4. Uis... Cabroncete

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-¡Ya!- grita el viejo gordo, dando comienzo al combate.

Veo una mancha grande y oscura revoloteando por el ring, mientras el resto de mi entorno parece verse como una imagen distorsionada. No sé qué cojones me pasa. Lo único que atino a ver con claridad, es el cuerpo de Derek dando pequeños saltos sobre sus pies, mientras tantea a su contrincante dando leves puñetazos al aire.

Percibo un brazo largo, fuerte y de piel oscura, aproximándose a su cara. Un gancho directo. Mi corazón se contrae, se espachurra sobre sí mismo, y de pronto afloja la presión al ver que Derek a esquivado ese golpe.

Madre mía...

Derek recorre el ring, rodeando a su contrincante, mientras sigue con sus incesantes saltitos de aquí para allá.

¡Joder! ¡Este tío tiene complejo de saltamontes!

No quiero sentir vergüenza, pero la siento, y no sé porque razón. Si yo soy la única que sabe que le conozco, no tiene sentido que sienta vergüenza ajena por las tonterías que está haciendo frente a ese gorila.

El hombre de piel morena lanza otro puñetazo al aire. Derek lo esquiva, pero en cuanto hace ese leve giro de cabeza que parece ayudarle a salir ileso, un segundo puñetazo aterriza en su vientre desde un ángulo tan bajo, que amenaza con chocar en su entrepierna.

No tengo ni puñetera idea de boxeo, la verdad. Pero en este momento, me gustaría gritar que ese golpe a sido injusto, aunque en realidad ni siquiera sé si lo es.

Derek se encoje, torciendo la cara en un claro gesto de dolor. Y yo... Yo creo que también imito la misma mueca.

-Norah.- Jhon susurra mi nombre a la vez que me aprieta la mano. Lo miro, encontrándome con sus ojos interrogantes, y asiento con la cabeza a ese "¿Te encuentras bien?" que lleva impreso en su cara de preocupación.

Jhon sonríe incrédulo, provocando que me sienta un pelín irritada por su descarada manera de llamarme mentirosa con esa sonrisa.

Pero es entonces, cuando sus ojos recaen sobre la mano que él mismo me agarra, cuando me percato de que estoy clavando las uñas en el jodido posa brazos de plástico de la butaca.

¡Mierda! Se nota a leguas que estoy nerviosa.

-¡No!- la multitud grita decepcionada. Lo cual llama mi atención y provoca que vuelva a centrar la vista en el ring.

La imagen que veo me deja un tanto descolocada, intrigada por saber cómo coño han acabado así y, al mismo tiempo, aterrada por lo que pueda pasar.

Derek está literalmente tirado en el suelo, con su torso preso entre los muslos del gorila que bombardea su preciosa cara a puñetazos. Mientras que el imbécil del árbitro, en lugar de detener el combate o incluso hacer algo para separarlos, el condenado se recorre el ancho y el largo del ring, recogiendo billetes.

En un gesto de orgullo, uno en el que alza la mano para mostrar al público el fajo de billetes recolectados, veo claramente un tatuaje en su muñeca. Un tatuaje de una media luna, que activa todas mis alarmas y, a la vez, anuncia peligro.

En cuanto el asombro y la incredulidad dejan un leve espacio de lucidez en mi mente, empiezo a encontrar sentido a la patraña que sucede ante mis narices. Ese tatuaje, la media luna, es la marca que llevan todos los putos hombres de Manuel. Esto es una puta mierda, una mierda que pienso detener ahora mismo.

Siento mis ojos abriéndose como platos, mis dientes chirriando en el interior de mi boca, y mis manos cerrándose en puños mientras me clavo las uñas en las palmas.

El árbitro es uno de los hombres de Manuel. Seguro que lo que pretende es matarlo así, a golpes, haciéndolo parecer parte de las consecuencias de este espectáculo. Sí Jhon no se hubiese enterado de la presencia de ellos en la ciudad, esta jugada me hubiese pasado totalmente desapercibida hasta que viese los titulares en la prensa y fuese demasiado tarde para mí.

Norah Fox Donde viven las historias. Descúbrelo ahora