1. Que predecible eres, encanto

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Me suelto el pelo y ahueco mi lacia melena lo máximo que puedo mientras camino por la acera. Llevo un ritmo rápido, firme, y mis tacones resuenan a pesar del bullicio que se concentra en New Aveniue.

Odio el gentío, la verdad. Sobre todo a las señoras que, a pesar de llevar un paraguas tamaño familiar, tienden a resguardarse de la lluvia bajo los soportales, privándonos a los demás de protegernos de la tromba de agua que está cayendo.

Esquivo a la señora fornida que me viene de frente y, por suerte, conservo mi ojo izquierdo. De milagro, vaya, todo hay que decirlo.

Veo que el semáforo que está a dos metros de mí se pone en verde. Finjo mirar el reloj de muñeca que ni siquiera llevo, y giro suavemente para cruzar la calle en cuanto veo que un adolescente, con porro en mano, va muy despistado mirando su teléfono móvil.

Me acerco lo máximo que puedo a él, provocando que nuestros hombros se golpeen. La nube de humo que escapa de entre sus labios agrietados me alerta de que lo que fuma es marihuana.

¡Cojón! Con razón no me ha visto ni venir: lleva bien cargadito el cigarrillo de la felicidad.

- Ten cuidado, tía- refunfuña con voz adormilada.

Bien, he conseguido lo que pretendía.

Fingiendo ser una chica miedosa y educada, me trago la contestación que realmente le soltaría por normal general: "tía, tu puta madre", y me disculpo volviéndome en su dirección:

- Ains, perdona.

Aprovecho para mirar un poco más allá de su espalda mientras el niñato porrero articula algo que ni siquiera llego a entender, porque estoy más pendiente de otra cosa, que de él.

¡Mierda!

El imbécil tatuado me sigue más de cerca de lo que pensaba.

- Oye, tú. ¿Me estás escuchando?- bufa el puñetero crío. Lo miro, sopesando seriamente la idea de sacudirle un tortazo, ahora que ya he conseguido lo que quería.- Me has tirado el porro, tía.

Suspiro asqueada. Me dan ganas de quitarme la máscara de miedosa petarda, pero el tiparraco de los tatuajes me está pisando los talones y el semáforo está parpadeando para ponerse en rojo. Necesito sacar ventaja como sea.

Un momento...

Sin dudarlo un segundo, y viendo las pintas de maleante que lleva miss marihuana, me pongo a gritar como una histérica.

-¡Ladrón! ¡Es un ladrón! ¡Mi móvil!

La gente que transita el paso de peatones no tarda en volverse hacia nosotros.

- ¿Nero qué? No. ¿Cómo que ladrón?- no se entera de la que le acabo de liar.

Y así, entre que el niñato no se entera porque con los porros va más dormido que despierto, y la gente morbosamente curiosa que se detiene para cotillear, el semáforo se pone en rojo y el conductor impaciente de turno bocinea insultos a ritmo de claxon.

- ¡Venga coño!- grita otro conductor desde atrás.

Miro en dirección al grito y veo que un hombre con muchas horas de gimnasio encima, viene directo hacia nosotro y... ¡Por fin!

El tío le suelta un puñetazo y el porrero grita a la vez que intenta devolverle el golpe. La gente no tarda en actuar como lo necesito y se alteran extasiados por el espectáculo gratis.

Sí señor, esto es New York, ¡cojones!

Alzo la vista y veo que el hombre de los tatuajes tiene un muro humano que esquivar para llegar hasta a mi. ¡Ahí tengo mi ventaja!

Norah Fox Donde viven las historias. Descúbrelo ahora