30 No sé si es tonto, o se lo hace.

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Me estoy empezando a poner enferma de la mala sangre que se me acumula en las venas. Hasta ahora, a pesar de no estar segura de quién podría ser el topo que andaba mandando información sobre mí a mis enemigos, ni siquiera sospechaba de Marcos. Y aunque tampoco tengo ninguna prueba contra él, ni nada que se le parezca, la astucia zorruna que hace honor a mi apellido, me grita que tengo razón, que ya lo he pillado.

De hecho, casi puedo afirmarlo cuando Marcos me mira a los ojos, y a pesar de la distancia que nos separa, veo el brillo pícaro y la sonrisa torcida y triunfal que me dedica.

Te mataré como se te ocurra intentar algo, cabrón. Juro en mi fuero interno.

- Es ese. El bombón que está hablando con tu guarda espaldas- insiste Ariadna, mientras sigue agarrando y aleteando mis manos como una quinceañera incapaz de contener su entusiasmo.

- Ya lo he visto, ya. Es el stripper de la despedida de Dakota - no puedo evitar mirarla y esbozar una sonrisa lobuna.

Su cara es como un poema agridulce con pinceladas de asombro y decepción.

- Ya decía yo que me sonaba - suelta Derek a mi lado.- ¿No es el tío que te andabas...?

- Vamos a ver a Dakota - me apresuro a decir, antes de que Derek suelte la burrada que iba a decir.

Aprovecho el agarre de manos con el que me lleva torturando desde hace un rato, y lo vuelvo a mi favor. La arrastro hacia la mansión, atravesando a base de empujones el gentío, mientras le lanzo miradas asesinas a Derek por atreverse a hacer referencia a lo que sea que tuve con Marcos en aquella fiesta que montó en mi casa, delante de Ariadna.

El condenado me mira mientras me alejo, y tiene la poca vergüenza de sonreírme. Estoy segura de que ésta es su manera de pagarme la del repentino corte que le he dado en mi casa cuando intentaba seducirme.

No sé si es tonto, o se lo hace. Pero esto ya es pasarse de gilipollas.

- Ya estamos. Ya estamos - canturrea Ariadna mientras nos adentramos por la puerta acristalada de la mansión.- Dak está en aquella habitación - señala la puerta blanca que tenemos a la derecha.

En ese preciso instante, cuando alzo la mano para llamar con un golpe de nudillos, la puerta se abre y el padre de Dakota sale con la cara colorada, los ojos desorbitados y una expresión de agobio bastante considerable.

- ¿Qué ocurre?- no puedo evitar preocuparme. De hecho, incluso lo empujo hacia un lado, y abro de nuevo la puerta que él estaba intentando cerrar.

- Yo no puedo con ella. Me está volviendo loco - suena muy agobiado. Tanto así que sale disparado hacia el jardín.

Podría parecer un mal padre, pero no es el caso. Y viendo el panorama... Yo si fuese él, también habría salido corriendo de allí.

Dakota es un mar de lágrimas, un caos de carne y hueso. Tiene el pelo tan revuelto que parece un nido de pájaros en plena pelea, y un río negro de rímel corrido hasta la altura de la barbilla. La estampa que veo me deja paralizada. Por suerte, Ariadna reacciona y corre hacia Dakota.

- ¿Qué te pasa gordi?

- ¡La maquilladora no ha venido!- grita histérica, fuera de sí.- ¡Lo he intentado pero no puedo!

- Tranquila gordita, no pasa nada - Ariadna intenta consolarla, y eso solo me da una pista de lo poquito que la conoce. Cuando Dakota está fuera de su cabales, no necesita consuelos, necesita soluciones.

Respiro hondo, reúno todo tipo de ideas que se me ocurren para arreglarla como se merece éste día, y me acerco a ella.

- Quita - le digo a Ariadna.- Tenemos que arreglar a este adefesio de novia.

Norah Fox Donde viven las historias. Descúbrelo ahora