Sentimientos

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Capítulo  III

—Es una pena que Kagome no nos haya visitado...— Decía una joven de cabello castaño que observaba de soslayo a su esposo, con el más pequeño de sus hijos en brazos.

—Sango, querida, ya han pasado casi cinco años de eso, trata de olvidar ya.— Le dijo seriamente Miroku con marcada preocupación. Ella suspiró, su mejor amiga no les había avisado de su regreso. Por la ventana pudo ver a sus hijas y a Shippo, quien estaba muy dolido porque la mujer que había considerado como su madre ni siquiera se había tomado el tiempo de estar con él. Se enteraron por medio de Kohaku de lo sucedido y eso los entristeció en gran manera, pero no le guardaban rencor a su amiga, sabían cuales habían sido sus razones y la entendían.

—Tal vez deberíamos vivir en la aldea. ¿No lo crees amor? Si nuestra amiga regresara, no tendría por qué viajar tan lejos solo para venir a vernos...— El monje sonrió, al menos esa propuesta era para considerarse.

También se habían enterado que Sesshomaru ya no visitaba a Rin pero periódicamente le mandaba un kimono con su sirviente Jaken.

Todo había cambiado para bien o para mal, no lo sabía. Ahora que lo analizaba detenidamente, su hermano visitaba frecuentemente a la protegida del daiyōkai, que en ese momento contaba con catorce años y medio. Era extraño, aunque claro, se hicieron muy amigos desde que Naraku le mandara secuestrar a la niña. ¿Acaso Kohaku se había enamorado de Rin? No, no era probable puesto que era mayor que ella. Así que desechó sus ideas por no tener suficientes elementos para corroborar sus sospechas.

La tarde transcurrió con lentitud, después de la cena todos fueron a dormir. El kitsune de cabellos rojos, estaba recostado en su futon pensando en lo que haría si volviera a ver a Kagome. Ahora su fisionomía era diferente, era más alto, delgado y su cabello era más largo. Aún estaba despierto cuando escucho ruidos en el corredor. Salió con precaución de su habitación, pero se tranquilizó al ver que se trataba de Kohaku.

—¿Ocurre algo?— Preguntó el chico de ojos azules al joven que tenía frente a él.

—¡Familia! Les traigo buenas noticias...— Exclamó con una sonrisa de oreja a oreja.

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Tenía más de dos días esperando a que volviera en sí y ver aquella silueta oculta bajo la gasa de color carmín, no ayudaba en nada. Cierto que el veneno había surtido efecto pero no esperaba matarla, sino conservar su belleza por un buen tiempo. Aunque no era una yōkai, envejecería como tal.

No había necesidad de preguntarle nada, ella se quedaría con él, con el gran Lord del Oeste.

¡No! De ninguna manera se trataba de una obsesión, era verdad que Rin tenía cierto parecido con la ex mujer de Inuyasha, pero solo eso. Ahora estaba en un encrucijada, porque no sabía que esperar cuando ella despertara, tal vez se iría a su época... ¿Quién podría saberlo?

Pero la retendría a su lado y a la fuerza de ser necesario. ¡Demonios! ¿Qué estaba pasando? Esa mujer lo estaba volviendo loco y no lo admitiría de ninguna manera. Después de todo había decidido hacer feliz a su protegida y Kagome no iba a ser un obstáculo en su vida, pero preferiría verla muerta antes de que ella decidiera marcharse de su lado.

Se encontraba librando una batalla en su interior y se mantuvo con los ojos cerrados. El daiyokai estaba inclinado sobre una rodilla, a un lado de la cama. Su mano sostenía la tela que cubría a la joven, meditando en aquello que los humanos llamaban sentimientos. Y porque lo que se generaba en su frío corazón, difería de una y otra mujer. Porque por un lado creía amar a Rin pero su sentir hacia la miko era completamente distinto.

Despertar contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora