Proposición

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Capítulo II

Aún no podía procesar sus palabras ¿En realidad hablaba en serio?

—Espera Sesshomaru, me estás diciendo que has decidido casarte con Rin cuando ella cumpla quince años y quieres que te acompañe durante todo este tiempo en tu castillo como una especie de ama de llaves... ¿Eso no te suena por demás descabellado?— Al ver que el joven peliplateado no cambiaba su gesto, optó  por seguirle el juego, si es que a eso se le podría llamar juego.

—Hasta que no se cumplan los cinco años el pozo estará sellado y créeme, no tienes más opciones.— Sus palabras la estaban llenando de ira... ¿Cómo era posible que haya hecho eso sin su consentimiento? Si se lo hubiera pedido desde un principio, ella tal vez habría aceptado la proposición sin ningún problema. Pero al parecer también era muy impulsivo como Inuyasha y ahora, tantos años sin ver a su familia, era inaceptable.

—Escuche, distinguido Lord del Oeste, si usted cree que yo iré a vivir a su castillo...—Ella se quedó a medias pues había escuchado una voz conocida que provenia del bosque.

—¡Kagome!— Sí, era él.

—¡Déjeme decirle que aceptó!— Dicho esto se lanzó a los brazos del yōkai, acto seguido el hombre arrojó a la distraída chica al suelo.

—Tienes que arreglar tus asuntos con ese híbrido, mujer. No quiero verte llorar de ningún modo. Vendré por ti al anochecer y si intentas huir, te mataré.— Fue lo único que dijo y se alejó, perdiéndose en la foresta.

—¿Qué quería ese miserable?— Al parecer el hanyō había alcanzado a ver a Sesshomaru. La joven agradecida estaba porque ya no dijo más, prueba de que no había escuchado la plática que sostuvieron.

—Nada, Inuyasha...— Contestó la chica sacudiéndose el polvo de su ropa. Intentó caminar pero el dolor en su tobillo le afecto en sobremanera.

—¿Estás bien?—Preguntó mientras se disponía a ayudarla e inspeccionar el área afectada, la sacerdotisa sintió el toque de sus manos. ¿Por qué las cosas se habían dado así?

—Sí, no es nada...—Ella no quería verlo, no deseaba hablarle pero por alguna extraña razón él estaba allí. Y lo amaba, sí que lo amaba. Una lágrima furtiva rodó por su mejilla e intentó apartarse, cosa que él no permitió.

—Ven, te llevaré ...— Él se acomodó en cuclillas y Kagome dudó unos instantes, finalmente se trepó a su espalda como en los viejos tiempos. El corrió y brincó entre los árboles, haciendo que el viento le golpeara el rostro y jugara con sus negros cabellos. Se aferró más a su amado, imaginando por un momento que todavía estaban buscando los fragmentos de la perla y que todo lo que ahora era, solo se trataba de una horrible pesadilla.

—¿Eres feliz?—Indagó curiosa la sacerdotisa mientras comenzaba a llorar.

—Sí, muy feliz... Aunque me gustaría que conocieras a mis cachorros. Yo sé que tal vez llevabas prisa, pero no podía permitir que te fueras sin haberlos visto.— Ella no pudo ocultar su inmensa tristeza.

¿Cómo se atrevía a decirle que era feliz y luego pedirle que conociera a sus hijos? Definitivamente él era un desalmado y también un egoísta. Sabiendo que lo amaba ¿Por qué le gustaba hacerle daño?

Tal vez era un inconsciente. Después de todo... ¿Cuántas veces no la había lastimado yéndose por las noches a buscar a su muerta andante?

—Este... Yo... Decidí quedarme unos días más, llévame a casa de Lady Kaede y mañana a primera hora iré a visitarlos, ¿te parece?...— Aunque trató de mentirle, él se dio cuenta. No queriendo presionarla, la llevó a la aldea donde la anciana se sorprendió de su regreso y nada menos que en compañía de su cuñado.

Despertar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora