O2.

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( ENTREGAS A DOMICILIO )
 

                                    
Yoongi soltó un suspiro cargado de tristeza y melancolía al momento de releer aquel párrafo que siempre lo dejaba con un nudo en la garganta, y con unas tremendas ganas de echarse a llorar como si fuese un bebé de nuevo. Releía uno de sus libros preferidos desde que era un niño, puesto que dentro de unos meses más no podría volver a hacerlo como normalmente acostumbraba, sino con el método braille. Pero él no quería eso.

No quería despertar y ver nada más que una profunda oscuridad.

Quería ver los primeros rayos de sol asomarse por su persiana, quería escribir nuevas partituras y dedicárselas a su madre, quería leer todos aquellos libros que había anotado en su lista de 'por leer'. A veces se preguntaba si había hecho algo malo en su vida pasada, algún terrible pecado que no podía obtener el perdón de Dios y por eso mismo había sido castigado con esta enfermedad.

Dios.

¿Acaso aquél Dios que todos adoran y aman, es realmente bueno? ¿Por qué castigar a personas que no le habían hecho daño alguno a la humanidad? Se sentía un completo estúpido en este preciso momento; se pasó la mayor parte de su niñez y adolescencia rezándole a alguien que, probablemente, ni siquiera existe ni existió. Además, su destino ya estaba escrito y sellado, porque no podía —ni podrá— librarse de aquella ceguera que lo consumía con el paso del tiempo.



                                                  
                                                                                                                            
El despertar viendo nada más que oscuridad ya se le había hecho una costumbre. Al igual que quedarse encerrado en la comodidad que su casa le ofrecía, escuchando sus sinfonías preferidas y bebiendo una taza de té para, después, salir a sacar a pasear a Holly por unas cuantas horas y regresar para volver a lo mismo.

Monótona y aburrida. Así describía su vida, sin embargo, no tenía intención alguna de cambiarla.

Tomó asiento en el sofá pequeño de la sala de estar, con una taza de té de manzanilla en la mano y la música rompiendo el profundo silencio que reinaba su hogar. Pero aquella tranquilidad que se permitió sentir, fue interrumpida en su totalidad por unos golpes en la puerta principal.

"¿Es que acaso no conocen el timbre?"
Pensó, dejando la taza en la pequeña mesa de vidrio situada a su lado, a la vez que se ponía de pie.

Paró en seco cuando estuvo a unos pocos centímetros de la puerta. Frunció el ceño, nadie aparte de su madre venía a visitarlo —triste, pero cierto, aunque no le importaba en realidad— y los pocos amigos que tenía no sabían con exactitud su dirección; por un momento pensó que su madre tal vez le habría comentado en dónde vivía a uno de ellos, pero primero debía estar seguro antes de atreverse a abrir la puerta.

Una vez verificó que Holly se encontraba a su lado, habló: —¿Quién es? ¿Qué quiere?

Silencio.

Estaba a punto de darse la vuelta, mas una voz al otro lado de la puerta lo detuvo.

—¿Es aquí donde reside Min Yoongi?

No. Estuvo a punto de responder, sin embargo, sentía curiosidad por saber el por qué esa persona lo conocía. Tomó el pomo y lo giró, abriendo la puerta un poco.

—Buenas tardes —volvió a hablar. Calculaba que aún era joven, no pasaba de los veinte—, ¿es usted Min Yoongi?

—Sí —respondió, su tono cargado con frustración—. ¿Qué es lo que quieres? No te conozco, tu voz no se me hace conocida en lo absoluto.

El chico carraspeó y rascó su nuca con nerviosismo. No sabía por qué había aceptado venir, si a leguas se veía que el tipo no parecía para nada amigable y no le apetecía hablar con nadie.

Pero aún así, haría un gran esfuerzo.

—Mucho gusto. Mi nombre es Jeon Jungkook, la señora Min me contrató ó, mas bien, accedí a venir por mi cuenta. Soy estudiante de preparatoria, actualmente curso el último año y...

—Vete —le interrumpió con brusquedad—, no te necesito aquí. Lárgate.

Jungkook frunció el ceño, sintiéndose ligeramente ofendido, aunque sabía que no era nada personal. La señora Min le había comentado que Yoongi había heredado una enfermedad que provocaba la pérdida de la vista con el pasar del tiempo y que, a causa de eso, su hijo había perdido las ganas de seguir con su vida.

Jungkook trató de ponerse en su lugar, imaginándose si él hubiese nacido también con esa enfermedad. Aunque no era tan distinto a lo que se enfrentaba ahora realmente, la única diferencia era que él perdía poco a poco la capacidad auditiva.

—Mi abuela dice que las personas iracundas tienden a decir cosas sin sentido —comentó—, ¿está usted enfadado, señor? ¿Empezó mal su día, acaso?

Yoongi calló, pensando el por qué su madre le había pedido a este joven ayudarlo, si no era más que un niño inexperto en la vida y en todas las desgracias que ésta trae consigo. Pero a pesar de ello, una pizca de su ser sintió que tal vez, Jeon Jungkook, podría ser ese rayo de luz que se extinguió en su vida años atrás.

SUSURROS DEL CORAZÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora