9. Disfrutando del premio

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Max se acercó a una de las sillas y la retiró ligeramente, ofreciendo a Bea tomar asiento con un gesto de caballerosidad. Bea estaba realmente impresionada. No había esperado en ningún momento encontrarse en una situación como aquélla y para ser sincera con ella misma, además de impresionada, estaba encantada con el trato que Max le estaba dispensando. Hacía mucho tiempo que nadie se tomaba tantas molestias con ella. Mejor dicho, hacía mucho tiempo que Frank no se comportaba así con ella, ya que él había sido su primer y único chico.

- Señorita…espero que todo esté a su gusto. –Le dijo Max con una reverencia teatral, interrumpiendo con ello sus pensamientos.

- Sin duda alguna -le contestó Bea poniendo también teatralidad en su asentimiento de cabeza y señalando la silla que estaba situada al otro extremo de la mesa para que Max se sentase también.
Bea estaba algo cohibida por todo lo que Max estaba haciendo por ella. A fin de cuentas, era alguien a quien acababa de conocer y, aunque su hermana y el hermano de Max sí se conocían desde hacía algún tiempo, a ella era la primera vez que los gemelos la veían.

- ¿Por qué haces todo esto por mi, Max? –Le preguntó Bea al muchacho olvidándose de su timidez, por un momento.

- Porque eres una chica preciosa, encantadora, simpática, amable, sincera…¿Por qué no haría yo todo lo posible por pasar tiempo contigo y disfrutar del placer de tu compañía? –le contestó Max subiendo sus hombros como muestra de la obviedad que acababa de manifestar.

Bea estaba tan ruborizada que sus mejillas ardían como el fuego.

- No te sonrojes Bea, no estoy halagándote, sólo estoy siendo sincero contigo.

- ¿Cuándo has preparado todo esto? –Le preguntó Bea, cambiando de tema y señalando al camino de flores y conchas que conducía al lugar en el que se encontraban en aquél momento.

- Max se encogió de hombros, -no me gusta llegar tarde a los sitios, pero si es para sorprender a una chica increíble, con nombre propio, hago el sacrificio. -Miró a Bea sonriendo y consiguiendo que sus mejillas volviesen a estar en llamas de nuevo.

- Entonces, ¿esto no ha sido un premio por ganar la batalla?

- Digamos que confiaba en que ganaríamos esa guerra de torres. –Le contestó Max guiñándole un ojo con una enorme sonrisa.

- Eres muy confiado. –Le dijo Bea, sonriendo también.

- Lo soy…y ahora confío en que disfrutaremos de esta comida, mientras nos conocemos un poco más.

- Me gusta la idea, aunque creo que estoy en desventaja en eso. Ayer pudiste saber cosas de mí, que normalmente no explico a quién acabo de conocer. 

- Bueno, podemos compensar la situación. ¿Hay algo que quieras saber de mí y que creas que no explico a alguien que acabo de conocer?

Bea rio con una sonora carcajada. –Sí, me intriga saber una cosa…¿siempre vas salvando a chicas de manos de sus infieles novios, aunque debas jugarte el físico con ello?

- Sólo si la chica merece la pena y, para seguir saciando tu curiosidad, te confesaré que aún no había encontrado a ninguna que la mereciese…hasta ayer.

- Eres un completo adulador.

- No, sólo soy alguien que dice lo que piensa y hace lo que cree necesario para conseguir lo que quiere.

Bea seguía ruborizada y asombrada por todo lo que Max le estaba diciendo. A pesar de que se sentía halagada por él, también estaba segura de que no quería confundir a su acompañante y tampoco confundirse ella misma. Max era encantador, pero en aquel momento y, después de lo que había pasado con Frank, apenas unas horas antes, ella no quería pensar en nada que tuviese que ver con el romanticismo, aunque debía reconocer, que Max era la pura definición de esa palabra.
Max empezó a servir la comida y dándose cuenta del desconcierto de Bea, cambió el rumbo de la conversación para evitar incomodarla.

Entre fresa y regalizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora