Capítulo III

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  Es sábado, acabo de despertar y Bella sigue dormida, lo que es raro, porque casi siempre suelo despertarme horas más tarde que ella, tal vez es muy temprano aún, o simplemente se desveló anoche viendo por milésima vez alguna de esas películas Disney que tanto le gustan. Cuando llegué a nuestra habitación estaba el televisor encendido, pero ella al parecer se había ido, lo más probable, a buscar alguna botana para comer, yo sólo entré y me senté en mi cama a ojear un poco los dos libros que pedí prestados de la biblioteca; "Esferas de Luz" y "Susurros", no sé por qué escogí el ultimo, estaba al fondo de un librero demasiado polvoriento al que nadie va, a excepción de mí.

 Frank, el bibliotecario, que es un buen amigo mío, pareció algo sorprendido de mi elección, pero no dijo nada, me despedí de él con el juego de manos que inventamos juntos cuando era solo una niñita que se escondida ahí para escapar de los capacitadores o de los molestos sub, claro que también iba en cualquier pequeño rato libre que se me presentaba.

 Solía pensar que era el señor más sabio del mundo, así que todo el tiempo que pasábamos juntos le hacía un millón de preguntas, aún lo creo que lo es, estoy segura de que ese viejo ha leído cada libro de la biblioteca. Se ve como un hombre fuerte a pesar de los años, es alto, usa lentes de montura muy gruesa, su cabello es blanco como la nieve, siempre perfectamente peinado hacia atrás con una pequeña cola de caballo, al igual que la ligera barba súper arreglada que ha tenido desde que lo vi por primera vez, su mirada es profunda y sabia, aunque juguetona y llena de vida, igual que su sonrisa.

 Frank no ha cambiado nada, excepto porque ahora tiene las ojeras más marcadas, siempre le he dicho que debería descansar, porque ha estado enfermo desde hace un tiempo, pero él sigue respondiéndome lo mismo, aún con la misma sonrisa feliz: "Un par de ojeras son el trofeo de un apasionado lector". Él podrá responder eso, pero cuando yo lo hago suele decirme un pequeño sermón que lo hace sonar algo engreído: "Tienes medallas, pequeña, pero aún te faltan libros para llegar al trofeo", a esa respuesta suelo poner los ojos en blanco y darle un pequeño golpecito en el hombro.

 De verdad aprecio mucho a Frank, él me ha enseñado infinidad de cosas. Me preocupa su enfermedad, lo he oído toser muy fuerte y lo he visto tomar pastillas, pero cada vez que le pregunto sobre eso cambia el tema o se niega a responder, siempre ha sido algo misterioso. De a poco se ha vuelto frágil, sé que si no fuera por el hecho de que puede volar, en algún momento me hubiera pedido ayuda para buscar u ordenar los libros de la parte menos accesible de los estantes. Sé que se va a mejorar, o al menos eso espero.

Una historia sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora