1.- ¡No te vayas!

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-¡¡No te vayas!! Es viernes, acabas de llegar y no nos hemos visto en toda la semana! Quédate un ratito, por favor.- Sus ojos imploraban una vez más que estuviese junto a ella, aunque a él parecía no afectarle su tristeza. Apenas eran las cuatro de la tarde y ya estaba mal de nuevo.

- ¡No seas pesada! ¡Deberías estar agradecida por haber venido a avisarte de que me marcho el fin de semana con los chicos, cuando podría haberlo hecho por teléfono y ahorrarme la escenita! Me están esperando en casa de Marc. No puedo hacerles esperar.

Él cogió su cazadora y se giró para marcharse. Bea se colocó delante suyo y sin poder evitar que las lágrimas empezasen a resbalar por sus mejillas le dijo: - Hace más de dos meses que casi no pasas tiempo conmigo, apenas me llamas y por más que intento acercarme a ti, no lo consigo. Sé sincero, ¿aún me amas?

Frank apenas se inmutó ante la pregunta. La esquivó para poder llegar hasta la puerta principal, se giró, la miró duramente y contestó con brusquedad: -¡Siempre con las mismas tonterías! Sabes que sí, pero sigue así y puedes apostar que dejaré de hacerlo.

Acto seguido, volvió a girarse, puso su mano en la manilla de la puerta para abrirla y sin mirar atrás, salió de la casa rápidamente.

A Bea le temblaban las piernas ante la frialdad del que había sido su chico durante dos años. A pesar de saber que ella estaba pasando un mal momento por la enfermedad de su mejor amiga, él cada vez se alejaba más y más, sin darle ese apoyo que tanto le hacía falta en esos momentos.

Sin quererlo, los recuerdos del primer año de relación vinieron a su mente. Todo era perfecto entonces. Sus institutos tenían distintos horarios, por lo que él la esperaba cada día a la salida de clase e iban a dar un paseo por la playa o a tomar algo con sus amigos. Luego estudiaban, a veces juntos, a veces cada uno con sus compañeros, pero, fuese como fuese,  su actitud siempre era cariñosa y tierna con ella. Los dos se morían por estar uno al lado del otro, de acariciarse y besarse a cada ocasión que tenían.

Ahora todo era muy distinto, prácticamente no se veían durante toda la semana. Eso no hubiese representado un problema si los pocos momentos en los que se veían, fuesen como los de antes, pero para nada era así. Desde hace tiempo, Frank buscaba cualquier excusa para no estar con ella y cuando estaban juntos, prácticamente nunca era a solas, y las caricias y los besos eran ya casi un recuerdo.

Por más que lo intentaba, no conseguía saber que había provocado ese cambio en él y eso la carcomía por dentro.

Al pensar en todo lo que había pasado unos momentos antes entre Frank y ella y, en todos los recuerdos que le vinieron a la cabeza, Bea no podía dejar de llorar desconsoladamente. Hecha un mar de lágrimas se dirigió a su habitación y cerró la puerta, tirándose en la cama y abrazándose a la almohada que absorbía todas las lágrimas que brotaban de sus ojos.

Unos golpes se oyeron en la puerta de su habitación seguidos por la dulce voz de su hermana Sara: -Bea, ¿puedo entrar, por favor?

Sara tomó el silencio que obtuvo por respuesta como un sí y abrió la puerta para entrar en la habitación y dirigirse a la cama en la que se encontraba su hermana. Se inclinó para abrazarla y rogarle que dejase de llorar.

- No llores Bea, él no se merece que derrames ni una sola lágrima más. Eres una chica increíble y preciosa. Sabes cuánto vales, sabes cuantas personas te quieren y te admiran. Por favor, no llores más, cariño.

Bea se separó un poco de Sara. Con el dorso de su mano intentó secarse las lágrimas que seguían  cayendo sin parar. -¿Por qué ha cambiado, Sara? ¿Qué ha pasado para que su actitud sea tan distante?

- No lo sé preciosa, pero lo que sí sé, es que tu no deberías sufrir tanto por alguien que no vale la pena. No quiero que lo pases mal por nadie, pero mucho menos por un chico que no te valora y al que no le importas lo suficiente.
Sara se acercó un poco más a Bea y la besó en la mejilla intensificando su abrazo.

Sara era dos años y medio mayor que Bea. Había cumplido ya los veinte y adoraba a su hermana menor. Pensaba que Frank era un imbécil por hacer padecer a Bea y no darse cuenta del daño que le hacía con su comportamiento. Le venían ganas de darle una patada en el trasero y decirle cuatro cosas bien dichas, pero Bea le había dicho mil veces que no se inmiscuyera en su relación. No estaba de acuerdo con ella, pero tampoco quería darle más preocupaciones a su hermana.

El teléfono de Sara empezó a sonar. Ella lo sacó del bolsillo trasero de su pantalón tejano y contestó, alejándose unos pasos de Bea.

- Claro que si María, no hay problema. Si tus padres no tienen inconveniente en que ocupemos su casa de veraneo una noche antes, yo tampoco lo tengo.- Rio con una carcajada sonora ante la respuesta de María, que Bea no escuchó y, siguió hablando.- Por cierto, ¿hay algún problema en que seamos cinco en lugar de cuatro?...Genial, te espero en una hora, entonces.

Sara colgó el teléfono y se dirigió a Bea: -Venga preciosa, muévete, tienes justo una hora para arreglarte y preparar todo lo que necesites para pasar un fin de semana de chicas. Nos vamos a la casa de la playa de María.

- No Sara, gracias, no me apetece y, además, en estos momentos no soy para nada una buena compañía.-Contestó Bea aun con algún que otro sollozo en su voz.

- No voy a aceptar un no por respuesta. Un fin de semana con María, Carla, Júlia y conmigo es lo que necesitas para olvidarte, aunque sea por un par de días, de ese niñato.

Sara cogió una bolsa de viaje del armario de Bea y la puso sobre la cama. – ¡Vamos, muévete! María y las chicas llegarán pronto y aún tenemos un par de horas de viaje por delante.

Bea no tenía ganas de nada, pero sabía que, cuando Sara se proponía algo, siempre lo conseguía, así que no valía la pena ponerse a discutir con ella. Sabía que al final, acabaría yendo a la playa, aunque fuese sin ganas. Se puso en pie y lentamente empezó a meter su ropa en la bolsa.
Sara le sonrió y le acercó su estuche de maquillaje. – No te olvides esto, lo vas a necesitar para ponerte guapísima y romper corazones en la discoteca, esta noche. Ya verás que encantadores son los amigos de María, le dijo subiendo y bajando las cejas.
A Bea no le apetecía para nada salir, pero sus padres estaban fuera también todo el fin de semana y quedarse sola casi tres días, pensando en Frank continuamente y pasándolo mal, tampoco era un plan envidiable, así que simplemente asintió, cogió el estuche de maquillaje y lo metió en la bolsa, sin mucho entusiasmo.

Una hora más tarde, María y las chicas estaban delante de la puerta de su casa, tocando el claxon para que saliesen.
Cerraron la puerta, asegurándose de que lo llevaban todo, y se acercaron al coche de María saludando a sus amigas.

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Iniciada el 4/8/20

Entre fresa y regalizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora