〖someone like you〗 ;m.j

parte cinco

Jinyoung caminaba por el bosque, entre los árboles, esquivando insectos.
Jaló las mangas del sueter que traía para cubrir sus manos y sentirse un poco protegido, se preguntaba dónde se encontraba Mark, sabía que era el único que lo cuidaría y tenía miedo de andar por ahí solo, en medio de toda esa obscuridad que sólo era levemente iluminada por la luna.

Tropezó con una rama en el suelo y adolorido se volvió a poner de pie, estaba perdido, sin duda. Tenía horas dando vueltas por el mismo lugar buscando la casa de su abuela y no daba con ella.

Se sentía solo.

Giró en el lugar en donde se encontraba tratando de aclarar su mirada, no llevaba sus lentes puestos, ni el armazón ni los de contacto. Su mirada borrosa no le dejaba mirar bien que era lo que se movía en el fondo, y por más miedo que tuviera, se acercó a aquello que movía las ramas de los árboles dándole cara a un chico delgado, aunque no supo descifrar quién era gracias a la miopia que atacaba sus ojos.

—Hola...

Saludó con voz quebradiza.

El chico se acercó tanto a él que Jinyoung podía sentir su respirar en el rostro, sus ojos eran negros y por alguna razón, no sintió miedo, sino que se sintió bien, al punto de querer sonreír.

—Se siente bien ¿no?

Le mencionó el chico de ojos negros.

De pronto, todo se volvió negro y cuando la luz de la luna lo volvió a iluminar, ya no estaba rodeado de árboles, ahora había espejos por todos lados, ofreciéndole una cruel vista de lo que era; llevaba unos pantalones negros junto a un sueter blanco del cual gotaba sangre negra por las mangas, su cabello tenía rayos platinos y sus ojos eran negro, totalmente negros.

—Se siente bien si siempre eres así.

Escuchó un susurro.

—No...

Respondió de la misma manera.

—No quiero.

Habló de nuevo, quitándose el sueter empapado de sangre. Mirando como de sus brazos chorreaba sangre, tenía cortadas en todo lo largo de estos.
Cayó al suelo siendo arrastrado por este, el cual estaba lleno de pedazos de espejos rotos los cuales se enterraban y cortaban sus piernas, brazos y espalda, estaba seguro que incluso había una hemorragia interna.

Alguien lo tomó de los hombros y con fuerza lo empujó hacia el suelo, provocando que los pedazos de espejo se le clavaran más en la espalda, y quizá, sólo quizá, la hora de su muerte no estaba tan lejos.