La Bruja. Parte 1

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Tú...

A los trece años huí de casa y no regresé. Nunca pude encontrar el camino de vuelta y tampoco nadie me buscó. Con el tiempo, olvidé la cara de mis padres, tampoco recuerdo si tenía algún hermano o hermana, donde vivía, olvidé hasta mi propio nombre. Algo me atrapó en las Islas y no pude salir. Tal vez era mi destino venir aquí y convertirme en lo que soy; no necesito sentirme protegida o esconderme detrás de murallas ni vivir en castillos ni poseer coronas ni rodearme de sirvientes ni que las leyes estén a mi favor. No necesito ser la reina. Yo puedo hacer que lluevan estrellas del cielo, puedo quemar ciudades enteras con el fuego de mi garganta, puedo desatar tormentas y paralizar de miedo a poblaciones enteras.

Convertirme en lo que soy fue inevitable, aunque no fui así desde el principio. Alguna vez fui una chiquilla salvaje que vivía junto al mar, sin futuro y sin magia. Lo crean o no, hay noches en las que añoro esos días sin complicaciones, hay noches en las que me gustaría volver a casa y dejar de ser lo que soy.

Apenas si recuerdo esos tiempos; los dias antes de Taehyung... ¿Cómo era todo antes de que apareciera en mi vida? Nuestras existencias están tan ligadas la una con la otra, que todos mis recuerdos antes de él aparecen y desaparecen a su antojo. Tenía 15 años el día de esa legendaria noche en que el cielo de la Isla del Sur se iluminó por completo al llover estrellas por todo el firmamento. Jamás hubiese sospechado que mi vida cambiaría de una manera tan radical e incluso ahora me pregunto qué hubiera pasado si, la noche en que su imagen se clavó en mi pensamiento, yo no hubiera tomado el papel y escrito lo que veía en mi cabeza. Dos años atrás, recién llegada a las Islas, no hubiera tenido motivos para hacerlo.

Tenía 13 años la primera vez que pisé el Puerto de Jeju. Me sentía asustada porque mi mente estaba vacía. Angustiada, vagaba por las calles del pueblo tratando inútilmente de recordar cualquier cosa que me diera una pista de hacia dónde debo ir. Entre tanta gente, me hubiese gustado hacer preguntas; sin embargo, no sabía qué era lo que podía preguntar. Tenía miedo. Me reduje a la condición de mendiga y, en ese deprolable estado y con mi estomago muy vacío, fue como llegué a los alrededores del campo dang. Así fue como me encontraron Jungkook y Hye, tirada en la playa y muerta de sed.

Jungkook y Hye eran hermanos, tenían nueve y ocho años respectivamente y vivían y trabajaban en el campo dang porque pertenecían a esa tribu. Cuando vieron aquel bulto que era yo, tal vez los movió la compasión o hasta la misma curiosidad para ayudarme. Fueron ellos quienes me llevaron agua y algo de comer y quienes además me consiguieron un lugar donde quedarme.

- Sólo dile a la bruja que te llamas Y/N, eso bastará para que te deje quedar en su casa -me aconsejó Hye sonriendo muy traviesa.

A quien ellos llamaban bruja era una anciana que vivía a las afueras del pueblo, muy cerca de la playa y el campo dang. Me dijeron que era una mujer inofensiva y que a veces les regalaba frutas de su pequeña huerta. En cuanto a su consejo, no supe que hacer. Todos los residentes del Puerto Jeju sabían que Y/N era el nombre de la hija de aquella anciana y que hacía más de 10 años se había ido para no volver jamás.

Cuando Hye, Jungkook y yo tocamos la desgastada puerta azul de la casa de la bruja, me sentí culpable por usurpar un nombre que no era mío y fui incapaz de decirlo. Fueron los niños quienes hablaron por mi y le contaron mi penosa situación, mientras yo permanecía callada y con la mirada en el suelo.

-¿Cómo te llamas? -fue lo primero que me preguntó con su voz sonora y malhumorada, que delataba lo fuerte de su carácter.

No pude decir lo que Hye me aconsejó y, apesar de lo ridículo que sonaba, no me quedó más que contestar con la verdad:

-No lo sé.

-Entonces habrá que ponerte un nombre -advirtió con las manos en su delgada cintura-. Te llamarás Y/N.

Desde ese día, Y/N fue mi nombre. No sería la ùltima persona a la que la abuela bautizaría; un par de años más tarde, también lo haría con un chico que llegó a la casa en unas condiciones muy pero muy similares a las mías.

Me acostumbré a la abuela y ella a mi presencia, mas rápido de lo que esperaba. Vivíamos en una casita que parecía tener siglos de antigüedad, pero que nos bastaba a las dos solas.

La abuela era una mujer bastante extraña y rara. En el pueblo todos la catalogaban de bruja debido a sus túnicas viejas y coloridas, sus múltiples collares hechos de conchas de mar y su sonrisa sin dientes, que era lo que más asustaba a la gente, en especial a los niños. No obstante, yo estaba segura de que mi abuela era buena; me cuidaba y se aseguraba de que no me faltase nada, sin importar que yo no fuera su nieta de verdad. Yo la quería, a pesar de mi comportamiento de niña, porque era cierto que en ese entonces no había nadie más a quien querer. No había padres ni hermanos; yo no tenía familia.

A mi abuela acudían los pescadores de piel tostada, quienes con frecuencia venían en busca de un amuleto que evitara que se los tragara el mar, y las mujeres de ojos brillantes que buscaban una hechicera con la esperanza de obtener un conjuro que les concediera el amor de algún hombre. Con manos temblorosas, las señoras sujetaban su bolso o jugueteaban con sus collares de perlas, tan blancos como su piel. Los pescadores se quitaban sus sombreros de paja gastada y, nerviosos, miraban alrededor de la casa. Todos ellos apenas si se atrevían a mirarme; yo sólo era un animalito polvoriento e insignificante de piel rojiza y cabello enmarañado. Digna nieta de una vieja loca.

Mi falta de entusiasmo por la limpieza y el arreglo personal no los aprendí de mi abuela; por el contrario, la pobre se cansaba de perseguirme primero por los alrededores de la casa, después por toda la playa para que me metiera en la ducha.

-¡Mírate, niña cochina! -exclamaba llena de furia al verme llegar cubierta de mugre de pies a cabeza después de haber pasado toda la tarde con Hye y Jungkook-. ¡Pareces una loca!

Yo sonreía satisfecha al escuchar sus palabras; había logrado mi cometido. Sin embargo, no siempre ganaba las batallas. Había días en los que la muy astuta mujer me agarraba desprevenida y me metía por la fuerza en la improvisada tina de madera que ella misma utilizaba para bañarse. Con sus manos poderosas y rugosas por el trabajo y la edad, tallaba mi cabeza con jabón, hasta que gritara del dolor. No sólo se conformaba con bañarme, la muy malvada me torturaba cepillando mi cabello y vistiéndome con las mejores ropas que tenía en su pequeño armario: un viejo vestido blanco de algodón que ella misma me había confeccionado, aunque bueno, no era exactamente para mí.

-Voy a hacerte uno nuevo -proponía cada vez que me lo veía puesto-. Estás creciendo muy rápido, Y/N.

Ése no era mi nombre ni tampoco mi vestido. Y/N era el nombre de la hija desaparecida de la anciana. La abuela decía que me parecía mucho a ella. Que tenía el mismo cabello oscuro y pesado; la piel blanca, aunque la mía se había tornado un poco rojiza; los brazos largos y el rasgo más característico: mis extraños ojos color dorado. Era a su hija a quien mi abuela advertía cada vez que me bañaba y me vestía con ese atuendo. Cuando me miraba en el espejoen esas condiciones, incluso yo la veía y a veces me asustaba encontrar a su fantasma en lugar de mi reflejo. Yo era una simple copia o un intento de fantasma y ésa era la única razón por la cual mi abuela dejaba que me quedara en su casa. Eso no me preocupaba. Mientras tuviera un lugar donde vivir y algo de comer, estaba bien, todo estaba bien.

No había nadie más que me quisiera dar asilo en el pueblo; la gente me tenía iedo. Desde el día en que aparecí en este lugar comenzó el rumor de que yo era una bruja. Lo gracioso fue que no era precisamente a reputación de mi abuela lo que me ganó el título de hechicera, sino el color de mis ojos, un rasgo físico poco común. Al principio me molestaba bastante, pero depués dejó de importarme. Yo no era una bruja, no tenía poderes mágicos ni podía convertir a nadie en sapo ni volar por las noches. De cualquier forma todos huían de mi como si fuera la peste en persona. Ni siquiera me dejaban acercarme para poder trabajar en los sembradíos como los peones de la tribu dang; decían que yo traía mala suerte. Sólo por eso Hye y Jungkook, mis únicos amigos, debían escaparse para verme.


Continúa en la parte 2...

Mi Dragon (Kim Taehyung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora