Capítulo 13: El punto de no retorno (La historia de Ara e Iván, parte I)

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En mis dieciséis (casi diecisiete) años de vida, solo había tenido un novio... Si es que así podía llamarlo. En realidad, nuestra relación era "secreta" y muy complicada, por no decir enfermiza, y —creo— que la única persona que asumía que éramos novios era yo.

Iván Fabra, el mejor amigo de Étienne, apareció en mi vida sin previo aviso, para hacerme olvidar momentáneamente de mi amor no correspondido. En un principio, era (o, quizás, asumí que era) como la luz de un faro: la guía que necesitaba para salir de la situación en la que me encontraba, soltar ese amor que sentía por Étienne y que jamás había llegado a buen puerto.

Un día me empezó a seguir en Instagram, al otro miró mis historias, y al siguiente me envió un mensaje. Así, gracias a un ir y venir constante de mensajes que parecía nunca tener final, nació nuestra "relación". Muy siglo veintiuno, donde el noventa por ciento de las relaciones terminan concibiéndose en las redes sociales.

Así que, de pronto y sin previo aviso, terminé enamorándome de él. No me lo había esperado para nada, puesto que jamás lo había mirado con esos ojos... Después de todo, era el mejor amigo de Étienne. Sin embargo, sin que yo lo quisiera, me conquistó. Bueno, en realidad, yo no había opuesto mucha resistencia.

En el principio, todo era perfecto, como suelen serlo la mayoría de las cosas. Teníamos citas, íbamos a caminar por las tardes... Me sentía en un sueño. Era como si estuviera viendo la vida a través de unas gafas que teñían todo de color rosa. No podía ser más feliz: Étienne por fin había pasado a un segundo plano y solo me importaba Iván.

Pero el tiempo pasó, y con él se llevó mi ilusión y mi felicidad. Los problemas eventualmente comenzaron a aparecer. Si yo creía que estar enamorada de alguien que no se fijaba en mí era lo peor que me podía pasar, estaba muy equivocada: mi "novio" era mucho, mucho peor.

・・♡・・

—Arabelle, Arabelle... ¿Por qué te resulta tan difícil entender lo que te digo? —Me preguntó Iván una tarde, durante una de nuestras citas. A esas alturas, eran cada vez más esporádicas y, por qué no decirlo, extrañas: me llevaba a lugares donde pudiese estar un cien por ciento seguro de que nadie nos vería.

De todos modos, si alguien nos hubiese visto en ese momento, habría creído que éramos meros extraños: Iván se encontraba a un metro de distancia, caminando adelante de mí. De hecho, parecía estar hablando solo, como si estuviera loco. Pero yo sabía que todo ese discurso estaba dirigido a mí.

—¿De qué hablas? —Devolví, sin comprender bien a qué se refería. Eso era cada vez más usual en nuestra relación: a cada día que pasaba, las cosas se volvían más y más confusas.

Entonces, por primera vez en lo que iba de la "cita", volteó para mirarme a los ojos. Esa vez, no había dudas de que la siguiente pregunta estaba dirigida a mí:

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no deben vernos juntos en la escuela?

Agaché la mirada, como si fuese una niña a la que acababan de regañar. En cierto modo, así me sentía. Sin embargo, era la misma manera en la que me había sentido siempre cuando estaba junto a él: como una niña inexperta, que debía seguir los mandatos de esa persona más experimentada que yo.

—Eres mi... —Comencé, pero la voz se me quebró y la frase quedó inconclusa.

Yo era su novia, por lo que él debería haber querido pasar tiempo conmigo, presumir nuestra relación con orgullo... No obstante, parecía estar avergonzado de mí. No, tachen eso. No parecía estarlo; lo estaba.

・・♡・・

—Vamos, Arabelle. Relájate. Es algo normal.

Podía recordar el momento con lujo de detalles: el calor infernal del verano, los húmedos labios sobre mi cuello, aquellas manos trepando por debajo de mi blusa... El pánico y el miedo, los cuales me quemaban en el pecho, y el temblor que estos provocaban.

Cuando uno de sus gemidos vibró sobre mi piel, cerré los ojos y apreté los puños con fuerza. Algo dentro de mí me decía que eso estaba mal, que debía ponerle un freno a la situación antes de que llegara a un punto de no retorno.

Pero me era difícil. Muy, muy difícil. ¿Cómo se le niega algo a una persona a la que uno quiere hacer feliz? Más aún, ¿cómo se le dice que no a alguien que puede destruirte con solo una palabra?

Cuando comenzó a levantar mi blusa, me mordí el labio inferior con tanta intensidad que casi lo hago sangrar. Me dio unos golpecitos en el brazo para que los pusiera arriba de mi cabeza. Obedecí.

Después de descartar la prenda por algún lado, volvió a atacar mi cuello. En retrospectiva, me pregunté si esa situación en verdad era placentera para él porque, en realidad, parecía estar besando a una estatua. Yo no conseguía moverme, por lo que estaba dura como el mármol.

Entonces, sin previo aviso y sin que yo me lo esperara, una lágrima rebelde se filtró por mis párpados cerrados y rodó por mi mejilla. Aunque no tuve la intención de secarla, deseé con todas mis fuerzas que Iván no la notara, que estuviera tan compenetrado en el momento que no se diera cuenta de que estaba llorando.

Por desgracia (o, al menos fue lo que pensé en ese momento), se dio cuenta. Se alejó de mí y, con el asco con el que alguien tocaría una superficie pegajosa, presionó un dedo en mi mejilla, justo por donde estaba corriendo la lágrima.

—¿Cuál es tu problema ahora? —Demandó, en tono brusco. Su voz sonaba lejana, en forma literal y figurada.

Cuando abrí los ojos, lo encontré casi en el otro extremo de mi habitación.

No me moví ni hablé. No lo intenté, siquiera, porque sabía que no podía.

—Dios, Arabelle —espetó, frustrado conmigo y con la situación—. No puedes hacerme siempre lo mismo y dejarme así.

Así. Era bastante evidente a lo que se refería.

Más lágrimas picaron en mis ojos, y otra amenazó con salir. Me miró, como si tuviera asco de mí. Pero nada de lo que él sintiera por mí en esos momentos podría compararse con lo que pensaba yo sobre mí misma.

—Será mejor que me vaya.

・・♡・・

Todo eso parecía haber pasado un millón de años antes, sobre todo ahora que me encontraba caminando por un crucero de la mano del mismísimo Étienne Dupont, quien fuera el chico que me gustó por... Bueno, por muchísimo tiempo.

No me gustaba comparar, pero me era inevitable hacerlo. Después de todo, si bien mi historia con Iván ya era parte del pasado, era bastante reciente.

Pero, bueno, ahora el mundo se me hacía más brillante y feliz, las oportunidades eran infinitas y los problemas se habían esfumado...

—¡Fíjate por dónde caminas! —Escuché a alguien gritar desde el suelo. Cuando bajé la vista, me encontré a Luciana sentada en la madera del piso, ofuscada.

A pesar de que no lo había hecho a propósito, no ofrecí ni siquiera unas disculpas.

Étienne intentó calmar las aguas, por lo que estiró una mano en su dirección para ayudarla a levantarse, pero ella la espantó de un manotazo.

—No necesito ayuda —espetó, poniéndose de pie—, y menos la tuya.

—Sabes, Luciana, eres insoportable —le dijo.

—Y tú, un imbécil.

—Me tienes harto con todos tus jueguitos. Madura ya, ¿quieres?

—¿Todos mis jueguitos? —Repitió, incrédula—. ¿Qué hay de los tuyos, Étienne?

—Al menos yo no me meto en relaciones ajenas, ¿o no, Lu? —Refutó él, en tono burlón.

De repente, había sido relegada al papel de espectadora. No tenía idea de qué estaba sucediendo ni de qué estaban hablando.

Luciana se tensó igual que un gato.

—¿A qué te refieres con eso?

—Iván Fabra, ¿te suena ese nombre? ¿Ese que besaste en la fiesta de Nacho hace unos meses?

La sangre abandonó el rostro de mi prima, y creo que también el mío. Ahora, el rompecabezas estaba completo y la chica que por tanto tiempo había estado sin rostro en mis recuerdos tenía cara.

Era la de mi prima.

Atrapados en el Mar (Atrapados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora