XII

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Cuando era pequeňo, lo suficiente como para no alcanzar a tocar la superficie de la mesa del living por mi cuenta, mi mamá decidió romper con la rutina de nuestros días.

Sin aviso y aprovechando que papá había salido temprano a la oficina, tomó la billetera, el auto y a mí, partiendo hasta el centro comercial más grande de la ciudad cercana a nuestro hogar.
Aquélla fué la primera vez que probé el delicioso y extasiante sabor del algodón de azúcar, lo recuerdo bien.
Fué una tarde llena de juegos y risas, dónde el malgastar dinero no fué un límite para ella, quién sólo quería pasarla bien con su único hijo, siendo yo, agradablemente sorprendido,  quién disfrutaba de su risueňa madre.

Es el día de hoy que puedo comprender su comportamiento, gracias a las lecciones de vida y al psicólogo al cuál asistí durante mi adolescencia.
A veces, ciertas personas inconscientemente suelen actuar de ésa forma antes de que algo grave pase. Es una manera de tener un buen rato con un ser querido y dejar un hermoso recuerdo en su memoria antes de que todo sea un completo desastre.

Dicho y hecho.
Ése día con mi madre es el que mejor recuerdo, ya que fué el último día que la ví con vida.

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— Te dije que no le caería en gracia aquéllo. —

— Mhn... Ni que lo digas. Pensé que hasta me sobaría la polla con tal de que me arrepintiera. —

Jimin revolvía el batido de frutos rojos con desgano mientras reposaba una de sus rechonchas mejillas en la mano libre, mirando como limpiaba las mesas restantes de la cafetería.

Aún no lograba superar la decisión de Jimin.
El sólo hecho de pensar que jamás volvería a verlo brillar en un escenario frente a decenas de ojos expectantes por el arte que aquél cisne entregaba con cada movimiento, me hacía sentir débil y miedoso.
No entendía cuál podría ser la razón detrás de tan abrupta renuncia, por lo que le pregunté directamente que era lo que pasaba con él.

Temo decirles que nunca obtuve una respuesta sólida.
Tan sólo un: "respeta mi decisión, por favor."
No tuve otra opción más que aceptar por el momento su respuesta, pero estaba dispuesto a llegar a explicaciones mas sólidas en el futuro.


En cuánto a la profesora... Digamos que Choi tuvo la misma reacción que tuve yo cuando el pelinegro, ahora sentado a unos metros de mi persona, me había comunicado sin reparo alguno que dejaría de bailar, sólo que lo de ésa mujer fué digno de una telenovela mexicana. Literalmente, se echó al suelo y se lamentó entre gruesas y abundantes lágrimas la escasez de "buenos bailarines a los que dan ganas de enseňar".
Si les soy completamente sincero, tuve que morderme la lengua unas cuántas veces en menos de veinte minutos para no lanzar una carcajada tan sonora que me escucharían hasta Saturno.

Jimin no exageraba en lo dicho, si él se lo hubiera pedido, estoy seguro que ésa vieja hubiera echo algo bastante parecido con quién podría ser tranquilamente su hijo.

Y no, no estoy celoso.

—... Al menos sirvieron mis clases, ¿no? —

Volví a la tierra cuando escuché su pregunta, asintiendo inmediatamente. Las clases magistrales del primer bailarín me sentaron tan de maravilla que pude pasar la prueba de fuego de la instructora, siéndome permitido poder viajar a Madrid... En tres días. Sí, queridos/as lectores/as. En tres días debía subirme a un maldito avión y volar hasta Europa para exponerme ante cientos de ojos extraňos y bailar como un auténtico muňeco de juguetería cara. Encantador, ¿verdad?.
Pensar en ello me daba escalofríos y a decir verdad varias veces provocó que me replanteara la decisión de ser bailarín clásico y no un stripper de antro barato, pero decidí asumir el reto por ése idiota de linda sonrisa que allí estaba sentado, quién había comenzado sus merecidas vacaciones y, al no tener nada mejor que hacer, decidió hacerme compaňía en la cafetería.

El Cisne (VMin) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora