XI. La luna es una ausencia...

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"...coronando su presencia,
en la más opaca noche."

El conticinio de un miércoles sombrío anunciaba el paso de tres semanas enteras tras los hechos de aquella febril escena; de aquel infortunio durante el cual Zed había sometido completamente a Kayn.

El oscuro había llevado a su pupilo de vuelta al templo. Con paciencia y servidumbre, había conseguido transportarlo por el arduo camino. El enfermo Shieda durmió durante todo el trecho encima de la bestia que los transportaba. Pocos signos de oposición había mostrado aquel joven que, aplacado y hundido, no era ya más que una mera coraza de piel y huesos.

Una vez llegaron a su destino, el joven guardó reposo siete largas lunas, a las cuales se sumaron dos más para que abandonase su cuarto.

Kayn renegaba ante la idea de un encuentro con su maestro. No podía ni debía, bajo ningún pretexto, acercársele. Ahora el pelinegro era el caído, el repudiado; escombros y náusea.

Una, dos... Hasta tres veces repiqueteó con arritmia la puerta Zed para llamarlo. Necesitaba verlo, necesitaba proseguir con su, según él, idilio maquiavélico. Una voz débil y quebrada sonó desde el otro extremo, se adivinaba el enojo:

—¿Quién llama? —preguntó Shieda.

—Yo —declaró el maestro.

Tras leves instantes el moreno abrió, personándose el otro en el cuarto:

—Debo hablar contigo. ¿Te encuentras mejor? —preguntó.

—Puede. ¿Importa acaso? —El impertinente Kayn lucia turbio y algo desequilibrado. En su mano se hallaba una copa de lo que parecía ser vino.

—No lo hagas más difícil. Trato de ser cortés. Sé que ya has salido de tu cuarto. También sé que has estado bebiendo estos días. ¿Por qué no has acudido a verme? —se intrigó Zed.

—Tú tienes de cortés lo que yo tengo de puro —rió Kayn—. Escúchame bien, media mierda; voy a irme de aquí antes de lo que tú te crees. —Se adivinaba terriblemente ebrio.

—Tú no te irás a ninguna parte. He ordenado vigilarte. Debo proseguir —dijo el tirano.

—Debo proseguir... ¿debo proseguir el qué? —se burló— Antes de que me vuelvas a tocar me quito la vida —amenazó Shieda.

—¿Tan poco vale para ti ahora todo? —preguntó— Me has decepcionado, pero aún puedes redimirte.

—No quiero —Kayn mostró una mueca de enojo—. Tu desaprobación me la repampinfla muchísimo. No sabes cuánto.

—Kayn, olvidas que he sido yo quién te ha dado cobijo todos estos años; te he entrenado, te he mostrado el arte de las sombras... ¿Es así cómo me lo pagas? —espetó Zed.

—Lo hiciste porque querías. Porque a ti —Kayn puso un dedo sobre el pecho de su maestro—, y únicamente a tí te daba la real gana. Aún creerás que eres el santo, habiéndome sumido en un infierno.

—El infierno lo has creado tú. En tu mente. No entiendo tu actitud; mas pareces bastante demente. Yo sólo te ofrecí colaborar conmigo. Y creo recordar que fue de mutuo acuerdo —dijo Zed.

—¿De mutuo acuerdo? No creo haberte pedido nunca que me hicieras todo lo que me hiciste.

—Si es por lo que pasó en aquella cabaña...

—¡No! —masclulló Kayn— No se trata de eso. Se trata de todo. De jodidamente todo. Zed... voy a irme pero antes debes devolverme a Rhaast; me pertenece.

—Sabes bien que no lo haré. Si tanto lo deseas debes colaborar antes conmigo — sentenció el hombre.

—¿Qué quieres ahora? ¿Más vicio, más perversión? ¿Eso quieres, puto conejito? —Aquel cariñoso mote, escuchado de la boca de Shen, le permitía a Kayn adivinar algo que se había estado preguntando: ¿Era real lo que le había narrado el ojo del crepúsculo?.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora