III No apto para estómagos sensibles

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La mañana del domingo se había despertado tan temprano que él mismo se sorprendió que sus párpados aguantasen el peso del sueño que tenía. Había trazado el plan a la perfección, aclarando que no se había dejado ni un solo detalle atrás. Incluso había practicado las expresiones faciales y ensayado el guion que tenía que hacer tragar a su familia con total convicción. Ahora solo tenía que ponerlo en práctica.

-Padre, señora que dedicó vagamente su vida a amamantarme-Dijo con gran seriedad recogiéndose los puños de la sudadera-Debo compartir con vosotros una lamentable noticia...

Comenzó a reír. Se encontraba delante del espejo riendo solo, una situación que le resultaba un tanto estúpida. Normalmente, cuando mentía, lo hacía de forma natural y sin ensayos. Parece que aquella nueva situación requería ahora algo de interpretación. Suspiró y bajó las escaleras sigilosamente.

En domingo, el desayuno en casa de los Romanovich era algo que se disfrutaba en familia. Su padre no trabajaba, su madre estaba más descansada que nunca, un momento del día que hacía posible que los dos chavales estuviesen en el mismo lugar durante un determinado tiempo. Incluso si salían de fiesta y llegaban al amanecer, ellos debían de estar allí sentados. Ya era una tradición. Una tradición que debía cumplirse.

-Buen día.

Scott fue el primero en llegar a la mesa. Nada más hacerlo, cogió un puñado de cereales que se encontraba en un gran bol justo en el centro de la mesa y los echó en otro de menor tamaño. Su madre, que no dejó escapar aquel momento, salió de la cocina sólo y exclusivamente para golpearle la mano como si fuera un niño pequeño. A decir verdad, es como lo trataba casi todo el tiempo.

-No uses las manos.

Señaló con el dedo.

-Lo siento-Volvió a repetirlo y retiró la mano rápidamente-Tenía la polla ocupada.

-No voy a tolerar otra grosería como esa en la mesa. ¿Me has oído?

Scott empezó a reír como un niño pequeño.

-¿A qué viene esa cara de espanto? ¿Te dan miedo las pollas o qué?

Se incorporó en la silla y miró hacia los lados, estiró un poco el cuello para intentar ver la cocina pero no alcanzaba.

-¿Y mi hermano?

-Salió anoche.

Dijo su madre colocando una jarra de zumo de naranja recién exprimido.

-Viernes y sábado...interesante.

Con aquello despertó su interés, comida para su mente que no dudó en ponerse en funcionamiento. Ya tenía en lo que pensar, cotilleas o inmiscuirse. Algo se cocía en esa actitud

-Buenos días.

Expresó el padre de la familia que hacía su entrada en el salón. Se trataba de un hombre alto, con un amplio mapa de arrugas en su cara, con el pelo tan negro como el de sus hijos y, a pesar de su edad, mantenía una complexión atlética. Aunque debajo escondía todo tipo de lorzas. Su estómago parecía derretido. Un rollo de papel transparente para envolver carne. Hablaba muy alto, casi parecía estar gritando siempre, y detestaba que superaran su tono al hablar. Entonces, él lo consideraría una falta de respeto.

-¿Dónde está Liam?

Preguntó el padre.

-Creo que aun duerme, voy a subir a despertarlo.

Contestó la madre al tiempo que vertía zumo de naranja en el vaso de su marido.

-Antes de que lo hagas, mujer-Scott carraspeó y se preparó para comenzar su teatro-Hay algo que os tengo que contar. Es importante.

Autopsia de un AbandonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora