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Faltaba todavía la cuestión de Cranston, Rhode Island, una ciudad situada al sur de Boston, casi a la misma distancia que Ipswich, sólo que Ipswich queda al norte. Después de la debacle de la presentación de Daehwi a su potencial familia política ("¿La tengo que llamar no-política ahora?" preguntó él) no tenía ninguna confianza en mi encuentro con su padre. Es decir, en este caso yo estaría perturbando ese gran síndrome amoroso ítalo-mediterráneo, mezclado con el hecho de que Daehwi era hijo único, mezclado con el hecho de que no tenía madre, lo que significaba opresivos vínculos anormales con su padre. Me erigiría contra todas esas fuerzas emocionales que describen los libros de psicología.

Además, el hecho de estar en la vía.
Es decir, imaginen por un segundo a Kang Baekho, un dulce muchachito coreano de la otra cuadra en Cranston. Rhode Island. Viene a ver al señor Lee, un asalariado jefe pastelero de dicha ciudad, y dice: "Quisiera contraer enlace con su único hijo. Daehwi". ¿Cuál sería la primera pregunta del viejo? (No cuestionaría el amor de Kang, puesto que conocer a Daehwi es amarlo, esto es una verdad universal). No, el señor Lee diría algo así como: "Kang ¿con qué lo va a mantener?"
Y ahora imaginen la lógica reacción del señor Lee si Kang le informara que las cosas serían al revés, al menos durante los próximos tres años: ¡era su hijo quien debería mantener a su yerno! ¿No le mostraría a Kang, el buen señor Lee, la puerta de calle? O más: ¿no lo sacaría a empujones si Kang no tuviera mi tamaño?
Me corto un huevo que lo hubiera hecho.

Esto puede servir para explicar por qué, en ese domingo de mayo por la tarde, yo obedecía todas las señales de límite de velocidad, mientras íbamos hacia el sur por la Ruta 95. Daehwi, que disfrutaba de mi serenidad para manejar, se quejó en un momento de que yo iba a ochenta en una zona de cien kilómetros por hora. Le dije que necesitaba asentar el auto, cosa que no creyó en absoluto.

—Dímelo una vez más, Dae.

La paciencia no era una de las virtudes de Daehwi, y él se rehusó a mantener mi confianza repitiendo una vez más las respuestas a todas las preguntas que le había hecho.

—Sólo una vez más, Dar, por favor.

—Lo llamé. Hablé con él. Dijo okay. En inglés, porque como te dije y aunque no lo creas él no sabe una maldita palabra de coreano, excepto unas pocas maldiciones.

—¿Pero qué quiere decir okay?

—¿Me vas a contar que la Escuela de Derecho de Harvard ha aceptado a un hombre que no sabe ni siquiera definir "okay"?

—No es un término jurídico, Dae.

Él tocó mi brazo. Gracias a Dios, entendí eso. Aún necesitaba aclaraciones, sin embargo. Tenía que saber en qué estaba.

—Okay puede también significar me las aguanto.

Él encontró caridad en su corazón para repetir por enésima vez los detalles de la conversación con su padre. Él era feliz. Él era. Él nunca había esperado, cuando la mandó a Radcliffe, que volviera a Cranston para casarse con el chico de al lado (quien, por otra parte, se lo había propuesto antes de que se fuera). Al principio se mostró incrédulo de que el nombre de su prometido fuera Kang Baekho IV. Entonces aconsejó a su hijo no violar el undécimo mandamiento.

—¿Cuál es? —le pregunté.

—No macanear al padre.

—Oh.

—Y eso es todo, Baekho. De veras.

—¿Sabe que soy pobre?

—Sí.

Love Story «Donghwi/Baekhwi» ADAPTACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora