¿Tienen internet?

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Mamá nos había hecho unos sándwiches mientras descansábamos un poco y subíamos a desempacar nuestras cosas.

—Me encanta esta casa.

Sonreí. Era la 4 o 5 vez que Emma lo decía hoy.

—Todavía lo dices.

—¿Qué? Es la verdad. Amo tu habitación, los cuadros del pasillo, la vista, las fotos de tu familia, los sillones... Todo.

—Has visto casas mejores.

—Pero ésta es diferente... Ésta casa tiene una familia unida. Ninguna otra la tenía.

—Mamá es algo sobreprotectora con nosotros. No puede dejar ir a sus bebés.

—Seguro hay una buena razón por la que lo es.

Y, de hecho, si la hay. Mamá antes de tenernos a nosotros había perdido dos bebés. Fueron tiempos difíciles y la comida era algo sólo para ricos, mamá quedó embarazada de una niña, pero gracias a que no tenía el alimento suficiente la pequeña murió.

El segundo hijo sería varón, un niño que sí nació pero que no vivió más de una semana. Mis padres aprovecharon del pequeño cada instante y cuando papá entró en la habitación del pequeño para darle su tetero mañanero notó su frágil cuerpo frío y que no se movía. Mis padres preocupados llevaron al niño a urgencias con la esperanza de que pudiera revivir. Pero no fue así. Mamá cayó en una grave depresión de donde no saldría hasta un año más tarde, donde decidió que quería una última oportunidad y si ésta no funcionaba no tendría más hijos y adoptaría.

De aquella decisión salió mi hermano que a pesar que tuvo que pasar un mes en incubadora, tuvo una hermosa y saludable niñez. Y luego llegué yo, una bebé casi sana pero que gracias a que papá había tomado el vicio del cigarrillo sufrí de asma hasta cumplí los 7 años.

De resto, mi infancia fue totalmente normal al igual que la de mi hermano. Ambos la pasábamos corriendo de lote en lote, nuestros vecinos –que no estaban de lo más cerca– adoraban hacer visita a los hijos de los Palmer, no sólo por el hecho que les permitía recordar lo que sentían cuando veían sus hijos crecer, sino también porque les solíamos ayudar en algunos oficios de la casa.

—Alice, cariño, la señora Stewart está aquí, baja a saludar. –mamá me habló desde el primer piso.

—Voy, mamá –hablé del mismo modo que hace un momento me habló mamá– ya vengo, no tardo... O eso creo. –dije a Emma.

—Bien.

Bajé las escaleras y miré hacia el sillón encontrando a mamá junto con la señora que alguna vez en su juventud me cuidó cuando mis padres salían.

—Claire –le sonreí–¡Oh, por Dios, cuánto tiempo! ¿Estás esperando un bebé?

Claire ya tenía aproximadamente unos 35 años y no había tenido un bebé en toda su vida, tenía miedo de que pudiera pasar algo, pero parece que ahora sí quería.

Ella se encogió de hombros —Sí, bueno... Ya no te puedo cuidar a ti, así que creo que era hora de tener un bebé.

—¿Cuánto tienes ya?

—Cuatro meses –sonrió– ya quiero verla.

—¿Verla? ¿Será niña? –habló esta vez mamá.

Claire asintió repetidas veces y animosamente con la cabeza. A leguas se podría notar su felicidad.

—¿Cómo la quieres llamar?

—Anne.

—Muchas felicidades. ¿Cómo vas con tu esposo?

—Excelente. Somos una gran pareja. No faltan los problemas, pero siempre salimos adelante.

—Así se habla... Oh, pero que mala anfitriona soy. ¿Quieres algo de comer, tomar?

—Creo que... ¿Tienes jugo?

—Sí, ¿guayaba o mango?

—Mango.

—Bien. No tardo.

Mamá se retiró hasta la cocina para buscar un vaso y el jugo.

—Bien, habla, hace mucho no nos vemos –habló Claire bajo pues la cocina conectaba con la sala y se podría escuchar– ¿qué hay del amor?

¿Por qué suponía que llegaríamos ahí?

—No hay. No existe. Tan inexistente como el pony que pedí cuando tenía tres años.

—¿Y el chico del colegio?

—Al igual que los demás, solo buscaba una cosa. Ya sabes como son.

Claire soltó un suspiro —Después que no digamos que son iguales. ¿Cómo va la universidad?

—Pues, sólo llevamos una semana, pero hasta ahora todo va bien. ¿Qué tal todo en tu casa?

Mamá llegó con un vaso de jugo de mango y un cupcake que suele hacer cuando tiene tiempo, pues ella ama cocinar.

—Sé que querías más que jugo. No te limites mientras estés en embarazo. Esa niña también debe comer.

Mamá siempre piensa en todo.

—En casa todo está bien. Mis suegros se mudaron para pasar tiempo con la madre de sus nietos y su hijo. Mis padres no se pueden mudar, pues es imposible. Mi nuera está comprando cosas para bebés como loca. Ya tengo la habitación llena de juguetes y ropa. Mi esposo muere por conocer a la bebé.

—Me alegro.

Mamá y Claire siguieron hablando entre ellas. —Voy a ir a mi habitación. Un gusto volver a verte Claire, cuídate mucho y a tu bebé. Saluda a todos en tu casa de mi parte –conocía a todos los de su familia pues nuestras familias eran muy cercanas.

—El gusto fue mío. Cuídate igual. Estudia mucho.

Subí hacia mi habitación encontrando a Emma acostada sobre mi cama mirando hacia el techo.

—¿Es interesante el techo?

—No sabes cuánto. Ese rostro me está mirando hace un buen rato. Tengo miedo –susurró lo último como si fuera posible que una figura del techo la escuchara.

Reí y me senté a su lado —¿Qué quieres hacer? ¿Te doy la clave del internet?

Emma se levantó de golpe —¿Tienen internet?

Ni que fuéramos indios o algo similar.

Ummm... Esto...

Tú cállate. Tenemos una linda casa en medio del campo, vecinos agradables y pastelitos que a veces mamá vende en el horno.

—Sí, obvio que tenemos internet. Increíble ¿no?

—Lo siento... Como no me habías dado la clave antes...

—Lo había olvidado –me encogí de hombros.

Enamorando a CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora