Nos pertenecemos

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Capítulo XII

Inuyasha se quedo de pie a las afueras de la aldea, había algo que no podía sacar de su mente y esa era la situación que se presento de hacer suya a Kagome. Se sentía un miserable al tratar de dañarla, pero aun más cuando ella decidió quedarse con Sesshomaru.

La cruda realidad le dio de lleno, había perdido.

¿Pero que estaba pensando? Ella había prometido quedarse a su lado, a costa de lo que fuera y la haría cumplir su promesa de una forma u otra, definitivamente la obligaría. Apretó los puños con odio, jamás dejaría que su medio hermano le arrebatara el cariño y el afecto de la morena.

—¿Qué ocurre Inuyasha?— Preguntó una voz conocida a su espalda.

—Kikyo...— Giró y observó a la joven que se acercaba hacia él.

—¿A dónde esta Kagome?— Cuestionó sin rodeos.

—Se... Decidió quedarse con Sesshomaru...— Contestó de mala gana.

—Ya veo y es por eso que estas así... ¿No es verdad?— Ocultó lo mas que pudo sus celos para que el hanyo no sospechara nada.

—¡No te importa!— Le gritó de forma tajante.

—¡Claro que me importa! Es algo que me afecta... Tu mismo dijiste hace unos cuantos días que a quien amabas era a mí, no a esa mujer... ¿Qué esta pasando?— Quería averiguar el porqué de la actitud de Inuyasha, se estaba comportando como un lunático.

—Yo...—

—No es necesario que lo digas... Te diré que esta pasando... ¡Tu tienes miedo! Tienes miedo de perderla y que ya no sea tu segunda opción, ¿sabes que? ¡Me alegro y mucho! Cuando estaba contigo jamás le diste el valor que ella merecía. Porque aunque me duela admitirlo, te amaba...— La joven comenzó a llorar amargamente y él se quedo allí, sorprendido de sus palabras. En algún lugar de su corazón lo que dijera la sacerdotisa habían calado hondo en su ser porque era verdad. Él se sentía de una forma dueño de la otra miko y por un momento no supo que decir. Tenía muchas cosas que pensar y lo primero que haría, sería sin duda alguna y de una vez por todas definir sus sentimientos, así que se alejó ante la mirada atónita de la sacerdotisa.

La mujer lo vio perderse en la oscuridad y con lentitud se encaminó hacia el pequeño templo donde había dejado la perla guardada, mientras que las pequeñas serpientes que siempre le acompañaban, iban depositando almas en su cuerpo.


Los primeros rayos del sol iluminaron a la pareja que estaba recostada al abrigo de un enorme árbol. Sesshomaru pasó lo que restaba de la noche en vela, viendo descansar a la joven. Con su larga estola le había proporcionado algo de comodidad para que reposara ya que tenía dos días sin dormir adecuadamente.

Un par de veces la escuchó suspirar  y mencionar su nombre entre sueños, además de otro: Shun.

¿A quien se refería? No había nadie en el grupo de Inuyasha que se llamara así... Tal vez, de la época de la que venía había dejado a alguien que llevaba ese apelativo. No le dio importancia y sintió que la mujer se había aferrado a sus ropajes pero aún no despertaba; por lo cual decidió llevarla en brazos para llegar lo antes posible a su destino y como el día anterior, utilizo la tele transportación para ahorrar tiempo. Arribaron de inmediato a la entrada del castillo y con andar solemne llegó hasta sus habitaciones y depósito a la muchacha sobre la cama.

Después de un rato, alguien tocó a la puerta.

—Amo bonito, vine a darle la bienvenida...— Lo que vio sobre el lecho le llamó en extremo la atención y la quijada del individuo de color verde golpeó el suelo de la impresión.

Despertar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora