I.

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  — Deja de meterte esa mierda — masculló Asa al verme insertar la aguja en mi brazo. Ignoré su molesta orden.

Solté la liga que apretaba mi brazo y el líquido corrió por mis venas.

Caí en la cama y la sentí más suave de lo normal.

Suspiré cerrando los ojos.

  — Me largo. —murmuró molesto Asa, tomó su chaqueta, me dio un triste mirada y partió de mi habitación. Escuché el motor de su motocicleta. Escuché todo lejano, sonreí.

Cómo amaba esto, era la sensación más relajante del mundo.

  — Alístate para la escuela. — mamá entró y me arrojó mi mochila. Vio la jeringa en mi mano y frunció el ceño.— Al menos ten la vergüenza de no hacerlo frente a mí — siseó y se marchó. Quedé unos minutos extras mirando la pequeña araña en mi techo. Me puse unos pantalones negros y una ramera blanca, con mi chaqueta azul.

 — ¡Más te vale no estarte metiendo esa mierda pequeño imbécil!— estaba seguro de que el grito se había escuchado en toda la cuadra. La voz de mi padre era horrendamente gruesa. Me puse la capucha a pesar del sofocante calor que había, intentando pasar desapercibido. Pero todos conocían la voz de Manuel Mendes.

Saqué un cigarrillo de la cajetilla de mi bolsa trasera y lo encendí. El humo viajaba hasta mi garganta y salía con cada exhalación mía.

Justo cuando llegué a la universidad, escuché la motocicleta de Asa, me detuve a esperarlo.

Apagué el cigarrillo en el pavimento y entramos.

Yo aún con mi capucha puesta.

 — Quítate esa cosa, asustarás. —me dijo, pero como siempre; lo ignoré.

¿Para qué contar la aburrida escuela?

Escuela era sinónimo de aburrimiento y prisión.

Uno tiene que ir para conseguir un trabajo, pero, ¿quién te asegura completamente que lo encontrarás?

Asa aparcó la motocicleta fuera de mi casa, yo bajé y le entregué el casco.

Estaba por preguntarle si quería pasar, pero el sonido de algún objeto de vidrio quebrándose me detuvo. Prosiguiendo de gritos.

 —  ¿Estarás bien? —  preguntó, sabiendo lo que se aproximaba. Yo asentí mirando la punta de mis zapatos, me sonrió triste, se colocó el casco y se marchó. Flexioné mi cabeza hacia atrás mirando el cielo, esperando a que los gritos bajaran un poco.

Saqué mis llaves y me apresuré a abrir la puerta, antes de que los gritos me arrastraran a ellos.

Cuando entré, un silencio (nada común) había en la casa. Cerré la puerta en silencio. Crucé la sala en silencio y me aproximé a las escaleras.

 — Detente. — me estremecí al escuchar su dura voz, apenas había subido el primer miserable escalón. Cerré los ojos rogando por mí y giré sobre mi eje. Tragué saliva en cuanto vi en su palma mi jeringa.

Antes de que pudiese contestar, cubrí mi rostro con mis brazos en cuanto una botella se estrelló en la pared, con intenciones de herirme.

Una, dos, tres botellas intentaban herirme de gravedad. Subí las escaleras aterrado, pero llegando al tercer miserable escalón, caí.

La cuarta botella sí dio en mi cuerpo, una patada en mi costilla llegó, seguida de más golpes.

Rápidamente me puse de pie y corrí hacia arriba. El recorrido se me hacía eterno y los gritos duros parecía que me tomaban de los pies y me arrastraban hacia él. Cerré la puerta con pesillo. Me senté sobre el suelo y limpié mi rostro con impaciencia, negándome a llorar.

Sorbí mi nariz y me levanté, quité mi chaqueta y mi ramera, saqué el pequeño estuche negro del cajón de la parte inferior de mi clóset, lo abrí y tomé una jeringa, saqué del mismo estuche el recipiente cilíndrico y la cuchara. Vertí un poco del polvo del recipiente en la cuchara y lo fundí con mi encendedor. Todo el líquido lo absorbió la punta de la aguja, saqué la liga y la amarré a mi brazo. Cuando la vena hubo resaltado, la penetré con la aguja de la jeringa. Introduje todo aquel líquido en mi vena y floté.

Tomé otro cigarrillo de mi bolsillo.

Mientras el humo escapaba de mis labios, jugué con la delgada cadena dorada en mi cuello. Recargué mis bazos sobre el barandal y miré la puesta de sol. Di la última calada al cigarrillo y lo tiré.

Regresé adentro, pero me detuve justo al frente de mi espejo. Incliné mi cuello hacia la derecha. Había un gran moretón en mi blanca piel, una cortada en mi pómulo izquierdo y otro moretón en mis costillas. Me puse otra ramera y la misma chaqueta. Crucé el barandal y con trabajo pude llegar al suelo, con cautela revisé que mi padre y mi madre no me hubieran visto. Tomé mi bicicleta y me puse a andar.

Pedaleé a toda velocidad. Entonces recordé un consejo de Asa.

«Un prostíbulo es el lugar más tranquilo que puedes encontrar en un momento difícil, donde puedes ser tú mismo.»

Acotando su consejo fui a las partes más bajas de la ciudad.

-Dirty Dreams-

Incluso el nombre se escuchaba perverso.

Bajé de la bicicleta y comencé a andar con ella a un lado. La recargué en una pequeña rejilla, quité mi capucha. Nunca antes había estado en un lugar así.

Crucé la entrada, acompañado de una luz roja que caía sobre mi cabeza y hombros. Un enorme hombre con lentes negros hizo una seña con la cabeza para que apresurara a entrar.

Ya era de noche y eso hacía al lugar aún más oscuro, con ciertas lámparas de colores que alumbraban muy escasamente al lugar, la música de fondo estaba baja y era tranquila, acompañado del meneo de caderas de ciertas mujeres acompañadas de su mejor amigo (el señor tubo) y las miradas carnívoras de muchos hombres.

Llegué a la barra y pedí un whisky. Cuando la bebida hubo casi cocido mi garganta pedí otro más.

Pasó la media hora y ninguna mujer se me había acercado, por lo que tuve que hacer la jugada yo mismo.

Observé muchas mesas en las cuales se encontraban diversas mujeres. Opté por la que estuvo más cerca.

Tomé asiento bajo una luz verde.

  — Hola—murmuré nervioso. La mujer estaba fumando un cigarrillo mientras observaba algo en su móvil, su mirada socarrona se posó en mi ser.

  — ¿Tienes suficiente edad para estar aquí niño?—le dio una calada a su cigarrillo y sacó el humo en mi rostro.

 —  ¿Tú tienes suficiente moral para trabajar aquí?— respondí a la defensiva. Ella sonrió burlesca y se cruzó se brazos. Saqué de mi chaqueta quinientos dólares y fue entonces cuando desapareció su sonrisa burlesca y apareció una mirada cómplice y una sonrisa de igual forma.

  — Dime, ¿qué quieres?—tocó su nariz con su dedo índice al mismo tiempo que cerraba los ojos por un nanosegundo.

  —Que me escuches. —


Heroine | Shawn Mendes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora