— ¿Entonces a qué fuiste?— cuestionó Asa mientras enrollaba su marihuana en un pedazo de papel.
— Quería compartir mis penas con alguien.— contesté con simpleza, mientras recargaba mis codos en el escalón anterior en el que estaba sentado. Después de huir del profesor corrimos a las gradas.
Encendió su rollo de marihuana y dio una calada.— Sabes que también me tienes.— respondió con la mirada al frente. Sonreí un poco y suspiré.
— Lo sé, es sólo que no quiero compartir contigo todas mis mierdas y terminar solo.— contesté.
— Eso sonó tan gay— murmuró, al mismo tiempo que el humo escapaba de su boca. Ambos reímos.
*
— Iré a Doukes, ¿vienes?— me preguntó Asa con el casco puesto. Asentí, me dio otro casco y subí a la moto.
Cuando detuvo la moto justo al frente de esa vieja casa, puso la pata lateral de la motocicleta y esta quedó inclinada. Bajé y me quité el casco y Asa hizo lo mismo.
— ¡Mendes, Butterfield, ya habían demorado tíos!— exclamó Rocker con su acento español, nos saludó y nos adentró a la casa.
— Lo de siempre Rocker— dijo Asa, cuando nos sentamos en el sofá rojo.
— ¡J!— gritó y unos segundos después un chico entró con dos paquetes negros. Uno me lo lanzó a mí y otro a Asa.— Les traemos algo nuevo tíos, pero es muy secreto, así que deben ser cautelosos— detestaba su maldito acento.— ¡Les presento a la Bazuco, importada únicamente desde Colombia!—colocó en la mesilla de al frente un paquete cilíndrico de color hueso.
Asa lo tomó y lo olió secamente.— ¿Qué es?— preguntó.
— La bazuco (más conocida como pasta de cocaína), es similar al crack, normalmente es elaborada con residuos de cocaína, pero esta es elaborada con cocaína pura y es perfectamente procesada con ácido sulfúrico y queroseno, mezclada con cloroformo, éter y carbonato de potasio. Esta belleza estimula el sistema nervioso central.— habló admirando el cilindro como si de Dios se tratase.— Cabe mencionar que sólo es producida en Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia.—
Asa dejó el paquete en la mesilla.
— Gracias, pero estoy perfectamente con mi marihuana.— dijo. Entonces los ojos de Rocker fueron hacia mí, se escuchaba genial, sería tal vez más potente que la heroína.— Él también está bien, Rocker.— habló por mí Asa. Me indicó que sacara el pago y lo hice. Asa le pagó y nos marchamos rápidamente de la casa.
— ¿Qué ocurre?— le pregunté, mientras me ponía el casco.
— Nunca le compres cosas nuevas a Rocker.— encendió el motor. Decidí no protestar, subí a la motocicleta y partimos a mi casa.
Entré a casa y sin detenerme subí a mi habitación. Tal parecía que mi padre y mi madre no estaban. Quité mi sudadera y mi ramera, se senté en el centro de mi cama con el paquete de droga en mis manos. Muchos pensamientos cruzaban por mi cabeza. Me acosté con el paquete sobre mi torso y cerré los ojos.
— ¡Maldición Manuel!— el grito de mi madre hizo que abriera los ojos. De nuevo las discusiones, gritos, cosas rotas, golpes.— ¡Siempre son las misma mierdas contigo!, ¡Tengo que...!— de un momento a otro mamá calló. Tal vez prefirió ya no hablar o tal vez la golpeó de nuevo. Intentaba ya no meterme en sus discusiones porque el que terminaba más mal, era yo. Además de que al día siguiente mamá salía con sus sermones de que no debía hacerlo. Los gritos de mamá eran una cuchillada hacia mi pecho. Objetos rotos, ventanas, cosas en el suelo. Un infierno llamado hogar. — ¡Para!, ¡no!, ¡Manuel!— tapé mis oídos tan fuerte como pude, me hería escuchar a mi madre suplicándole que parase de golpearla. Cuando destapé mis oídos no había ruido, silencio total. Sólo me puse mi sudadera, tomé mi cajetilla de cigarrillos junto a mi cartera y mi estuche, rápidamente bajé de nuevo por el barandal del balcón. Me asomé con cuidado en la ventana.
Mares caían de los tristes ojos de mamá, tenía cubierta su boca con su mano. Papá tenía las manos en la frente.
— Perdón. Oh mierda, discúlpame Karen.— escuché su voz, se acercó a ella y la abrazó. Mi madre le devolvió el abrazo. Cerré los ojos por el golpe en el estómago que sentía al verle su boca ensangrentada.
Tomé de nuevo mi bicicleta y pedaleé, al dulce prostíbulo.
— Deme dos whiskys .— le dije al barman y en menos de cinco minutos me los trajo, cuando hube tomado el primero inmediatamente tomé el segundo, me sentí más relajado. — Dos más, por favor — cuando estuvieron en la barra las consumí tan rápido que casi me ahogo.
— ¿Todo en orden? —miré a la mujer que ayer me había escuchado. No contesté. No quería hacerlo. — Mal día, ¿eh? —
— ¿Por qué siempre tiene que ser así? — cuestioné con voz queda.
— Es la manera que la vida nos dice que no se puede tenerlo todo. — contestó con un cigarrillo entre los labios.
— Que manera más mierda tiene la vida de comunicarse. —
— Seh. — balbuceó y dio una calada.
— Tengo que despejarme un poco más de toda esta mierda. — musité.
— Ven conmigo. — tomó mi mano y me arrastró hacia el cuarto de ayer.
Estando allí me sentí feliz, saqué de mi estuche mis cosas. Vertí de nuevo el polvo sobre la cuchara.
— ¿Qué haces?— me miró como si estuviera loco.
— ¿Acaso tú no lo haces?— pregunté burlesco.
— Si Roger te ve, nos matará a ambos.— advirtió. Tenía la mala costumbre de ignorar a la gente. Encendí la llama y fundí aquel polvo, una vez que hube preparado la aguja con el líquido, apreté la liga en mi brazo, de nuevo.— ¿Estás escuchándome? — preguntó, mientras echaba un vistazo, asegurándose que nadie entrase. Inyecté mi vena. Quité la liga y guardé las cosas en mi estuche, a excepción de la jeringa. Me sentí mucho más relajado, como si todo el estrés y presión sobre mis hombros cayera al suelo.
— Todo está bien ahora.— susurré, sonriendo. Ella hizo una mueca y me quitó la jeringa.
— Apesta aquí.— entró un hombre de traje, su mirada cayó en mi jeringa que ella sostenía.— ¿De quién es esa mierda?— preguntó enfadado.
Ambos guardamos silencio, maldición, ¿por qué siempre a mí?
— Mía.— pronunció ella, el hombre de estatura baja se acercó a ella y le arrebató la jeringa.— Roger, puedo explicarte, yo sólo...— la calló de una buena bofetada en la mejilla. Otro golpe para mi estómago; como detestaba que golpearan a una mujer.
— Además de cualquiera; también drogadicta. ¡A trabajar mujerzuela! — la empujó y salió del cuarto. Ella había quedado con el rostro inclinado y su mano estaba sobre su mejilla.
Sí que era una mierda. No era posible que hubiera permitido eso.
— Yo... lo siento tanto.— susurré incrédulo de mí mismo.
— Olvídalo.— me devolvió la jeringa y salió lentamente del cuarto. Guardé el estuche y la seguí.
— ¡Eh!, ¡Puta!, ¿me voy a atender yo solo?— la voz de un hombre me hizo voltear a verlo con molestia. Se acomodó su corta cabellera, suspiró y se acercó al hombre. Antes de que llegara a él la tomé del brazo.
— Oye, lo siento mucho.— me interrumpió.
— Te dije que lo olvidaras, anda es tarde. Además estoy trabajando.— con delicadeza hizo que quitara mi mano de su brazo y se acercó al hombre. Él le indicó que se sentara en sus piernas, el hombre era un total asco, parecía satisfecho.
¿Cómo podía vivir así?
¿Les está gustado?
-Val
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Heroine | Shawn Mendes©
Fanfiction"Heroína, mi pecado más dulce." Las prostitutas no siempre son tan malas como el desarrollo las cataloga. Esa mala costumbre del humano de generalizar todo. Es como los drogadictos; tal vez sólo se perdieron en el camino y tomaron las decisiones equ...