El Cisne (VMin)

V

- Te ves fatal, TaeTae... -

- Dime algo que ya no sepa.-

- No lo digo por tu cara destruida, lo digo por tu estado anímico, ya ni sonríes. -

- No tengo ganas de sonreír.-

Hoseok suspiró y miró la taza de caramel mocca por unos interminables segundos antes de darle un buen sorbo y saborear el gusto de la crema mezclada con la cafeína al punto de cerrar los ojos en una expresión de placer sensorial absoluto, lo cuál me hizo reír inevitablemente.

- ¡Ajá! - Clamó, depositando su bebida en la mesa de madera mientras se echaba hacia adelante y se tomaba la libertad de acomodarme un mechón de cabello hacia atrás, atrevimiento el cuál no impedí de ninguna forma. - Así te ves mejor, ¿No crees? -

Me encogí de hombros y seguí observándolo en silencio. Nada había cambiado en él, seguía siendo ése montón de huesos, piel y músculos armonizados que irradiaban alegría y cariňo por dónde iban.

Un sol con patas, cómo solía decirle para molestarlo.

Jung Hoseok fué la primera persona que conocí luego de llegar a Seúl y, hasta el día de hoy, era mi vecino.
Desde el primer día, su calidez y su forma enérgica de ser me cautivaron a tal punto de no poder evitar que mi piel se erizara por completo con tan sólo ver su sonrisa en forma de corazón, o la manera en la que su cuerpo se movía al son del Break Dance. Porque, antes que nada, Hoseok y Baile eran dos palabras que parecían haber sido destinadas desde tiempos inmemoriables para ser usadas en una oración y que quedaran perfectamente bien. Aquél joven de veintitrés aňos fué, por aňos, el invicto primer bailarín del Universal Ballet of Korea, teniendo becas aseguradas y una carrera ascendente a la mejor posición del mundo.

Sin embargo, éso no lo hacía feliz.

Su pasión siempre fué el baile urbano, no el baile de salón.
Él se fundía con el asfalto, los charcos de agua consecuentes de la lluvia y los aplausos de las personas comunes y corrientes que se maravillaban con sus ágiles movimientos y le brindaban un cálido abrazo o un pequeňo pastel de limón, no con tablas de madera, luces apuntándole en la cara, una profesora gruňéndole detrás y aplausos apagados por los guantes de seda importada que vestían las manos de quiénes eran capaces de costear una entrada para verle hacer arte.
Es por éso que él mismo decidió hacerse a un costado y vivir la vida como él quería, no como le ordenaban.
A pesar de su corta edad, la experiencia y el éxito adquirido en la academia le permitió ponerse su propia escuela de baile, en dónde sus dos pasiones conviven de forma armoniosa. Por las maňanas enseňa a las personas a moverse como cisnes con la danza clásica y, por la tarde/noche, los convierte en lobos al acecho con el Hip Hop y el Rap.

Y sí, sé muy bien lo que se están preguntando.

Entre nosotros dos siempre hubo una chispa. ¿De qué? Es hasta el día de hoy que no lo sé. Simplemente congeniamos a la perfección desde el primer momento en que cruzamos palabra, cuándo él me ayudó a subir algunos muebles hacia el que sería mi hogar y lo invité a cenar en agradecimiento.

Como es mi costumbre, seré completamente sincero.

Los dos notamos la química entre nosotros e intentamos llevar nuestra relación de amigos a un nivel mucho más alto que éso... Y no funcionó. Si mal no recuerdo, fueron tres meses de pura paz, demasiada paz, e inevitablemente nos terminamos aburriendo.
Sin embargo, pactamos que, a pesar de conocer facetas supuestamente secretas, seguiríamos como antes, ambos miedosos de perdernos el uno al otro.

Dicen que dónde hubo fuego, cenizas quedan. Y aunque entre nosotros solo hubo un fuego abrazador cuando estábamos con unas cuántas copas de más y solos en casa, podría jurar que en sus ojos podía ver revivir aquélla chispa cuándo nos mirábamos. La picardía y diversión en sus pupilas estaba intacta, como la primera vez que nos vimos.