A dos días de la muerte de Olivia, German apenas había reunido el valor para leer su carta. Era algo extraño que ella la hubiese escrito, tal y como si presintiera que la muerte estaba cerca, probablemente eso aterraba un poco al muchacho; temía lo que aquellas palabras le revelaran, pero aun así, pudo por fin pudo abrirla para leerla.
Las primeras líneas le devolvieron la tranquilidad, ella solo evidenciaba el gran amor que le tenía. Trataba de recordarle el día que se conocieron, todo lo que hicieron juntos, incluso las peleas. Mencionaba lo mucho que le gustaba observarlo mientras dormía, abrazarlo cuando tenía pesadillas, despertar a su lado las mañanas después de acurrucarse en él toda la noche.
Un par de lágrimas rodaron por la mejilla de German, sin duda extrañaría su cercanía, le sería muy difícil sobreponerse a su ausencia… pero nuevamente le tranquilizó leer en último párrafo, en el cual se lanzaba una promesa. Ella juraba que no lo abandonaría jamás, que no le permitiría sentirse solo, que seguiría abrazándolo a pesar de todo…
Después de eso solo venia una amorosa firma, pero German ya no podía ni siquiera sujetar la hoja entre sus manos, lo único que quería era tirarse en su cama y dormir hasta que el dolor pasara. Sin embargo no podía conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas, y aunque sus ojos se cerraban, su mente no se apaga, pensaba en ella, la extrañaba, en cierto momento alcanzó a percibir su perfume, mezclado con el olor a podredumbre.
Callando su llanto escuchó en la habitación una tenue respiración, y allá en el rincón más oscuro, algo se movía, apuntó la lámpara hacia el rincón, y ¡ahí estaba Olivia!, se había escapado de su tumba y las garras de la muerte, solo con la intensión de cumplir la promesa a su amado y estar con el eternamente.