Capítulo 1

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Allison

El calor del sol comenzaba a molestarme, y me maldije internamente por haber olvidado cerrar las cortinas, otra vez.

La peor parte de la primavera, además de volver a clases, eran los pájaros que se posaban en el árbol junto a la ventana, para cantar lo más temprano posible. Como si con el insomnio no tuviese suficiente.

Con un largo bostezo, estiré mis brazos hasta tomar el teléfono, sobre la mesita de noche y observé la hora, somnolienta.

—¡Mierda!— Chillé, mientras daba un salto desde la cama hasta casi la puerta de la habitación, y con paso torpe me tambaleé hasta la puerta del baño, al final del pasillo. - ¡Maldita sea, Kate! Necesito entrar. - Me quejé mientras golpeaba la madera, y casi pude percibir la sonrisa maléfica de mi hermana del otro lado.

—¡Espera tu turno! ¡Tuve que esperar treinta minutos por Arthur, y otros quince hasta que el aire aquí fuera respirable!— Respondió, con desinterés, a los gritos, desde el otro lado, y poniendo los ojos en blanco, dejé salir un resoplido de fastidio, mientras volvía corriendo a la habitación para ponerme el uniforme, optando por dejar la pelea para otra ocasión, que de seguro habría otra.

Todavía no recordaba el instante en el que mi dulce hermana menor se había transformado en la reencarnación de Hitler, y lo que mi padre apodaba como "comportamiento normal de la preadolescencia", yo le llamaba "necesidad desesperada por un puñetazo".

Deslicé la falda roja, con una mano, meneando las caderas de forma ridícula, mientras que con la otra intentaba abotonarme la camisa. Volví a maldecir al universo, por haberme apremiado con un busto exageradamente grande, que hacía que una abertura se formase entre el segundo y el tercer botón. Sabía que mi cabello era una maraña esponjada de rizos rubios, incluso antes de verme en el espejo, pero eso no evitó que me desalentara el reflejo cuando me senté frente a él, y finalmente me encogí de hombros con resignación mientras lo alzaba en una coleta ajustada, y tomaba una nota mental de no volver a acostarme con el cabello húmedo.

—¡Kate, maldita sea, date prisa!— Volví a gritar, desde mi habitación, mientras tomaba mi bolso, sin siquiera cerciorarme de llevar lo necesario, deduciendo que en el primer día no habría mucho para hacer.

—Todo tuyo.— Mi hermana susurró, con el típico tono divertido, que utilizaba para burlarse de mí, y contuve la necesidad de golpearla, considerando que eso me llevaría al menos, cinco minutos que no estaba dispuesta a perder.

Cepillé mis dientes, y lavé mi rostro, renunciando a la idea del maquillaje, y salí disparada, a través de las escaleras, en dirección a la cocina, donde ya había una taza de té de limón esperándome sobre la mesada.

—Buenos días.— Arthur comentó, sin elevar la vista de su periódico, acomodado sus gafas en el cuello de su pijama a rayas. Al tiempo que me atragantaba con una tostada, di un sorbo de té caliente, devolviéndole el saludo con un gruñido nada femenino.

—¡¿Por qué no me has despertado?!— Inquirí de mala gana, y él se limitó a encogerse de hombros, pasando la página con calma.

—No me pediste que lo hiciera ¿o sí?— Esbozó una sonrisa inocente, mientras me miraba de reojo. Puse los ojos en blanco, al recibir la respuesta esperada.

No podía decirse que tenía el padre más estricto del mundo, pero desde el divorcio, el aire de despreocupación que había adoptado, parecía mantenerlo de buen humor, y eso era algo. Además, había recuperado el fastidioso sentido del humor, que no había notado cuanto echaba de menos hasta el momento en el que se había deprimido, eso había vuelto acompañado con la petición de que le llamáramos por su primer nombre, lo que en mi opinión solamente se debía a una tardía crisis de los cuarenta.

Odio no poder odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora