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Es imposible ir manejando desde la calle 63 Este, en Manhattan, a Boston, Massachusetts, en menos de tres horas y veinte minutos. Créame, he probado los límites máximos en esta ruta, y estoy convencido de que ningún automóvil, extranjero o doméstico, aun con algún tipo Graham Hill al volante, puede hacerlo más rápido. Yo llevaba al MG a 170 km por hora en la autopista principal.
Tengo esta afeitadora eléctrica sin cable y puede estar seguro de que me afeité cuidadosamente y cambié mi camisa en el auto, antes de entrar en las benditas oficinas de State Street. Aunque eran las 8 de la mañana había varios tipos de distinguido aspecto bostoniano esperando para ver a Kang Baekho III. Su secretaria —que me reconoció— ni siquiera pestañeó cuando dijo mi nombre por el intercomunicador.
Mi padre no dijo "hágalo pasar".
En lugar de eso abrió la puerta y apareció en persona. Dijo:

—Baekho.

Preocupado como yo estaba por la apariencia física, noté que parecía un poco pálido, que su cabello se había vuelto grisáceo (y quizás más ralo) en estos tres años.

—Entra, hijo —dijo.

No pude adivinar nada por el tono. Sólo caminé hasta su oficina.
Me senté en el "sillón de los clientes".
Nos miramos el uno al otro, después dejamos que nuestras miradas se dirigieran a otros objetos de la habitación. Dejé que la mía cayera entre los útiles de su escritorio: tijeras en un estuche de cuero, un cortapapeles con mango de cuero, una foto de mi madre tomada años atrás. Una foto mía (graduación en Exeter).

—¿Cómo van tus cosas, hijo? —preguntó.

—Bien, señor —contesté.

—¿Y cómo está Daehwi? —preguntó.

En vez de mentirle me escapé del tema —aunque era el tema— saltando bruscamente a la razón de mi brusca reaparición.

—Padre, necesito que me prestes cinco mil dólares. Por una buena razón.

Me miró. Con una especie de asentimiento, pienso.

—¿Bien? —dijo.

—¿Señor? —pregunté.

—¿Puedo saber la razón?

—No puedo decírtela, padre. Sólo te pido que me prestes ese dinero.

Yo tenía la sensación —si es que en realidad se pueden recibir sensaciones de Kang Baekho III— de que él se proponía darme el dinero. También me di cuenta de que no quería hacerme problemas. Lo que quería era hablar.

—¿No te pagan en Kwak y Ahn? —preguntó.

—Sí, señor.

Estuve tentado de decirle cuánto, simplemente para hacerle saber que era el récord de la clase, pero entonces pensé que si sabía dónde trabajaba, sabría también mi sueldo.

—¿Y él no enseña también? —preguntó.
Bueno, no lo sabía todo.

—No lo llames "él" —dije.

—¿No da clases Daehwi? —preguntó cortésmente.

—Por favor, déjalo fuera de esto, padre. Es una cuestión personal. Una importantísima cuestión personal.

—¿Has metido en líos a alguna chica? —preguntó, pero sin ninguna desaprobación en su voz.

—Sí —dije—. Sí, señor, es eso. Dame el dinero. Por favor.

Ni por un momento pensé que creyera en esa razón. Pienso que tal vez realmente no deseaba saber. Simplemente me preguntaba, como lo dije antes, para que pudiéramos hablar.
Buscó en el cajón del escritorio y sacó una chequera del mismo cuero del mango de su cortapapeles y la caja de sus tijeras. La abrió lentamente. No para torturarme, no creo, sino para demorar más tiempo. Para encontrar cosas que decir. Cosas no chocantes.
Terminó de escribir el cheque, lo arrancó del talonario y luego me lo extendió. Yo fui posiblemente un poco lento en darme cuenta de que podía levantar mi mano para encontrar la suya. Entonces él se sintió avergonzado (creo), retiró la mano y ubicó el cheque en el borde de su escritorio. Me miró ahora moviendo la cabeza. Su expresión parecía decir: "Ahí está, hijo".

Pero todo lo que hizo fue mover la cabeza.
No era que yo quisiera salir de allí. Era sólo que no podía pensar por mí mismo en algo para decir. Y era imposible quedarnos sentados en ese lugar, los dos queriendo hablar y sin embargo incapaces hasta de mirarnos mutuamente, derecho a la cara.
Me adelanté y tomé el cheque. Sí, decía cinco mil dólares, firmado a nombre de Kang Baekho IV. Yo estaba en la vía. Lo doblé cuidadosamente y lo puse en el bolsillo de la camisa, mientras me levantaba y me arrastraba hasta la puerta. Podría haber dicho algo que sonara como que a mi criterio muy importantes funcionarios de Boston (tal vez aún de Washington) estaban esperando frente a su oficina, y sin embargo si tuviéramos más que decirnos uno al otro yo podría hacer tiempo en tu oficina, padre, y tú cancelarías tus planes de almuerzo... y todo eso.
Pero me paré allí, con la puerta entreabierta, y reuní el coraje para mirarlo y decirle:

—Gracias, padre.

Love Story «Donghwi/Baekhwi» ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora