26 Yo nunca repito plato.

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Conduzco hasta llegar a una pequeña cafetería, en la que creo que Dakota se sentirá tan a gusto como suelo estar yo cada vez que me dejo caer por aquí. Es un sitio tranquilo, a la vez que encantador. Si Dakota quiere hablar, y yo, tomar algo tranquilamente, este es el lugar idóneo.

Apenas me acuerdo de Derek cuando abro la puerta de la cafetería, y Dakota se detiene en seco, abre los brazos hacia los lados, y con el derecho a la altura de mi vientre, detiene mis pasos.

- Es... es... esto es acojonante, Norah - balbucea, sorprendida.

El hombre del cual casi había olvidado su existencia, suelta un silbido de admiración tras de mí.

No debería de haberlo hecho. Su deber es vigilar, no molestar. Pero no me veo capaz de reprocharle esa reacción porque, aunque no es la primera vez que vengo, mi asombro cada vez que entro aquí también es el mismo.

Esta cafetería es tan, pero tan perfecta, que te traslada a otro mundo nada más entrar por la puerta. La luz tenue que gobierna el interior, le da un toquecito íntimo, sí... Pero ese decorado basado en baldas repletas de antigüedades, entre las cuales se encuentran estanterías con varios libros antiguos, máquinas de escribir, películas de vídeo, cámaras de fotos con décadas a sus espaldas, guitarras, diferentes tocadiscos (cada cual más antiguo que el anterior)... Lo hace ver tan misterioso y acogedor al mismo tiempo, que es imposible no sentirse atraída. Es como un museo hecho cafetería. Y tal es la historia que estas cuatro paredes pretender abarcar, que la decoración incluso está visible en ellas. En serio, de ahí cuelgan varios cuadros en blanco y negro. Y del techo, asoman unos pocos cubos de Rubik y hasta discos de vinilo. La música de los años 50' remata todo ese conjunto.

Este lugar es como un pequeño agujero al pasado. Uno en el que me encanta entrar cada vez que me siento un pelín nostálgica, y el nombre de dicha cafetería, parece que me llama en silencio... Bohemia.

- Vamos. Intentaremos sentarnos sobre el antiguo piano - digo, sacudiendo la cabeza suavemente para salir de mi ensoñación.

- ¿Hay un piano?- escupe Dakota, incrédula. Asiento con la cabeza mientras una sonrisita asoma en mi cara.

- Un piano de cola - especifico.

- ¿Y podemos tomar algo sobre él?- asiento, y de su boca solo sale un gritito eufórico, que llama la atención de un camarero que pasaba cerca de la puerta.

El camarero se sobresalta un poco, pero sonríe y nos saluda con amabilidad, antes de seguir su trayecto hacia una de las mesas.

Mis ojitos hacen de las suyas. Ese camarero además de amable, está bastante potable. Me gusta como le quedan esos vaqueros ajustados, y esa camisa negra que parece querer encerrar sus músculos solo para ella.

Qué avariciosa. Si yo fuese esa camisa...

- Norah - la voz de Dakota y un pequeño codazo en mis costillas, me hacen volver a la realidad.- Que se te cae la baba - me reprocha con una risita en cuanto la miro.

- No es lo único que se me cae, créeme - confieso, arqueando una deja con picardía.

Dakota ríe ante mi comentario, pero más que su risa, lo que antes llega a mi oído, es el gruñido que se le escapa a Derek.

Uis, celosin.

- Venga, vamos a por ese piano que me has dicho - suelta agarrándome la mano con fuerza.

Sin más dilación, la arrastro entre la poca gente que se concentra allí a esas horas de la mañana, y para mi sorpresa, el piano está totalmente libre. Si hubiésemos venido durante la tarde... Esto ya sería otra cosa. Estaría atestado de gente, de estudiantes, de personas envueltas en un velo de misterio que desprende intriga por doquier, y eso de sentarse a tomar un café, sería casi misión imposible.

Norah Fox Donde viven las historias. Descúbrelo ahora