X. Envenéname.

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Yacer en el aéreo conocimiento, desligado de bajas pasiones, lejos de los chillidos que se asemejan a aleteos; de los quejidos rotos ante el último tintineo del mundo: aquello era lo que deseaba Zed.

El hombre había dedicado toda su vida a cultivar las sombras con una templanza que cualquier ser terrenal envidiaría. Desde hace tiempo, en su pecho ya no anidaban las harpías que destrozaban su integridad; había consumado por completo la lacra de sus anteriores días.

Ahora observaba al moreno, a aquel querubín con cabello de grava e ígnea firmeza en su torso, y comprendía; Kayn jamás podría comparársele, ascender el tercer peldaño, consumar las sombras de sus días en pos de la nueva era; erradicar la esperanza de llegar al confín esperado para así obtenerlo.
Shieda estaba controlado por la pragmática realidad y no dejaría que las sombras lo consumiesen por completo.

Zed había volcado una ínfima parte de su vida en enderezar a aquel muchacho que, tumbado en la cama, emitiendo diáfana luz, ya no valía nada. ¿Debía pues dejarlo atrás antes de que su valía menguase todavía más? No: debía continuar sometiéndolo ya que era, a fin de cuentas, su última preciada posesión; un diamante entre barro que imploraba por ser destruido.

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Kayn despertó al cabo de unas horas, o al menos recobró parte de su consciencia ya que, drogado y enfermo, no parecía ser parte de este mundo; completamente enajenado, se ocultaba tras los barrotes de una árida cárcel: la de su bloqueo mental. Ese motivo le impedía rechazar la presencia de su maestro y bloqueaba por completo la turbación que le hubiese provocado en un estado lúcido hallarse de ese modo: en cueros y pegado al cuerpo del tirano. Shieda se limitó a revolverse en la cama, dirigiéndole una turbia y borrosa mirada a Zed y sonriéndole con cierta amargura.

—Sabía que vendrías —murmuró; mas no se dirigía al tirano, si no a él mismo. Drogado. Jodidamente drogado; la figura de Zed era para él un fantasma, una mera ilusión que seguramente anunciaba su inminente caída. Pero aquel espejismo le contestó:

—¿Qué ha sucedido aquí, Kayn? —espetó su maestro y se apresuró a decir— Ahora no puedo llevarte; serías un estorbo. Debemos esperar a que recuperes tu consciencia por completo.

La sonrisa de Kayn no se borraba de su rostro. Permanecía allí como una dama blanca; fruto de una especie de ataxia.

—¿Me has drogado, no? —le preguntó entre suspiros a su maestro— Más, dame más —le suplicó.

—No estás en condiciones para exigirme nada. Nisiquiera deberías hablar. Limítate a permanecer como un vegetal; me facilitarás así la tarea.

—¿Cuánto más puedes hundirme Zed? Mírame —Mas el albino giró la cara, rechazándolo—. Mírame Zed, contempla. Contempla la mierda en la que me has convertido.

—¿Sabes Kayn? No he recorrido todo este camino para aguantar esta santa decadencia —se quejó el maestro.

—Entonces inyéctame eso y ameniza mi existencia —dijo Shieda.

—Ya te he administrado una buena dosis. Además, esta droga sirve para aplacar el dolor. No para que un crío se lucre en ella.

—Siempre contradiciéndome. Hijo de puta; tú mismo eres una contradicción. Escúchame: se bien el tipo de persona que eres —amenazó el joven.

—No sé a que te refieres —dijo Zed, escudriñando en el instrumental que utilizaba para administrarle el veneno a su pupilo—; pero Shen va a pagar caro por esto. No entiendo porque el mundo se empeña en desprestigiar mi trabajo. ¿Sabes Kayn? aún ahora tienes potencial para que siga llevando a cabo mi tarea.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora