17.- Perdóname

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Bea no había podido dormir en toda la noche. Después de leer el mensaje de Frank, había sido imposible conciliar el sueño y se había pasado la noche dando vueltas en la cama.

Eran ya las siete de la mañana cuando oyó el tono de mensaje entrante en su teléfono. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al pensar que el mensaje podría ser de Frank, pero también porque si no lo era y el remitente era Max, no sabría qué decirle al chico que sólo un día antes, la había hecho sentirse tan especial.

Aunque normalmente no lo hacía, en esta ocasión Bea optó por rehuir del dilema y se levantó de la cama para dirigirse al cuarto de baño a ducharse pensando que, quizás después, tuviese las ideas algo más claras.

De forma inconsciente, la muchacha alargó el momento bajo el agua como jamás lo había hecho antes, con la esperanza de que al salir de la ducha sus dudas se hubiesen disipado.

Al acercarse a la mesita de noche y ver el teléfono, se dio cuenta de que no había funcionado, ya que empezó a sentirse tan nerviosa como antes de levantase.

Ya no podía seguir eludiendo el problema, así que cogió el aparato y miró la pantalla. Tenía dos mensajes de Max y tres de Frank. Suspiró hondo y desplazó con el dedo la pantalla de bloqueo de su teléfono para leer primero los de Max y ya decidiría más tarde si leía los de Frank o no.

“Buenos días, preciosa. Espero que hayas dormido estupendamente.”

“Supongo que estas en la ducha, así que no te molesto. Pasa un día genial, linda. Hasta luego.”

Bea se sintió fatal al no contestar al muchacho, sobre todo porque siempre que recibía un mensaje suyo, lo respondía de forma inmediata, pero en aquel momento no tenía ánimos para hacerlo.

La joven se debatía entre entrar o no a leer los WhatsApp que había remitido Frank. Su parte lógica le decía que no lo hiciese, que él no se merecía ni un solo minuto de su tiempo, pero su lado irracional la instaba a abrir los mensajes y descubrir que tenía que decirle aquel chico que la había hecho llorar tanto en tan poco tiempo.

Muy a su pesar, no pudo evitarlo y sucumbió a la tentación al ver un nuevo mensaje entrante del muchacho.

“Por favor, Bea. Lo siento.”

“Por favor”

“Cariño, no me hagas esto. Necesito hablar contigo y explicártelo.”

“Perdóname, por favor.”

Bea se arrepintió al instante. Sus ojos se cristalizaron y las lágrimas amenazaban con salir de forma incontrolada.

Intentó maquillarse lo mejor que pudo para disimular las ojeras consecuencia de la noche sin dormir, así como la rojez de sus ojos. Cuando estuvo segura de que ya no podía hacer nada más para mejorar su imagen, decidió bajar a la cocina. Con un poco de suerte —pensó la chica— su hermana se habría marchado con sus padres y estaría sola.

No fue así. Sus padres, como de costumbre, se habían ido a trabajar muy temprano, pero Sara aún estaba sentada a la mesa, acabando de desayunar.

- Buenos días, dormilona. Tu café debe estar medio frio, ya. —Le dijo la joven a su hermana que evitaba mirarla a la cara.

- Bea, ¿qué te pasa? —Le preguntó, levantándose al instante, en cuanto se percató de sus ojos inundados en lágrimas.

- No sé qué hacer Sara. No sé cómo afrontar esto.

Sara se acercó a su hermana pequeña y le dio un fuerte abrazo. – Cuéntame que te sucede. Seguro que no es tan grave.

Bea se aferró a Sara sollozando, como si ésta fuese su pilar y la solución a sus problemas.

Entre fresa y regalizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora