VII. Monocromático.

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Habían transcurrido dos días, con sus respectivas noches, desde que Shen raptó al joven Shieda.
Ante la negativa de este hacia cualquier tipo de cooperación, el ojo del crepúsculo no había tenido otro remedio que sedarlo, iniciando así sus experimentos.

El hombre se decidió a tomar un paseo antes de que Kayn, ahora dormido, volviese a recobrar la consciencia.

Con ritmo rápido, caminó largo rato por la ladera, hasta que decidió recobrar el aliento a los pies de una especie de monolito. El azul cielo dotaba al paisaje de una hermosa claridad invernal.

Shen tenía ese lugar como su preferido. Su refugio ante el mundo. Solitario y silencioso; le brindaba calma.

Hundido en sus ensoñaciones, volvió a evocar aquel fatídico día. Aquel día que no podría jamás borrar de sus recuerdos; puesto que había trazado una eterna marca en su ego.
Como si fuese hoy, la imagen de la cabeza arrancada de su padre se dibujó en su mente.
"Ahora todo esto me pertenece"... Aquella voz melódica se dirigía a él. Era Zed: la única persona a la que había amado en su vida. Aquel hombre acababa de asesinar al maestro Kusho.
Su querido le había traicionado, llevándose consigo todo rastro del cariño que sembró, con mimo, durante aquellos días en los que no existían más que sus cuerpos desnudos fundiéndose el uno con el otro.

Desde el destierro del peliblanco, Shen lo había esperado insufribles años; albergando en su corazón la esperanza de que algún día su compañero corregiría su sombrío camino y volvería a servir en el templo.
Jamás se hubiese imaginado aquel golpe horas antes, cuando había adivinado la estilizada figura del sombrío llegar; provocando que su pulso se desbocara.

Pero ahora, todo a su alrededor se desmoronaba. La muerte, carmesí, cubría la sala por completo. Asfixiante. Y Shen en pie, aterrorizado ante el espectáculo macabro.

Quería detenerlo; mas una marea de sensaciones le impedía obrar con criterio. Todo aquello que había acallado, todo aquello que había suprimido por completo durante años, ahora fluía como un incesante torrente; mermando su capacidad de actuación.
Su raciocinio le abandonó totalmente, provocando que se limitase a tratar evacuar el máximo número de personas posibles; era lo único que podía hacer. Y se maldecía por ello... su penitencia sería arrastrar ese recuerdo hasta el día de su muerte.

Si en aquel entonces hubiese matado a Zed; brindándole la paz que ya no podría encontrar de otro modo, tal vez hubiera recuperado su equilibrio mental. Mas no era así: desde ese día Shen llevaba por sentencia el sufrimiento y la culpa. La culpa de no haber podido salvar a su familia y a su orden... la culpa por no haber podido librar de las garras del odio a su amor.

🌹

El ojo del crepúsculo se dirigió a Kayn, sosteniendo una bandeja de frutas. Con sutileza, lo despertó.

—Ya has descansado suficiente —dijo—, debes ingerir algo de alimento.

Shieda había permanecido reticente a cualquier gesto de ese hombre. Furioso, lo despreciaba con todas sus fuerzas. Especialmente cuando Shen había decidido, harto de esperar por su aprobación, administrarle un sello que, además de aminorar por completo la fuerza que aún le quedaba, le producía un sueño tan intenso que hacía que se desplomase al instante.
Entre pesadillas, Kayn podía notar a su mayor toquetear su cuerpo sin ningún tipo de reparo. Cortes, agujas que se insertaban en sus venas extrayéndole sangre... No podía entender que albergaba su cuerpo como para que esa rata lo hurgase con tanto anhinco.
A veces se desvelaba, todavía delirando le parecía escuchar la voz de su maestro: "Vendré a por ti pronto", le susurraba, provocando en el muchacho un atisbo de sonrisa. Mas Kayn ya no esperaba que viniese jamás y, si lo hacía, sería solo para llevarlo de vuelta al templo: lugar en dónde quién sabe que otros experimentos infernales le esperaban.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora