II El «como borrar las pruebas de un crimen»

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Mente y cuerpo habían tocado el límite, las reservas de energía estaban en las últimas pero aun así sus ojos no se cerraban ante la oscura habitación. Tenía veinte años y hacía mucho tiempo que no había hecho algo verdaderamente malo. No desde que robó aquella caja de donuts en la tienda del barrio con doce años, o la cámara de fotos con las que una chica le fotografió la polla a los quince. Al menos, hasta esa noche. Una parte de él, una muy profunda que se situaba en algún recoveco dentro de su mente, le estaba repitiendo en eco lo mal que lo había hecho. Pero otra parte de él, una más superficial, le decía que es lo que necesitaba en su vida. Notaba un cosquilleo cada vez que pensaba que podía ir a cárcel. Tal cosquilleo que parecía un orgasmo. Entonces lo pensó, quizás una paja le viniese bien en ese momento. Deslizó su mano derecha por el pantalón y comenzó a meneársela. Tocaba la polla por encima del pantalón, la notaba como se endurecía en su mano. Abrió la cremallera y la sacó fuera. Se masturbaba regularmente, la verdad es que pensaba que el sexo con desconocidos era estúpido y arriesgado, aunque lo mencionara como anhelo cada vez que tenía oportunidad. Cerró los ojos e imaginó, imaginó como un joven lo toqueteaba y besaba por todas partes. Bajaba a su entrepierna y comenzaba a lamer su ingle. Intentaba hablar pero él le obligaba a permanecer con la polla dentro de la boca. Estaba disfrutando, disfrutaba con aquella imagen, hasta que dicha imagen fue cegada por una luz. Como una ligera explosión. Una bombilla explotando. Escuchó un grito y aquel grito le hizo ver al joven con la boca llena de sangre. ¿Me limpias? Preguntó.

Se incorporó rápidamente en la cama, abriendo los ojos de par en par y muy asustado. Se quitó la mano de sus genitales y se guardó la polla, subiendo la cremallera. Había olvidado limpiar la sangre del coche. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?

Bajó corriendo al garaje, con un rollo de papel de cocina que había cogido en el camino y varios productos de limpieza que recogió de debajo del fregadero, y nada más entrar se quedó durante unos segundos observando su coche.

-Joder.

Farfulló.

Comenzó a mezclar todos los productos de limpieza en un cubo; limpiacristales, lejía, desengrasantes e incluso lavavajillas.

Empapó el papel y comenzó a limpiar toda la parte delantera, frotando con fuerza como si le fuese la vida en ello. Aquello apestaba. Volvía a mojar más papel y continuaba. Un proceso que duró hasta que limpió toda la parte delantera del coche. Cuando creyó que había terminado, miró el coche, sudando. Parecía limpio, no nuevo, pero si limpio. Entonces observó algo junto al tapacubos de la rueda. La rueda con la que había pasado por alto de aquella mujer. Había un mechón de pelo enganchado.

-Mi madre...que asco...

Comenzó a dar arcadas al tiempo que tiraba del pelo para quitarlo todo. Lo echó al cubo con los productos y salió del garaje.

Terminado, tiró el agua por el váter.

No estaba conforme con lo que veía allí. Lo que tenía frente a él era el arma de un asesino. Una prueba irrefutable si se llegase a investigar. Que era lo más posible.

Arrancó el coche, abrió el garaje y se fue con el vehículo lejos de su barrio. Ya había amanecido cuando lo dejó estacionado en una calle poco transitada, del lado sur, donde los protagonistas eran los yonquis exacerbados por la cantidad de droga en sus carnes. Quien le estuviese viendo, no le iba a recordar. Estaba tranquilo.

-Me mola tu buga.

Sonrisa y media, literal, sin dientes, se le acercó con pasos de niñera.

-Gracias.

Autopsia de un AbandonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora