Prefacio

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                       Romeo

Antes de ese verano que nos marcó, yo creía que la vida solo se trataba de  continuar sin mirar atras. Estaba completamente seguro que podía seguir mi camino sin importar que sucediera, que el amor era simplemente un cuento para niños, pero me equivoqué. El destino la puso frente a mí y mi mundo se paró en seco, lo que viví con ella fue de esas cosas que nunca se superan. Porque una vez que las vives, nunca volverás a ser el mismo.

Si alguna vez sentiste un dolor tan intenso que sientes que la presión en tu pecho es tan fuerte que ni siquiera puedes respirar. Que aquello que sientes, te quema, te destruye, te fragmenta y ya no puedes hacer nada porque solo deseas morir o volverla a tener entre tu brazos. Si alguna vez lo sentiste, es porque sabes lo que ser traicionado...

Helena corrió escaleras arriba sosteniéndose de la barandilla, sabía que ella huía porque no soportaba verme llorar. Porque en el fondo ambos sabíamos que nunca íbamos a volver a ser felices. No quería ver como me derrumbaba de dolor.

Ella se dio la vuelta y me miró tras las lágrimas que empapaban sus ojos, mientras Leone le ofrecía su mano. Cada acercamiento de él eran como mil puñales en el pecho y por momentos sentía que no me podría controlar. Estaba seguro que me amaba, pero la había lastimado demasiado y ese era mi castigo.

Yo llevaba los mismos jeans gastados y la camiseta blanca que tenía la noche anterior, aún podía sentir el sabor de sus labios, el aroma de su piel y su aliento rozando mi cuello. No quería desprenderme de su aroma, no aún. No estaba listo para dejarla ir y quizás nunca lo estaría. La realidad es que perderla era perder la unica persona que me hacía sentir vivo.

Astorre me sostenía de los hombros evitando que cayera entre el tumulto de gente que iba y venía indiferente. Ignorando que todo lo que para mí era importante me abandonaba  justo en ese momento de la mano de mi enemigo. Su voz diciendo mi nombre retumbaba en mi cabeza y me carcomía las entrañas. Dejé caer los brazos rendido, no lucharía más, ella se iba para siempre. Mejor así, la puse en peligro más de lo que hubiese querido. Estaba vencido y estaba seguro que la había perdido.

Ella me miró por última vez antes de dirigirse a abordar el avión con el corazón rompiéndose en mil pedazos. Estaba seguro de ello. Porque el mío se encontraba detenido, soportando los espasmos del dolor que provocaba haber sido atravesado por una bala. La única bala mortal que me había tocado, la de ella. Sabía que nunca volvería a ser la misma, que su alma se quedaría detenida en ese momento en el que se enredó en mis brazos por última vez y que no importaba quien estuviese a su lado. Su corazón nunca más  volvería a latir con la fuerza de una bala.

Pídelo y Moriré a Tu Lado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora