XXV Este hogar era un refugio

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Llevaba preocupada unos días, casi en un estado de paranoia ocasionado por el ataque inesperado de su hijo. Alguien que había salido de sus entrañas había querido matarle. ¿Cómo podía afrontarlo? ¿Estaba justificado? En cierta forma, algo, sí. De todas formas, a pesar de que ahora le invadía inseguridad y un estado desquiciante de paranoia, el peso de un oscuro secreto se había desvanecido. Eran casi las doce de la noche, el frío viento soplaba fuera y se colaba por las rendijas de las ventanas de su habitación. Se levantó de la cama para cerciorarse que estuviesen cerradas, pero poco podía hacer con eso. Miró hacia la puerta de su habitación, que la mantenía entreabierta, una costumbre desde que había tenido a su primer hijo, y notó una presencia desvanecerse en la oscuridad. Intentando no escuchar sus pensamientos, porque de esa forma podría escuchar cualquier cosa, se aferró a su bata y se sentó en la cama con la intención de meterse de nuevo a ella.

No pudo. Notaba como algo se movía fuera, en el pasillo, porque eran ruidos muy característicos. La respiración, el gesto de una mano en el aire, la saliva bajando por la tráquea, los pasos sobre la madera vieja que crujía. Tocó a su marido, que dormía como un tronco al otro lado de la cama, y lo movió sutilmente.

-¿Rustan?

No decía nada.

Aún aferrada a su bata, se armó de coraje y se puso de pie. Se embutió sus zapatillas de andar por casa y fue hasta la puerta. Los crujidos seguían escuchándose. Al abrir la puerta, de golpe, le rodeó en un instante mucho frío, como si hubiese abierto la puerta de un congelador. Su pelo lo tenía recogido pero los flecos de su bata se movieron ondeando en sus pantorrillas. La piel de la nuca se puso de gallina. Su respiración parecía niebla, y notó como si la estuviesen mirando desde el final del pasillo. No podía alcanzar a ver nada, por mucho que insistiese en entornar la mirada en la oscuridad. La poca luz que atravesaba la ventana desde el exterior, la de las farolas, apenas otorgaban una luz tenue para reconocer una forma. Caminó algo menos de un metro, con lentitud, y escuchó como el agua corría desde un grifo. Podía ser en el baño, era la primera puerta del pasillo. Notó una luz vacilante, fluctuando como una vela, por debajo de la puerta. Podía ser Liam quien estuviese allí dentro, no era razón para ponerse nerviosa, aunque era consciente de que su hijo no estaría esa noche allí. Fue a abrir la puerta, alcanzando el pomo de esta, pero justo se abrió de repente.

-¡Dios mío!

Exclamó Prudence dando un paso atrás. Le había dado un susto de muerte.

-Lo siento.

Murmuró bajando la vista.

-¿Qué haces tú aquí?

Era Remy, llevaba un pijama verde que le hacía marcar su enorme vientre de embarazada. Se había recogido el pelo en una cola atrás, estaba sin maquillaje y llevaba gafas.

-Lo siento, ¿Liam no le dijo nada?

-¿Decirme qué? Liam no está esta noche aquí, se quedaba a dormir en casa de un amigo.

-Lo sé, y lo siento mucho si la he asustado.

-Repito, ¿Qué haces aquí?

Disimulando su histeria, sofocándola para mostrar autoridad, se cruzó de brazos.

-Están desinfectando mi casa, tenemos una plaga de ratones. Mis padres se marcharon a un hostal por esta noche y se llevaron a mi hermano, pero son fumadores. Liam me ofreció quedarme aquí esta noche para no exponer al bebé a ese ambiente-Se acarició la tripa-Ya sabe, puede llegar a ser muy perjudicial.

-Liam debió habérmelo dicho.

-Espero que no sea una molestia. Dormiré en su habitación, sólo esta noche.

Autopsia de un AbandonoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora