I. Tejiendo las sombras.

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Eran las diez y el joven Shieda aún se sostenía en los brazos de Morfeo. Jirones de luz se colaban por los visillos de la pequeña habitación, posándose en el pelo azabache del muchacho, cuyo rostro se adivinaba plácido y calmado.

Las sábanas se enredaban en el cuerpo escultural de Kayn, quien empezó a despertar, sintiendo los primeros aleteos del día. El chico, todavía adormilado y movido por la inercia, condujo su mano hacia su marcada erección. Aún sumido en sus ensoñaciones, mordió su labio inferior.

—Zed... —susurró para sí mismo.

Acto seguido se dispuso a acariciar su glande. Comenzó despacio, aletargado. Suavemente fue incrementando el ritmo y propiciando caricias a lo largo de su extensión. Escasas gotas de líquido transparente lubricaron su miembro, incrementando el placer del joven. En breves instantes, aplacado por la excitación que había sentido en sus sueños, culminó sobre su estómago. Tras esto, el joven fue entrando en razón.

—Mierda —exclamó. Renegaba de lo que acababa de ocurrir. Otra vez...

—Buenos días, doncella —Una voz sepulcral se escuchó desde el armario—. Deberías limpiar tu estancia: huele a cuadra.

—Cierra el pico, escoria —gruñó Kayn, dirigiéndose a Rhaast: su guadaña.

El moreno se dirigió al armario y revolvió entre su ropa, buscando alguna prenda limpia.

—Debería darte vergüenza guardarme entre tus calzoncillos —dictaminó Rhaast.

—Tanta magnificencia como arma no compensa tu pesadez— Shieda le propinó un puntapié.

El joven tomó una raída camiseta de nylon y la olisqueó, dándole el visto bueno.
Acto seguido procedió a acudir al salón; sentía apetito.

En el salón principal los cristales amplios filtraban la atmósfera de un resplandeciente día, que contrastaba con el ambiente lúgubre del templo.
Kayn halló a su maestro en la sala. Este, con un gesto, indicó que tomase asiento a su lado.

De rostro angelical y armonioso, Zed vestía una negra túnica que descendía hasta sus pies. El alvino y sedoso pelo caía hasta sus hombros; coronándolos.
Al inicio, al pupilo le había sorprendido, a la vez que maravillado, el hecho de que su maestro ostentase un rostro impropio de la edad. La brujería que se ocultaba tras sus sombras había conseguido sellar su vejez; dotando al sádico de una anacronía permanente.

—Kayn... —con una mueca que se antojó infantil, Zed se dirigió a su discípulo— ¿Conoces el horario de este templo, no es así?

—Lo siento —Shieda bajó la cabeza—; pero no tenía ninguna tarea programada para hoy.

—Debes venir conmigo— anunció Zed.

—Apenas he probado bocado todavía —se quejó el moreno.

Zed tomó a Kayn por el brazo, tirando de él. No parecía estar de buen humor:
—Guárdate la confianza conmigo, Kayn, ten cuidado —advirtió.

Shieda marchó tras él, enojado. Nunca le había agradado la altanería con la que le trataba su mayor. Si bien era cierto que admiraba, con cierto recelo, el poder del tirano, no podía comprender las ínfulas de grandeza que poseía. Y es que Kayn era el tipo de persona que se molestaba ante cualquier nimiedad; tenía un carácter fuerte e incorregible.

Maestro y pupilo abandonaron el templo, apresurádose en su marcha. El joven desconocía hacía donde se dirigían, cosa que lo impacientaba.
Ambos atravesaban un bosque de bambú, que moraba en la parte norte de sus inmediaciones, cuando Zed declaró:

—Hoy requiero probar tu valía —Observó al menor, quién chasqueó la lengua, molesto.

—Psé... —murmuró el pelinegro.

—Deseo comprobar si podrías ser capaz de portar otro darkin —Zed pusó especial cuidado en aquellas palabras, queriendo despertar la curiosidad del joven.

—La avaricia rompe el saco, maestro — advirtió Kayn, preocupado.

—Si eres tú quién se quiebra no me importa —Una malévola sonrisa se escapó de la boca de Zed.

Se detuvieron un claro. Un sepulcral silencio se cernía sobre sobre el lugar, dónde cuatro pilares en ruinas eran el único decorado.
Zed, observó a su discípulo, le divertía la incertidumbre que claramente le asolaba.

De un bolsillo de su túnica tomó una pequeña caja, ornamentada con motivos antiguos, esculpidos en marfil. Kayn espectaba, nervioso.
Zed se acercó al pelinegro y posó su mano en el rostro de este. "Parece tan delicado" -pensó. Acto seguido trazó un símbolo en la caja: un sello.
El cofrecillo se abrió, mostrando su contenido. Una piedra ovalada semblante a un rubí relucía ante los ojos de un confundido Shieda.

—Querido... —se dirigió a Kayn.

—No me llames de tal forma —replicó el muchacho.

—Te apodaré como me venga en gana, eres de mi posesión —Zed continuó—. Esta es una gema tallada en las bastas tierras de Valoran. Ha sembrado destrucción y sombras, mas no ha encontrado todavía dueño. Hace años que la poseo, sin dar con el portador idóneo.
Zed se acercó a la oreja del moreno para susurrarle:
—¿Quisieras ser tú?

—Quizás podría... —Shieda, motivado por el ansia de poder y el anhelo de destrucción, se arriesgó.

El líder de las sombras tomó una navaja, haciendo un rápido y profundo corte en la mano del joven, este mostró una mueca de dolor. De una pequeña bolsa de lino, tomó unos polvos semejantes al almizcle que procedió a untar en la herida.

—Esto será suficiente de momento —concluyó—. Es un pequeño fragmento del darkin, así sabremos si puede pertenecerte.

Unos instantes después la visión de Kayn se empezó a nublar. Se sentía pesado, una corriente que ardía empezó a recorrer sus venas. La ira infundada comenzó a hostigar al joven, que trataba de mantener la compostura.

—Parece que no funciona —lamentó Zed.

Movido por el orgullo y la poca cordura que le quedaba, el sombrío trató de abalanzarse sobre su maestro.

—¿Qué me has hecho, imbécil? —le gritó.

Ante la impertinencia, Zed invocó una sombra que lanzó al joven contra un pilar. Acto seguido saltó sobre su presa.

—Te voy a matar —amenazaba Shieda. La saliva brotaba de la comisura de sus labios, descendiendo hacia su pecho. Los quejidos del joven comenzaron a intensificarse. Sus ojos se tornaron blancos por momentos—. Eres un mezquino —blasfemaba el joven; mas sus palabras se antojaban incomprensibles para el maestro.

Zed, que contemplaba con sadismo y cierta lascivia la reacción de su aprendiz, tomó el rostro de este, aproximándose a sus labios:

—Eres débil —le susurró. El peliblanco tomó con sus finos dedos un hilo espeso de la saliva de Kayn y la saboreó.

—¿Qué es esto?, ¿acaso eres un perro rabioso? —Zed metió dos dedos en la boca de Kayn, empujándolos hasta su garganta, cosa que provocó una arcada en el joven.

—Detente —suplicó Shieda. Reparó en los ojos del maestro, que chispeaban con una felina alevosía.

Diminutos puntos danzaban al azar, infundidos por el mareo del joven. Pasados unos instantes su conciencia se desvaneció. Kayn se desplomó a los pies de su maestro, el cual lo observaba impávido.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora