III. Anhelos

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—Por más que clames misericordia me veo obligado a proceder —murmuró Zed. El eco resonaba por la sala.

La tensión se palpaba en el ambiente. Una amplia claraboya era la única fuente de luz allí abajo; en las mazmorras.
Shieda se dirigió a su implacable maestro:

—¿No existe otra forma de...? —No pudo terminar su frase antes de que dos sombras, proyectadas por el tirano, le sostuvieran con ahínco.

—Observa bien, Kayn —El peliblanco recorrió la sala hasta situarse al lado de una enorme máquina. El cableado, complejo, emitía destellos que oscilaban entre verdes y púrpuras. Los ópalos embellecian el bordeado de la estructura, que se alzaba imponente, regia.

Zed se arrodilló, rebuscando tras la parte inferior de la maquinaria. Un ruido metálico y profundo estremeció a Kayn, quien escrutinó toda la sala con sus vivaces ojos.

En una esquina, una especie de mole se erigia. Examinándola, al moreno le pareció que retozaba vida. Efectivamente, un amasijo colosal de carne y vísceras palpitaba, removiéndose lentamente. Shieda sintió sus tripas revolverse.

—¡No lo permitiré! —chilló, tratando de desprenderse de las sombras. Zed se dirigió hacia él. Con una discreta navaja, talló una cruz en su torso. El joven sintió el frío acero cortar su piel.

—No te muevas. Podrías quebrarte una costilla —sentenció el peliblanco, embriagado por la escena. El arma se hundió en su costado derecho, creando un pequeño hoyo en su cuerpo.

—Por aquí introduciré el cableado —informó Zed—. No te preocupes; solo inyectaré el Xrdon-h cuando estés inconciente.

—¿Qué vas a hacerme, hijo de puta? —gritaba Shieda.

—Lo prometido. Tan solo eso —el asesino le mostró una sarcástica sonrisa.

Los clones sombríos arrastraron al moreno, situándolo al lado de la máquina. Dos oxidadas cadenas colgaban del techo. Pausadamente, Zed ató a Kayn con estas.
De un corte limpio rasgó la camisa de su alumno, quedando expuesto su pecho marmóreo. Finas gotas de sudor serpenteaban hacia su ombligo.

—Tienes poco vello —lo examinó—, todavía eres un crío.

—Eres un maldito desviado —renegaba el moreno.

Sumido en su ritual, el ninja despojó a Kayn de todas sus prendas; quedando este desnudo.
Introdució un catéter en su brazo, provocándole un leve quejido.

—Dentro de poco, el dolor físico no volverá a manifestarse en ti —le susurró.

Zed encendió la maquinaria, no sin antes dirigirse al amasijo de carne en el que había reparado su alumno; tomó un puñado de esta, depositándola en lo que parecía ser el núcleo del mecanismo.
El eje comenzó a girar, emitiendo metálicos ruidos que infundaban absoluto terror.

Un líquido se deslizó por el tubo conectado al brazo de Kayn, dirigiéndose a su vena.
El muchacho cerró los ojos, sintiendo como una corriente espesa y fría atravesaba sus conductos, directa hacia sus órganos.

—En unos instantes tu identidad desaparecerá. ¿Hay algo que quieras decir al respecto? —La voz de Zed danzaba por las paredes de la sala.

Mas Kayn guardó silencio. Su dolor lo conducía al inminente punto de pérdida de conciencia. Se sentía terriblemente drogado. Su visión, nublada, apenas le permitía distinguir el contorno de su maestro.

Lentamente, comenzó a vislumbrar un umbral. Esferas de luz salían de él, posándose sobre su cuerpo. Podía sentirlas, cálidas. Una voz ronca tomó la forma de un susurro al dirigirse hacia el joven: "Otórganos el poder", clamaba.
Por unos instantes, todo se desvaneció. Hasta que una marea de emociones desconocidas tomó al muchacho, devolviéndole la consciencia.

—Es imposible —Kayn dirigió su mirada al maestro, intrigado por sus palabras. Este parecía temblar, un gesto de asombro desencajaba su cara—. No puede ser... Has estado muerto durante minutos. ¿Sabes quién soy?

—¿Cómo no iba a saberlo, basura? —gruñó Kayn, en estado de sopor.

—¡No! -El grito de Zed resonó por toda la sala— No ha funcionado...

—Adelante entonces, mátame —La mirada de Shieda desafió al peliblanco—. ¿Eso es lo que quieres, no?

Llevándose las manos a la cabeza, Zed se agitaba, tratando de adivinar su error.
—Tal vez se deba a un tipo de anomalía en tu sangre —murmuró.

—¿Te ha salido mal el juego? —Kayn apretó los dientes. Las ganas que sentía por arrebatar la vida de su maestro eran inconmensurables.

Zed se dirigió a la máquina, introduciendo un poco más de su aberrante combustible. La prendió. En apenas segundos, la baba del demonio volvía a filtrarse por las venas de Kayn.

—O mueres, o te tornas un parásito del darkin. Tu humanidad te condiciona a ello —sentenció.

—Mátame ya, hijo de perra —El rumor de la máquina acallaba la petición de Shieda.

Transcurrieron los minutos. Zed, desquiciado, no quitaba ojo de encima a su alumno. Este, no solo no se había desmayado esta segunda vez, si no que sonreía, seducido por las ensoñaciones de un estraño delirio.

—¿Qué sientes? —preguntó el ninja.

—El poder... —gimió Shieda— es tan fuerte...

Una extraña energía comenzó a apoderarse de la sala. Zed reparó en la máquina, de la cual comenzaba a surgir un humo blanco. Resignado, conoció su límite: el artificio se estaba sobrecalentando. Lo apagó y se dispuso a liberar a su alumno, que gemía cosas inintendibles. No parecía volver a la realidad.

—Hemos acabado por hoy —Zed se dispuso a irse. Poco le importaba ya si el muchacho permanecía colgado hasta la sesión del día siguiente.
Mas trató de desprenderse de la ira; tenía que mantenerse coherente. Kayn debía, fuese como fuese, ser estudiado en ese mismo momento.

—Shieda, voy a reunirte con Rhaast —anunció—. Tal vez él pueda sacar una conclusión de esto.

—No, Zed —musitó Shieda, con los ojos entrecerrados—. Déjame.

El maestro examinó su cuerpo: un sudor de consistencia aceitosa lo cubría por completo. Anonadado, reparó en la marcada erección que mostraba el joven.

—¿Acaso estás excitado? —Zed no cabía en su asombro.

—No. No puedo... —El joven apenas podía articular palabra.

—¿Te excita estar expuesto ante mí? —volvió a preguntar el maestro, con cierta lascivia— Enclenque.

—Muérete —Kayn trató de sostener la mirada en su maestro. Su miembro palpitaba—. Me duele...

—¿Te duele? —Zed se inclinó ante el miembro del moreno.

—No me mires de esa forma —rogó Shieda.

—Tal vez debería castrarte —dijo con malicia el ninja. Dirigió sus dedos hacia el glande de su aprendiz, quién emitió un breve gemido. Zed tomó un poco del líquido que brotaba de la intimidad de su compañero y lo saboreó.

—Salado —le susurró— ¿Te gustaría que te follase?. El asesino jugaba con el extasiado muchacho. Aprisionó su polla, apretándola con fuerza.

—Si haces eso, no podré contenerne —gimió el otro. El dolor se entremezclaba con el placer. Zed tiró con fuerza de la piel que recubría el miembro: tratando de romper su frenillo, mas este gesto provocó que el semen del joven escapase; empapando la amplitud de su mano.

—Te odio —murmuró Kayn.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora