29 ¿tendría que refinar mi vocabulario?

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Estoy hasta las narices de vomitar, y por si fuera poco, estoy completamente segura de que hace días que dejó de ser a causa de los Gin tonic. No encuentro ningún indicio de estar incubando alguna enfermedad, y la otra explicación que me ronda la cabeza... No es precisamente de lo más agradable. Sobre todo porque, de ser así, quizá tenga que matar a mi ginecólogo por hacer mal su trabajo y joderme la vida.

- Señora - Alise se arrodilla a mi lado, me acaricia los hombros con cariño.- ¿Está usted mejor? ¿Quiere una manzanilla?

- No. Tranquila Alise.

- Pero...

- He dicho que no - le corto, quizá, con demasiada sequedad.

Alise intenta disimular lo mal que le sienta y lo mucho que le fastidia que no me deje cuidar. Pero no soy una niña, ni soy frágil, y mucho menos soy delicada. Además, no puedo permitir que una simple sospecha me arruine el momento de disfrutar de la boda de mi única amiga.

Me levanto del suelo, me acerco al lavabo y me lavo los dientes con saña. Odio el asqueroso sabor que se me queda en la boca cada vez que vomito. Alise no deja de mirarme, y sé que ella es lo suficientemente lista como para darse cuenta de que algo me está pasando.

Intento no pensar en nada, me retoco el maquillaje y bajo por las escaleras lo más rápido que me permiten los tacones.

- ¡Caramba!- la voz de Derek llega a mis oídos incluso antes de que yo lo vea a él.

Y cuando lo hago, lo veo ahí, tan perfecto, tan guapo y tan arrebatador como el día que se probó el traje en la tienda.

Madre de Dios...

Lo que daría por arrancar esa corbata, destrozarle la ropa que oculta su maravilloso cuerpo, y reptar cuál víbora por su espectacular y firme torso.

La fuerza que emana de sus ojos azules mientras me repasa de pies a cabeza, hacen que el calor de mi entrepierna se convierta en humedad. Una humedad, que ahora mismo no tengo tiempo de apaciguar.

Aprieto los muslos disimuladamente, así, como si con esa simple presión fuese a poder calmar a la pantera hambrienta de sexo que llevo semanas sin alimentar.

Me armo de valor y bajo los pocos peldaños que me quedan. Paso por su lado intentado aparentar normalidad, pero cuando estoy a su altura, el muy cabrón se acerca a mi oído, me roza el hombro desnudo con la yema de sus dedos, y con un aire seductor capaz de erizar hasta el vello de los lugares más recónditos de mi cuerpo, susurra:

- Espero que vuelvas a pillarte un pedo de campeonato. Daría lo que fuera por tener que volver a arroparte - se acerca aún más a mi oído.- O, quizá no...

Sonrío para mis adentros. Bueno, en realidad me meo de la risa. No sé cómo puede pensar que tiene algún tipo de influencia sobre mí. Creía haberle dejado claro que entre nosotros, no había nada. ¡Nada! Salvo una atracción física más que evidente.
Desde que me enteré que era inspector, ese aprecio que le tenía, ese amor que me perseguía desde niña, ya es solo una atracción física, carnal. Aún así, decido divertirme un poquito.

Sonrío de medio lado, pícara, seductora. Ladeo la cara levemente, lo justo para mirarlo por encima del hombro, con la mirada más tentadora que sé que tengo, y que es capaz de levantar pasiones. Y lo que no son pasiones.

- Quizá... Te arrope yo a ti - le guiño el ojo para reforzar mi pequeño juego de seducción.

- ¿En serio?- la voz de Derek es un suave susurro. Un susurro en el que sé que se albergan muchas, muchísimas promesas sexuales.

Norah Fox Donde viven las historias. Descúbrelo ahora