XI.

845 118 4
                                    

¡Lamento mucho la tardanza!

— ¿Eso es cierto Shawn? — me miró Amelia con una ceja alzada.

Por primera vez en largo tiempo, sentí mi cara arder.

— Enciendan los motores, Shawn Mendes se sonrojó. — se burló Asa. Le di otro golpe más fuerte.

— Asa, cierra la boca. — dije entre dientes. Lo que ocacionó la risa de mi amigo. —¿Aquí es donde te quedas? — pregunté, cambiando de tema.

— A veces — dio otra calada a su cigarrillo. Imité su acción. — Por lo regular me gusta irme a casa, con Paul. — murmuró, exhalando el humo. Fruncí el ceño.

— ¿Paul? — pregunté. Tal vez algún chico estúpido, igual que yo, detrás de ella. Ella asintió.

La risa de los Minions interrumpió el largo silencio incómodo.

— Ah, tengo que contestar. — murmuró un Asa avergonzado por su tono de llamada. Se puso de pie y salió del cuarto.

La habitación quedó en completo silencio.

— ¿Quién es Paul? — pregunté, en mi intento fallido de no escucharme molesto.

— Oh, es un amor. Te va a agradar. Tal vez después te lo presente. — suspiró con una bella sonrisa en su rostro, al no ser el dueño de esa sonrisa, sentí mi cuerpo tensarse y un agudo dolor de cabeza. Los celos recorrieron cada milímetro de mis venas.

— No me importa conocerlo. — carraspeé al escuchar ronca mi voz. Ella me miró directo a los ojos y levantó la barbilla.

— Me da igual lo que te importe, apuesto a que a él tampoco le importaría conocerte. — musitó. — Debo ir a casa. — se puso sobre sus pies y se adentró a otro cuarto más pequeño.

Golpeé mis mejillas con mis manos, intentando tranquilizarme.

— Eres un estúpido — me susurré.

— Shawn, debemos irnos. Rocker quiere vernos. — me avisó Asa. Caminé hacia la puerta, miré a la otra habitación a la que había entrado Amelia. Suspiré y decidí salir.

Treinta minutos después, Asa y nos encontrábamos en la vieja casa de Rocker.

Estábamos sentados en el percudido sofá, esperando por él.
Esto era muy extraño. Daniel nos miraba molesto, al igual que sus demás compañeros, quienes tenían sus armas de fuego a la mano.

— Largaos de aquí. — le dijo a su personal, se marcharon y solo quedamos los tres en la sala. — ¿Qué pasa con vosotros tíos? ¡Jamás me fallan¡. Sos mis mejores clientes. ¿Por qué mierda han dejado de consumir? — preguntó serio Rocker.

Nos miró de igual manera, esperando una buena respuesta.

— Temo a que mi madre me atrape. Se pone demasiado mal. — balbuceé. Asa discretamente me dio un codazo, haciendo que lo mirase.

Rocker hizo una mueca de gracia.
— Eso lo puedo arreglar. — sonrió de lado. — ¡Daniel, J! — segundos después, entraron los llamados.

— Él estaba bromeando Rocker, le encanta ser sarcástico ¿no es así Shawn? — me miró Asa. Sus ojos imploraban que acordara  con él. Entonces capté todo.

— Obviamente — reí — me vale un carajo mi madre. Es solo que no he tenido economía. — contesté. La voz se me fue por un momento.

— Comprendo. — me miró con desdén. — ¿Y vos? — se dirigió a Asa.

— Uhm... Hago que me dure realmente. — vaciló. Comencé a sudar e imploré que nos creyera.

— Bien. Marchaos. — hizo un gesto con la mano. Mi amigo y yo rápidamente nos pusimos de pie, antes de salir nos gritó: — Más les vale que sea cierto o habrá serios problemas. —

Salimos con rapidez de la casa.

— ¡Mierda Shawn! ¿por qué tenías que mencionar a tu madre? — me gritó Asa. — Estamos en problemas. — tiró de su pelo.

— Lo siento. Hay que seguir comprando, pero no hay que consumirla. — le dije. Él me miró por un segundo.

— Bien. — suspiró.

Estuvimos el resto del día juntos. Los nervios de Asa bajaron, al igual que los míos. La verdad era que, no iba a dejar de consumir la heroína, pero sí disminuiría la dosis.

Cuando mamá estuvo dormida, salí en la bicicleta, hacia Dirty Dreams. Traía conmigo una caja de chocolates y un tulipán blanco. Por lo poco que sabía; el tulipán blanco representaba un mensaje de perdón y era así. Puesto a que había sido un torpe.
Escondí los obsequios en mi chaqueta y entré al prostíbulo.

Mis manos sudaron, mientras pasaba por el pasillo.

La música estaba más alta. Miré por todos lados pero no la hallé.

Una mano se posó en mi hombre, preparé los obsequios y giré. Fruncí el ceño.

— ¡Vaya! — exclamó. — No debiste de haberte molestado, chico. — sonrió, intentó tomarlos, pero retrocedí.

— ¿Dónde está Amelia? — le pregunté. Ella balnqueo los ojos.

— En casa, no se sentía bien. Puedo dárselos, sí gustas. — se ofreció y yo negué.

— Quiero dárselos en persona. ¿Puedes decirme dónde vive? — pedí.

Ella alzó una ceja. — Bien. A cambio de algo. — se mordió el labio.

— ¿Qué cosa? — me atreví a preguntar. Tragué saliva.

— Un pequeño polvo contigo. — me guiñó el ojo. — Apuesto a que detrás de ese rostro angelical hay uno salvaje. — gimió. Negué con la cabeza. — Bien — gruñó. — un besito. — rió. Volví a negar. — Eres un reprimido amor. Ten. — me tendió un papel.

— Gracias. — susurré. Me acerqué a ella y le di un corto beso en la mejilla. Ella sonrió más.

Salí corriendo del lugar, subí a mi bicicleta y pedalee hacia la dirección de Amelia.

Sentía una felicidad enorme, tan grande que pedaleaba de prisa, sujetando los regalos en mi pecho.

Crucé la avenida, estaba cerca.

Las luces de un auto me cegaron, escuché las llantas rechinar, seguido del claxon. Intenté frenar. Una motocicleta pasó, rozandome, golpeó la llanta delantera de mi bici, en un movimiento rítmico, caí al pavimento.

Todo quedó en completo silencio.
— Chico, ¿estás bien? — me preguntó un hombre. Con su ayuda me puse de pie y asentí. — Ese imbécil de la motocicleta casi ocaciona un accidente.

— Estoy bien, gracias. — tomé el volante de mi bicicleta y seguí con mi camino. Vaya que estuvo cerca.

Heroine | Shawn Mendes©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora