Mario se va acercando a la luz, una que lo cega y lo hace trastabillar, pero lo llena de un fuerza vacía frente una de las grandes oscuridades que se intentan erguir sobre él
Se sobresalta y cae de la cama con un grito tardío, como si su cerebro funcionase a la par que su decaimiento.
Se recupera lastimosamente y mira a su alrededor, su hogar, como antes de dormirse, todo igual a la noche anterior.
Se dirige a la cocina, recoge una taza de una alacena a la altura de sus rodillas, metida en un espacio entre montones de trastos, ollas y tazones. Se acerca a la pequeña mesa circular que está en el living, se sienta en una silla un poco precaria y destartalada, poniéndose en una posición incómoda para que no se moviese e hiciese ese ruido infernal que tanto lo trastornaba, aunque sería más fácil sentarse en el piso o en una mullida almohada, de esas que tiene en su sillón de telas rasgadas.
Bien sentado, o al menos lo más posible, con la silla rechinando en su mente, se dispone a leer el diario de la mañana.
En su departamento, minúsculo y en un intento vano, pulcro mínimamente, no había demasiada luz, la bombilla, de color amarillento por sus gases interiores, ya se estaba gastando en su máximo uso de 1000 horas, y no era muy conveniente ponerse a leer.
Lee la Flecha, y no es que tenga problemas con el igualismo, para nada, es un gran partidario y ya ha ido muchas veces a los centros clandestinos de charla y protesta.
Pero como cualquier ciudadano respetable tenía al menos 5 deberes y/o ordenanzas, explicadas como derechos sociales en la Constitución Nacional de Cheroseen:
Evitar la falta de cultura, a excepción de una mala situación social
Evitar el desaprovecho de las situaciones favorables para uno mismo
No poner en peligro la vida de ningún individuo, a excepción de tener un título de Clasificador e ir recogiendo los pecados del mundo
Tener un trabajo libre de actos ilegales, visiones obscenas, pervertidas, estrafalarias o que se pongan en contra del bienestar público y privado de una comunidad
Escuchar las buenas nuevas y las malas cada día, para estar informado de las buenaventuranzas y malaventuranzas de la sociedad.
Mario se recompone el cerebro, un mínimo, y ve que había olvidado, en su mesa de lectura, sus anteojos; se levanta con un resoplido y se adentra en la oscuridad de su estancia, de su lugar de descanso, de esa oscuridad que se seguía irguiendo hacia él y lo mantenía en una tal incertidumbre austera y tosca, que sus manos, rugosas por el trabajo forzado en la fábrica, con un par de pelillos cansados de color blanco, temblaban...
Recogió los lentes con timidez y como en una película A estrenada en los clásicos cines B, se le fue de a poco por ser un caso extraordinario...
Mario nunca había empatizado consigo mismo desde hace muchos años, quizás desde su época conservadora, es que había interiorizado, viniendo a los rincones oscuros y desprolijos de su mente...
Volvió al living, miró de reojo y con paciencia un armario que tenía cerca de la ventana cercana a la puerta de entrada de su exclusivo hogar, se movió...
Mario se rasca los ojos con los puños cerrados, su alma rebota y su tiempo, al parecer se agota...se vuelve a mover, zarandeando con rigidez muchos abalorios con hilos atravesandolos, haciendo tintinear esos pequeños pendientes de su hija mayor, recordando que ella se hallaba encontrándose en el Centro de Enseñanza Mayor Superior de Abadia, Cheroseen.
Se acerca con una rapidez deslumbrante al ver caer esas joyas del tiempo, y las agarra en el finito aire que lo rodeaba, casi al ras del suelo
Se levanta dificultosamente y se vuelve hacia el armario, seguía moviéndose, haciendo ruidos, en coro, como un marcha enfurecida, como una muchedumbre buscando su cabeza, que revoloteando estaba y está, porque ese miedo interior, se acercó tanto al consciente, que ya se iba volviendo blanco por ello...
Los gritos siguen, se escuchan movimientos de banderas con leyendas escritas que
proclaman una liberación, un resoplido angustioso de unos diarios apilados en el respectivo mueble
Mario se arma de coraje e indemniza a su cobardía y ata firmemente a su cordura
Se acerca despacio, mientras los gritos se van acentuando más, casi hasta un griterío atronador, resaltando sus más íntimas blasfemias
Mario se acercó al picaporte dorado, los abalorios seguían tintineando enfurecidos, casi parecía que les sacaban lentamente las uñas de los dedos, con un resultado espantoso que nunca cesaría su chirrido aguerrido de condena infinita, aunque se exprese incoherente o sin sentido
Mario giró el picaporte, con el corazón en el puño y dedicando su vida a su padre, un trabajador cualquiera que había recorrido el largo camino de la vida, sin haber conseguido más que una caja llena de sueños correspondientes a su persona que le llegaron por correo desde otro individuo, desde otro sistema, desde otro punto de vista.
Abre lentamente la puerta, no chirría como lo hacen sus gritos, ni se mueve como hacía anteriormente, ahora solo flotan en ese espacio intrascendente, donde nadie podía ver la maravilla de su ilógica
Mariposas de muchos colores, se acercaron , chocandose pero llevandose, de forma recíproca casi accidental hacia Mario, que simplemente las miraba excelso de fantasía incondicional a lo que podría llegar nuestra especie, a creer que su imaginación lo llevaba por mal camino
Cuando salieron todas, con su batir repitante de viento que solo les sirve en ese casual propósito, el armario, sin alas y luz, cayó con un fuerte golpe al piso, de madera medio, ya hace tiempo, resquebrajada por sus pesados años
Las mariposas lo rodearon y de una forma casi maravillosa y fantástica, salieron por debajo de la puerta y entre las esquinas de la habitación, dejándolo solo con su excitación y sorpresa y con una luz que lo alejaba de la oscuridad, esa que siempre, se irguió hacia él, con un intento, siempre vano, de atraerlo
Un golpe seco en la puerta, o en muchas, en varias y en pocas, miles de puertas parecieron sonar para Mario, que inconsciente, casi se cae del espinazo que le acababa de dar la espalda.
Ve montones de diarios viejos tirados por su marrón piso, algunos, quemados, olvidados en el olvido de él y de muchos, diarios donde se clasifica la muerte en muchas variaciones, aunque el resultado sea el mismo
Ni se detiene a levantarlos, él mismo se levanta, se limpia cuidadosamente y va hacia la puerta, la abre sin miedo, después de ese extraño suceso ¿quién tiene tiempo de tenerlo?
Era el portero, que venía a ver si estaba todo correcto, que había escuchado un estruendo parecido a la pisada de un elefante
Mario no supo muy bien qué contestar, salvo un par de divagaciones y nimiedades, pero por alguna razón, el portero no le rogó explicación, es más decir que, el portero, un hombre frío que se paraba a sostener y vigilar a los huéspedes y los clientes, y como olvidar, a la puerta, le dio un cálido abrazo, muy parecido a uno Argeliano.
Cerró la puerta cuando ya se había despedido de él, miró el hogar, un living con mesa redonda, una silla chueca, un lamentable sillón, y ni un solo armario, ni diario a su alrededor
Solo aire, que se le metía en los pulmones, mientras que a Mario no,
resopló y se indignó, mucho tiempo buscando algo que siempre se le va
El Individuo se va y nunca vuelve
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Antología de cuentos de un perspicaz charlatán (Ciudad de unos Don Nadies)
Fiction généraleEstos textos no tienen ni comienzo ni final...porque pueden ser leídos como plazcan... Habla de un mundo extraño, incomprensible para muchos y para pocos, ya que solo es la forma de descargarse de un simple e idiota escritor capaz, que a lo sumo tom...