Capítulo 11: La Regina George de la vida real (Parte II)

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Llevaba —casi— diecisiete años escuchando esa voz a diario.

Dejé de moverme en los brazos de Étienne, resignando cualquier intento de zafarme. Me soltó casi al instante, seguro de que no mataría a Luciana frente a mi papá... Ni frente a mi mamá, André, Victoria y mis tíos. Como si la situación no fuera lo suficientemente intensa, se había puesto peor con toda la familia de espectadora.

—No... No sé lo que le pasa, tío... —Comenzó mi prima, con voz de cachorro mojado. Bueno, los cachorros no hablan, pero, si lo hicieran, tendrían ese tono. A su vez, condimentó el espectáculo con la mirada llena de lágrimas. ¡Dios! Qué detestable—. Arabelle tiró su teléfono al agua... ¡Y se echó a gritar como una loca! ¡Para colmo, me acusó de tener la culpa!

Apreté la mandíbula. Había una sola persona en este mundo a la que odiaba con todo mi ser: a mi prima.

Continuó hablando, sin dejar que yo metiera bocadillo para defenderme:

—¡Ha perdido la cabeza! Incluso quiso golpearme. Por suerte, Étienne la detuvo antes de que pudiera hacerme daño.

—¡Eso no es cierto! —Intercedí, indignada—. ¡Ella provocó que mi teléfono cayera al agua!

Para mi mala suerte, aquellas palabras salieron de mi boca como un chillido, algo que no ayudaba a mi credibilidad. Seamos honestos: en esa escena, vista desde afuera y sin ningún tipo de contexto, llevaba las de perder.

Luciana, por su parte y sin siquiera inmutarse por mis dichos, se acercó a nosotros. Con un fuerte empujón, se acomodó entre Étienne y yo, y entrelazó el brazo con el suyo.

—De no haber sido por él... ¡Dios mío! —Exclamó, en tono dramático—. ¿Quién sabe qué hubiera pasado?

Aunque la detestaba, debía reconocer que era una actriz de primera. Sin duda, todas esas clases de teatro no habían sido en vano. No obstante, eso no quería decir que mi enojo se estuviera aplacando, sino todo lo contrario: a cada segundo que pasaba, su improvisada actuación me hacía hervir más y más la sangre.

—¡Luciana me empujó a la piscina! ¡Lo hizo a propósito! —Me defendí, como si tuviéramos cinco años.

Mi papá me miró con ojos enfadados, algo que yo odiaba. Me recordaba a cuando era pequeña y hacía algo malo: de manera implícita, me decía que estaba en problemas.

—Tienes que creerme... Por favor... —Supliqué, abatida, al ver que mi papá no daba el brazo a torcer. Esto no hacía más que alimentar el ego de mi prima.

—¿Acaso es mentira que intentaste hacerle algo a tu prima?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—Eh, yo...

—Responde, Arabelle. ¿Sí o no?

Me mordí el labio inferior, mientras los ojos se me llenaban de lágrimas. La vergüenza inicial era ínfima en comparación con lo que se gestaba dentro de mí en esos momentos.

Ante los ojos expectantes de todos, tuve que negar con la cabeza.

—Estoy decepcionado de ti, Arabelle. Muy decepcionado.

No pude detener las lágrimas que comenzaron a rodar por mis mejillas ante semejante injusticia. ¿Acaso eso era lo único que le importaba? Si íbamos a los hechos concretos, yo no le había hecho ni un rasguño a Luciana, a diferencia de ella, que había destruido mi teléfono móvil. Podíamos esgrimir que Étienne era el principal responsable de que las cosas no hubieran llegado a mayores, pero aun así no había hecho nada.

Me agaché para tomar el aparato mojado que se encontraba en el suelo, y se lo entregué a mi padre.

—Creí que me conocías mejor que esto.

Entonces, reuní la poca dignidad que me quedaba y comencé a alejarme. Por obvias razones, no podía verme (bueno, que no soy Dios ni estábamos en una película), pero si hubiese tenido que describirme, lo habría hecho con dos palabras: "pajarito mojado". Al menos, así era como me sentía.

—Es una lástima, Francisco, que tengas una hija así —comentó mi tío, el padre de Luciana. Me detuve en el lugar—. Nadie hubiese creído que Arabelle terminaría haciendo algo así.

El nudo que se me formó en la garganta era tan grande que ni siquiera podía tragar saliva.

—Con todo respeto, señor, debería callarse. Y, antes de hablar de los hijos de otras personas, debería prestar más atención a la suya. Después de todo, no es Arabelle la que disfruta empujar personas al agua, ni es la persona que rompe teléfonos.

Aunque la respuesta parecía digna de mi hermana mayor, no era ella quien la había formulado (por una cuestión básica: no estaba presente). Había sido Étienne.

Esas palabras, junto al hecho de que se acercó a mí y me tomó de la mano, fueron mis rayitos de sol personales en aquella situación tan nublada. No podía mentir, ahora me sentía un poquito mejor.

—¡No la defiendas! —Exclamó Luciana, su voz aguda cortando el estupor que él había creado.

—Defiendo la verdad, Luciana —replicó él, tras voltear la cabeza para mirarla—. Quizás, por una vez en tu vida, podrías dejar estos jueguitos tontos y ser sincera con todos los que están aquí. Al menos, por respeto a tus padres.

—¿Insinúas que soy una mentirosa?

La pregunta quedó flotando en el aire. Étienne consideró que lo mejor era no responderle —o, tal vez, que ni siquiera valía la pena hacerlo—.

El chico comenzó a tirar de mi mano para que avanzáramos.

—Arabelle, vuelve aquí —exigió mi padre.

Mi padre, una de las pocas personas en las que confiaba que jamás me daría la espalda, lo había hecho. Como si fuera poco, frente a todos. Aunque no fuera una cuestión de vida o muerte, me dolía el hecho de que no me defendiera en lo más mínimo. Dejó que me humillaran, tanto mi prima como mi tío, y no había sido capaz de pronunciar ni una mísera palabra a mi favor.

Bueno, al final del día, era mejor pelearse conmigo que con el resto, ¿no?

—No —repliqué. Y, a pesar de que no fue más que un murmullo, me escuchó.

—He dicho que vengas aquí, Arabelle.

Volteé una última vez para decir:

—No. No quiero estar cerca de alguien que cree que sería capaz de enojarme así sin motivo alguno.

Atrapados en el Mar (Atrapados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora