XIII. Mío (Parte I)

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"Voy a hacerte feliz. Sufrirás tanto
que le pondrás mi nombre a la tristeza.
Mal contrastada, en tu balanza empieza
la caricia a valer menos que el llanto.

Cuánto me vas a enriquecer y cuánto
te vas a avergonzar de tu pobreza,
cuando aprendas -a solas- que belleza
tiene la cara amarga del encanto

Para ser tan feliz como yo he sido,
besa la espina, tiembla ante la rosa,
bendice con el labio malherido.

juégate entero contra cualquier cosa.
Yo entero me jugué. Ya me he perdido.
Mira si mi venganza es generosa."

Antonio Gala


La luz matinal caía sobre los párpados de Shieda Kayn. Notó el frío y su cuerpo, destemplado, tiritó; mas ninguna manta bastaba para cubrir el hiel que ahora anidaba en su alma.
El moreno condujo su mano hacía su erección, como siempre hacía. Día tras día. Hoy no sería distinto, como no lo había sido ayer, ni lo sería mañana: hasta que el influjo que tenía su maestro sobre su lascivia desapareciese, el pupilo continuaría masturbándose evocándolo. A Kayn le resultaba doloroso hacer esto, hacerlo así: de manera casi religiosa y pensando en un hombre que jamás le correspondería.

Noches atrás, el albino le había besado, conjurando una cálida esperanza en el pecho del joven, quien se agitaba recordándolo; mas, en su cometido, no quedaba lugar para titubeo alguno: Shieda debía olvidar aquel desliz.

Hoy era el día prometido.

El joven salió al patio principal una vez adecentado. Con un gesto, se retiró de la cara un mechón de cabello: olía a jazmín. Halló a Zed alistando la bestia sobre la que partirían hacia el norte, rumbo a la base inhóspita del tirano.
El acuerdo se había cerrado con anterioridad: Shieda cedería a ser partícipe, víctima, de un último experimento. El albino entonces le devolvería a Rhaast. Se desconocía entonces si el moreno optaría por abandonar la orden. Jamás lo haría: Shieda Kayn iba a morir allí.

En calma, el moreno observó a su verdugo, admirando la piel casi tan blanca como su cabello; aquella fragilidad, camuflaje perfecto. Sólo tenía una oportunidad, lo sabía bien. Si no conseguía llegar a un acuerdo con Rhaast, si aquel influjo de magia celeste no se manifestaba, fallecería en las manos de aquel monstruo.
Zed pretendía otorgar la energía del joven al Darkin, filtrándola previamente a través de un sello maldito que la intensificaría y, a su vez, la depuraría de toda humanidad. El maestro le había advertido al otro que no temiese, pero mentía: ¿por qué viajarían sobre una única bestia y no dos?

Sin a penas mediar palabra, los dos se sentaron sobre el gran animal. Kayn, detrás, tomó por la cintura a Zed: tenía las caderas estrechas y huesudas. Era fino como una mujer y bello como la que más. Se pusieron en marcha rumbo al matadero.

Durante el trecho, Shieda se estuvo preguntando por qué diantres aquel ser pretendía liquidarlo. Estaba claro que su estabilidad mental se había quebrado los últimos meses. ¿Era un simple fallo suficiente para que Zed lo desechase?

Se recordó a él mismo, de niño, enmedio de la infamia, la muerte y el sufrimiento. Recordó la inmaculada figura de su salvador como si de un santo se tratara. Zed lo alejó de aquel dolor... para darle uno todavía mayor; el de la desesperanza.
Todos sus valores habían sido sustituidos, reemplazados, por otros que beneficiaban más a su maestro; el valor, el coraje y el noble sentido de la justicia que poseía el pequeño Shieda, no le agradaban al sádico. Las sombras debían ser el único sustento y cobijo del joven. No había lugar para condicionamientos morales y humanos.
Kayn había caminado junto a Zed con esas reglas siempre presentes, pero ahora aquel sendero, que aún impuesto aceptó seguir, lo conducía hacia la muerte.

Mío (Kayn x Zed) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora