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No recuerdo cuándo fué la última vez que intenté ponerme un maldito suspensor. Desde luego, ésta desdichada prenda no era ni por asomo cómoda pero sí indispensable para el ballet... Ésa es la causa del porqué estaba poniéndome una tanga masculina en un vestidor con, al menos, veinte chicos más.

Pero bueno, ustedes se preguntarán de qué vá todo ésto y yo, con mucho gusto, se los relataré.
Mi nombre es Kim Taehyung y, en las pruebas de admisión generales para el International Korean Ballet del aňo pasado, logré entrar en la categoría senior en la duodécima posición.
Tranquilos, no es nada de lo que se pueda inflar el pecho. Sólo hay doce bailarines en ésta categoría, por lo que, si aún no lo has captado, si... Soy el último y, según las palabras de la propia instructora que me calificó, el nuevo y peor bailarín de la compaňía.

Genial. Hermoso. Maravilloso y soňado.

Como sea, no dejo que ésto me robe demasiados pensamientos, suficiente me he torturado durante todas las vacaciones con la carga de estar más afuera que adentro de la compaňía y, si no mejoro mis movimientos, me veré obligado a dejar mis sueňos de lado y concentrarme en mi trabajo de la cafetería.
Mi vida, como verán, no es un lecho de rosas. Pero no hay mal que dure mil aňos y, como siempre ha dicho mi madre, siempre salió el sol luego de la tormenta.

No me atreví a mirarme al espejo demasiado y me coloqué la calza negra elastizada que sería ideal para poder bailar. Una blusa azul petróleo y las zapatillas propias de un bailarín fueron el complemento para mi atuendo de entrenamiento. Miré a mi alrededor al haber terminado, todos hablaban entre sí en aquél vasto espacio que teníamos para cambiarnos. El lujo que destilaba cada milímetro cuadrado del suelo, las paredes y el techo adornado con una luminosa araňa dorada me hizo sentir repentinamente avergonzado al compararlo con la humildad de la primer y única academia a la que asistí desde los cuatro aňos, la que quedaba a cinco minutos de mi casa a pié, a las afueras de Daegu.
Recordé a la seňora Xiang, una mujer de origen chino que pasaba los sesenta aňos, una exigente instructora que en sus aňos mozos supo ser una de las mejores bailarinas de Asia hasta que una lesión en su tobillo la sacó de las tablas. Sin embargo, su calidez y paciencia para enseňar no se comparaban con nada en éste mundo y, a juzgar por lo que veía alrededor de mi persona, sólo me quedaba recordar que estaba muy lejos de aquélla calidez, muy lejos de casa.

— Si no te apuras, te meterás en serios problemas. —

Una voz completamente desconocida me sacó de mi ensoňación y provocó que automáticamente me girara ciento ochenta grados hacia mi sorpresivo interlocutor, encontrándome cara a cara con un joven de mi misma estatura, cabello castaňo oscuro y una sonrisa tan pícara como infantil a la vez. Estaba ataviado con prendas parecidas a las mías a excepción de la blusa... La suya era una camiseta blanca simple.

— ¿Qué? ¿Acaso te parezco bonito? —

Volvió a hablar ante mi silencio, provocando mi inmediata reacción ante sus burlescas palabras. Vaya confianza para hablarme informalmente.

— No, sólo estaba en otro lado... ¿Qué hora es? — le consulté, pues mi celular lo había dejado en mi casillero y no tenía demasiadas ganas de ir a revolver mi bolso con toda mi ropa y demás accesorios.

— Mhn... Falta exactamente dos minutos para que seamos carne fresca para la seňora Choi. ¿Vamos? —

— ¿¡Qué!? —

No sé que fué lo que más me alarmó, si el hecho que estaba a punto de llegar tarde a clases en mi primer día o que mi instructora sería la misma que me había calificado.
De cualquier forma, salí corriendo como alma que lleva el diablo, secundado por el castaňo desconocido, el cuál parecía lo suficientemente divertido con la situación como para reirse a carcajada limpia.
Al girar el picaporte del estudio mayor, una decena de pares de ojos nos recibieron, los mismos que estaban en los vestidores antes... A excepción de un par.

El Cisne (VMin) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora