿Qué diablos? —Murmuró Étienne.

Maldije por lo bajo. No necesitaba girar la cabeza para saber quién era el responsable.

Mi papá se echó a reír. Este tipo de ocurrencias no eran inusuales en mi hermano, y siempre lo hacían divertir. Por otro lado, los Dupont... Ah, ellos eran una cosa completamente distinta. Sus expresiones se debatían entre el desconcierto y la gracia.

—¿Qué intentas con mi hermanita, niño? —Cuestionó André.

¿Lo había llamado niño?

—Nada... —Respondió Étienne, aunque parecía una pregunta más que una afirmación.

André, sin embargo, era bastante despistado y no lo notó. En cambio, le advirtió:

—Quiero tus manos lejos de ella.

Apenas terminó de decir eso, le pasó el tenedor por la punta de la nariz. Ahora Étienne tenía la nariz pintada de rojo, como si hubiera querido disfrazarse de payaso.

La risa de mi papá se incrementó, e incluso Victoria estaba intentando contener una sonrisa.

Pero no me gustaba que se rieran a mi costa. Además, la situación era tan humillante que comencé a enojarme. ¿Acaso no podían comportarse como personas normales por una vez en sus vidas?

Estaba tan furiosa que de haber sido una caricatura animada, me hubiesen pintado la cara del mismo color y tono que la salsa que Étienne tenía en el rostro.

Lo único que disminuía un poco mis niveles de enojo era saber que a mi hermano no le gustaría en lo más mínimo oír que las cosas no habían quedado como el día anterior, y que el chico había tenido sus labios encima de los míos esa misma mañana. No se lo iba a contar, desde luego, pero me regocijaba por dentro.

—Déjalo en paz —demandé, en tono gélido.

Alcancé una servilleta de la mesa y le limpié la nariz a Étienne, que me regaló una pequeña sonrisa. Acto seguido, hice un bollo con el papel usado, lo sostuve en mi mano derecha, y dije:

—Y, para que sepas, eres un imbécil.

Luego, lancé el papel hacia mi hermano. Le dio justo en la frente. «A eso es lo que yo llamo "un tiro genial"». Gracias.

—¡Arabelle! —Exclamó mi mamá. No sabía si era por pegarle a mi hermano con un bollo de papel, por llamarlo imbécil, o ambas. Creo que ni ella estaba segura.

"Pobre", pensé, porque parecía ser la única dispuesta a mantener la situación bajo control. Lo cierto era que nadie la ayudaba porque todos estaban riendo.

El imbécil (también conocido como mi hermano) tomó un ñoqui de su plato y me lo lanzó. Desafortunadamente para él, mis reflejos fueron rápidos y me agaché. La pasta siguió de largo y aterrizó en el tupido cabello de una señora que se encontraba sentada justo a mis espaldas. Ni siquiera se percató.

Fue mi turno de ahogar una risa.

—¡Arabelle!

—¡¿Y yo qué hice?! ¡No me regañes a mí!

—¡André!

—¡Ella se lo buscó, mamá!

Quise puntualizar que ni yo ni la señora detrás de mí nos lo habíamos buscado, pero me quedé en silencio porque me pareció que ella podría escuchar el comentario. Podría no haber sentido el ñoqui en el pelo, pero no parecía tener problema alguno en los oídos, porque estaba charlando muy animada.

—¡Están actuando como niños, por el amor de Dios! —Gritó mi madre. Justo en ese momento, lancé un pedazo de pan hacia André. Se desvió un poco, así que solo le rozó la oreja—. ¡Francisco! ¡Pon orden!

Mi papá respiró hondo un par de veces para serenarse (por el bien de su matrimonio, más que por querer poner orden). Tenía la cara roja como un tomate. Sin embargo, no pudo contenerse cuando André se robó una aceituna negra del plato de su prometida y se colocó en posición de lanzamiento. Victoria le pegó un manotazo y la aceituna terminó por salir disparada justo encima de la hermana de Étienne. Arianne comenzó a gritar, mi mamá quería llorar, y el resto de los Dupont se divertía con nuestras estupideces.

Mi familia era un circo. Y, al parecer, la manzana no caía muy lejos del árbol, puesto que yo también formaba parte del espectáculo.

—¡Deténganse los dos! —Rogó nuestra madre.

—¡¿Eres tonto?! —Exclamé—. ¡Mira lo que le hiciste al pelo de Arianne!

—Ustedes dos comenzaron. Es su culpa —dijo, señalándolos con el dedo índice. Paso del uno al otro unas quince veces.

—Nosotros no hemos hecho nada —repuse—. Tú eres el molesto.

—No soy molesto.

—Sí que lo eres.

—Que no.

—Que sí.

—No.

—Sí.

—Con que soy molesto... —Dijo. Entonces, como para probar su punto, se estiró para tomar mi teléfono. Encendió la pantalla y probó varias claves numéricas, todas sin éxito.

—¡Devuélveme eso, André!

—¡No!

Salté de mi asiento y rodeé la mesa para acercarme a él. Le propiné un golpe en la cabeza que, aunque esperaba que le doliera mucho, no lo inmutó. De hecho, alejó su mano —y mi teléfono— de mí.

—¡Devuélvemelo!

—¡No lo haré!

—¡Papá! —Me quejé, a punto de perder la poca cordura que me quedaba.

—¡No se lo pidas a él!

—¡Mamá!

—¡André!

—¡Mamá! —Dijo él esta vez.

—¡Arabelle!

—¡André!

—¡Louis! —Gritó uno de los hermanitos menores de Étienne. Era su propio nombre.

Todos volteamos a verlo. Entonces, por primera vez en lo que "iba" de la cena, pude unirme a las risas.

Atrapados en el Mar (Atrapados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora