Capítulo 7

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Allison

—Te digo que uses el de escote.— Mi amiga insistió arrojándome la tela brillosa, desde su lugar sobre el montículo de ropa que se había formado en el suelo de mi habitación.

—Ni siquiera me entra un pecho en esa cosa.— Me quejé, tomando un par de pantalones que hizo que me diera una mirada asesina.

—¡Por dios, mujer! Ni tu te crees el cuento de la mojigata, ¿puedes usar algo lindo, al menos?— Se burló, mientras le mostraba el dedo medio y se lanzó a la cama, continuando su ronda de mensajes Leo.

Me miré en el espejo una vez más, sintiéndome inexplicablemente nerviosa por la fiesta. No sabía si era porque no había asistido a una en meses, o porque tenía terror de dejarme llevar y volver a los viejos hábitos busca problemas, pero el que fuese en casa de Jayson y que ambos no hubiésemos hablado en días me hacía sentir repentinamente extraña también.

—¿Y ahora donde está mi labial rojo?— Pregunté, mirando el mar de prendas en el suelo, y finalmente optando por un vestido negro al cuerpo.

Para alguien que se había esmerado tanto en sacarme de quicio, y tan rápido, resultaba extraño haber desaparecido del mapa por casi dos días, y aunque probablemente los preparativos de la fiesta le habían tenido ocupado, y sus las clases de los jueves no coincidían con las mías, me resultaba extraño el no haber oído nada de Jayson Miller.

—¿Estas segura que no puedo saltarme la fiesta esta vez?— Intenté preguntar, mientras me delineaba un ojo y la mueca asesina de Lucia fue suficiente respuesta.

—Ni lo pienses. Además, a ti te encantan las fiestas, no importa lo mucho que mientas al respecto.— Finalizó, rociándose un poco de mi perfume, e inspeccionando que su labial rosa estuviese en perfecto estado.

Todavía se sentía extraño ir a divertirnos las dos solas, sin Ethan, y pensarlo era casi deprimente, por lo que simplemente opté por calzarme los tacones y tomar un bolso lo suficientemente grande para que cupiera mi teléfono y el labial, antes de hacerle una seña a mi amiga para que nos largáramos.

—¿Donde está el resto de ese vestido?— Arthur preguntó, desde el sofá, cuando bajamos las escaleras y puse los ojos en blanco.

—Lo convertí en otro vestido.— Dije, tomando a Lucia del brazo y arrastrandola a la puerta.

—¿No deberías llevar un abrigo? ¿O una manta?— Continuó desde adentro, pero me limité a sacudir la mano.

—Volveré temprano.— Le dije, cerrando la puerta detrás de mí, mientras el nos devolvía el saludo.

Ella se acomodó en el asiento del conductor y puso una botella de licor sobre mi regazo, antes de poner en marcha el motor.

—Que mal gusto.— Comenté al mirar la botella barata y ella se encogió de hombros.

—La próxima la pagas con tu mesada.— Respondió, levantando el tirante del vestido de seda rosada que se le había deslizado por el hombro, y encendió la radio, dejando la misma lista de reproducción que escuchábamos desde que le habían obsequiado el auto.

Después de casi diez minutos de recorrer las calles, supe que habíamos salido de la zona habitual cuando los terrenos de las casas comenzaron a ocupar casi todo un bloque, cercadas como si cada una fuera su propio barrio privado, y las cámaras en las esquinas me hacían preguntarme si es que acaso el presidente vivía en alguno de aquellos ostentosos caserones.

—Ya no estamos en el barrio ¿eh?— Luzu se burló, doblando en una subida en U que llevaba a una enorme entrada parquisada, en donde a pesar de estar bastante lejos de la entrada, la musica podía oírse.

Odio no poder odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora